agosto 18, 2009

Del aula a la oficina




Tengo la oportunidad de impartir cátedra a nivel universitario. En las aulas he aprendido mucho. Con cada alumno y con cada generación.

También me he dado cuenta de las diversas experiencias de vida por las que atraviesan los jóvenes. Algunas de ellas inventadas para justificar la mala calificación; pero otras, tan reales que los han obligado a desertar de la escuela.

Son tres los motivos por los cuales un alumno decide salir de la universidad. Por un lado, la búsqueda de un trabajo por la falta de dinero; por otro lado la enfermedad y, por último, la falta de actitud. Y ojo: ni siquiera es incapacidad. Es actitud.

De los que se salen no puedo emitir un juicio. Ya no son mis alumnos y no puedo analizar lo que no veo. Pero hablemos de los que se quedan en la escuela.

En mi caso particular, he visto como aquellos grupos que inician con muchos estudiantes, terminan egresando solo 7 u 8 en cada aula.

Lo curioso del caso, es que de esos egresados, solo uno o dos tienen un futuro asegurado, es decir, son esos los que poseen las herramientas necesarias para los retos que les depara el mercado laboral. El resto llegó por capricho del destino. Y así le están apostando a triunfar en la vida, al destino.

Hace apenas unos días, leía un libro del Doctor Andrés Roemer, quien fue premiado con la presea “Don K. Price Award” por distinción académica en la Escuela John F. Kennedy de la Universidad de Harvard.

En su texto, Roemer hace énfasis sobre la mala influencia que sobre los alumnos desarrolla la educación tradicional que en muchas escuelas todavía se sigue impartiendo.

“Copien del pizarrón” “guarden silencio”, “repitan después de mi”, “memoricen”, “dictado”, “sigan las indicaciones”. Son solo algunas de las frases que muchos maestros llevan a cabo con sus alumnos.

Yo soy de la firme idea que, a diferencia del paradigma de la educación “tradicional”, el éxito del aprendizaje no depende de memorizar, ni de repetir; sino de aprender a cuestionar, a analizar, a inquirir, a imaginar, a crear.

De generar en el alumno una mentalidad reflexiva. Que no se aprendan a pie juntillas el significado de un concepto, sino que más bien, comprendan lo que encierra cada tema que están recibiendo en clase.

Lo que se logra con ello, es que el alumno haga “suya” una definición o “suya” su hipótesis sobre tema en especifico. Cuando esto sucede, el está en la posibilidad de defenderla ante cualquier argumento que se le plantee.

Y esto señores, es el ideal que todo catedrático debe de inculcar en cada uno de sus alumnos. Y hablo de la Actitud. Una actitud fundamentada y respaldada. Una actitud emprendedora. Impetuosa, con mucha iniciativa. No temerosa de lo que sabe porque lo ha debatido en el aula y ha aprendido de sus propios errores. Por ello coincido con el Doctor Roemer.

Pero el ideal dista mucho de la realidad. 

Hoy los jóvenes están tan acostumbrados a que todo sea fácil en la vida. Calificación, tareas, investigaciones, exámenes, clases.

Y no se dan cuenta que el ser humano se acostumbra a lo que vive a diario. SI hoy ceno abundante, y mañana también ceno abundante y pasado igual, al cuarto día, aunque no se tenga hambre, se querrá cenar abundante. Así es la costumbre. Tan fuerte que hasta la mediocridad se hace hábito.

Todo esto sale a colación, porque en estudios realizados por Olga Bustos Romero, de la Facultad de Psicología de la UNAM., se señala que es durante estos años, en donde se sumarán al menos 813 mil 169 jóvenes egresados de licenciaturas como Medicina, Odontología, Derecho, Contaduría, Administración, Arquitectura, Ingeniería Civil y Comunicación que se quedarán sin empleo. Si, así de simple.

Sin empleo.

¿Cuál o cuáles son los motivos? En principio, falta de espacios laborales.

Pero en segundo plano, lo que el alumno aun no logra comprender: falta de actualización y falta de preparación en el nuevo profesionista. Ambas originadas por una actitud pasiva. Y no hablo de jóvenes dispráxicos. Hablo de jóvenes sin ganas de superarse.

Aún no “se permiten aceptar” como parte de su realidad, que hoy las empresas en México no quieren contratar a jóvenes que no tienen cursos, talleres o seminarios de actualización profesional en su currículum vitae. 

No se permiten aceptar que las empresas quieren contratar a jóvenes que tengan experiencia laboral. Que nadie quiere “pagar un sueldo para enseñarles a trabajar”.

Si, ya sé. Es esta parte en donde el alumno grita el argumento de siempre. “ Y como quieren que tengamos experiencia si no nos dan la oportunidad de entrar a trabajar”.

La respuesta es sencilla. El alumno busca empleo cuando está a punto de terminar su carrera. Y no lo hace por decisión propia. Lo hace “motivado” por la necesidad del dinero para poder egresar. Pagos por la titulación, pagos para el examen profesional, pagos por la encuadernación de la tesis, entre otras cosas, son los causantes de esa búsqueda laboral.

Y cuando busca trabajo, el alumno espera ser contratado en un cargo directivo por el solo hecho de ser ya un profesionista. Gran error.

No se da cuenta que el alumno debe de entrar a trabajar desde que inicia su carrera. No importa el área, no importa el nivel.

Lo que las empresas quieren es saber si tienen como parte de su personalidad a la estabilidad laboral. Si se han enfrentado a la normatividad de una empresa. Si saben de cumplir horarios. Si han pertenecido a equipos de trabajo y saben laborar como tal.

Pues bien, creo que como catedráticos y como alumnos tenemos mucho por hacer. Hay que cambiar la brújula formativa. Debemos de tener siempre presente que lo que en las escuelas de todo México se imparte es solo INFORMACIÓN, más no CONOCIMIENTO.

Ese hay que construirlo a partir de una nueva actitud en el alumno. Pero para que ello se logre, el docente tendrá que cambiar. Atrás deben de quedar los catedráticos que, para consumir tiempo frente al aula, se dedican a escribir en el pizarrón apostando al toque de campana.

Atrás deben de quedar los catedráticos que dan a los alumnos la tarea de “formar equipos” y pasar a exponer temas que los maestros deberían de hacer. Así cualquiera da clases.

Atrás deben de quedar aquellos catedráticos que proporcionan fotocopias a los alumnos para luego cuestionarlos sobre ellas y basar sus exámenes en dichas hojas.

Desde esta sencilla trinchera solo puedo invitar a la reflexión interna de aquel que me hace favor de leer.

Debemos de promover la cultura crítica, partiendo de bases sólidas como lo es, la generación de una nueva ACTITUD, tanto en el alumno como en el catedrático; para que el puente “aula-oficina” sea más amplio de lo que ahora es. Ya es justo que esto pase. ¿No lo cree usted?




agosto 05, 2009

Escuelas en México.

Las paredes de la impunidad

Lo recuerdo perfectamente. Fue el día en el que me cambió la vida. Aunque era una mañana soleada, había un aire fresco que me golpeaba en el rostro. Estaba yo esperando en la calle. Nos dirigíamos a la escuela. Yo pasaría a dejar a mi hija y de ahí me iría al trabajo. Era un día normal. Adentro de la casa, se encontraban mi hija de 8 años y mi esposa.

Era una escena de esas en donde mi hija pretextaba sus ya usados dolores de cabeza para no ir a la escuela. Afuera, yo solo sonreía y pensaba en lo inteligente que ella era para buscar pretextos y no asistir a clases. Se escuchaban los regaños de mi esposa y la necedad de mi nena.

De pronto, se hizo un silencio. Un silencio que duró un poco más de 5 minutos. Y de la nada, mi esposa se asomó por la puerta con un gesto que jamás le había conocido. Me asusté. Caminé a su encuentro. Mi hija estaba encerrada en su cuarto. Desde la sala la escuchaba llorar. Mi esposa, con lágrimas en los ojos me pidió que entrara a la habitación. Entré. Vi a mi hija recostada en la cama, con la blusa del uniforme puesta pero con su falda y sus pantaletas en los tobillos.

Sin comprender lo que pasaba, la tomé de los hombros y miré el rostro de mi hija. El horror y el miedo estaban en su carita. Llorando, me dijo que ella no quería hacerlo, que gritó pero que nadie la escuchó, que la obligaron.

-Papito, perdóname por favor!

En automático, dirigí mi mirada hacia su vagina. Noté que había sangrado, la mancha marrón impregnada alrededor de su vulva así me lo decía. Millones de hormigas empezaron a caminar por todo mi cuerpo.

-¿Qué demonios pasó? Le pregunté a mi esposa.

La respuesta fue una sola, pero yo sentí como si mil cosas hubieran explotado dentro de mí. “Su maestro la violó ayer en el salón de clases”.

No lo podía creer. ¿Mi niña de 8 años violada?

Sin pensar mas, tomé mi machete, me fui a la escuela. Busqué al maestro de mi hija. Yo lo conocía perfectamente bien. Cuando lo encontré, sin mediar palabra alguna, le di los machetazos que pude. No lo maté, pero hoy estoy preso por intento de homicidio. Eso no me importa. Yo algún día saldré de aquí, pero mi hija, jamás podrá salir del trauma que la violación le generó. ¿El maestro? Solo lo cambiaron de escuela.

Para muchos, esto pareciera que es un remedo de novela barata de esas que inundan las librerías de nuestro país. Sin embargo, esto es la realidad que día con día viven los niños en las escuelas de México.

Las cifras de la Secretaría de Educación Pública, confirman el preocupante aumento de casos de abuso sexual contra niños y jóvenes por parte de maestros, trabajadores administrativos o intendentes en las escuelas. Y lo más curioso del caso, es que no solo en las escuelas públicas se presentas estos desmanes, sino que ya se extendió, como el peor de los cánceres, a las escuelas privadas.

El periódico Reforma publicó cifras alarmantes, en donde cita que en los últimos seis años, la Secretaría de Educación Pública (SEP) ha investigado alrededor de 204 casos relacionados con abuso sexual a niños de preescolar, primarias y secundarias públicas y privadas en el DF. Del total de esas investigaciones, 173 fueron contra maestros, 2 contra directores, y el resto implica a otro tipo de personal de las escuelas.

Ya sean pedófilos o bien pederastas, ambos andan deambulando con un gafete y una matrícula que les da autoridad ante un alumno. Son maestros.

Lo más lamentable de todo esto es que el sistema de justicia en México se resiste a ver esta preocupante realidad.

Sin embargo, los ojos del mundo ya levantaron la voz. Un artículo del New York Times firmado por James C. McKinley Jr., puso el dedo en la llaga al denunciar que es México un lugar ideal para la evasión de la justicia contra los pederastas, ya sean sacerdotes o cualquier ciudadano, todos ellos pueden evitar un proceso legal en Estados Unidos escondiéndose en México donde jueces y fiscales son renuentes a desafiar el perdurable poder político de la Iglesia católica y los grandes gremios sindicales.

Pero volvamos a México. Aquí hay muchas cosas que no cuadran. Por un lado, están las cifras que son presentadas de manera oficial y que provienen de la Secretaria de Educación Pública. Cifras que representan delitos.

Y por otro lado, esta la incongruencia, porque ¿de que sirve ofrecer al pueblo de México estas cifras? ¿No sería más oportuno informar qué es lo que esta haciendo la propia Secretaría con sus maestros y administrativos que abusan sexualmente de niños en México?

No sé cual sea la postura oficial de la propia Secretaría, pero de acuerdo a la Red por los Derechos de la Infancia, la respuesta es simple: No están haciendo absolutamente nada.

Dicho del propio Gerardo Sauri, director ejecutivo de la Red por los Derechos de la Infancia, nuestro país no cuenta con un mecanismo de denuncia penal que acompañe a los padres de familia y a los niños.

Esto, con el ánimo de evitar que después del abuso sexual o la violación sólo se realicen procedimientos administrativos o negociaciones políticas con el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), que concluyen en la reubicación de los agresores.

Es decir, hoy día lo que se hace en México es la reubicación del maestro agresor a otra escuela. Así como lo lee. Y todo, por la fuerza gremial que ejerce el Sindicato de Maestros.

Uno de los aspectos que motiva esto, es porque la gran mayoría de los casos no son denunciados penalmente ante las instancias correspondientes, para evitar el desprestigio social en el que puede caer la o el menor, por lo que solo es ventilado al interior de esas paredes de la impunidad que representa la escuela.

Pero mientras la Secretaría de Educación Pública y el propio Sindicato de Trabajadores al Servicio de la Educación abren los ojos, nosotros como sociedad debemos de tomar cartas en el asunto.

Como padres de familia, como tía o tío de un menor, como padrino o madrina de niños que están en constante convivencia con nosotros, debemos de estar muy atentos a lo que ellos nos expresan, escuchar lo que no nos dicen, eso que en sus juegos ellos dejan ver pero que a veces, por el tedio o la presión del trabajo, no observamos.

En lo que concierne a la Secretaría de Educación Pública y al Sindicato de Trabajadores al Servicio de la Educación, hay medidas que se podrían adoptar.

Ojalá que en el Órgano de Evaluación Independiente con Carácter Federalista (OEIF) -mismo que acaba de ser presentado por el Presidente de México Felipe Calderón- se puedan aplicar medidas que permitan evaluar, de manera sicológica, a los maestros que habrán de ocupar las nuevas plazas de docentes en todo el país; incluyendo para ello dentro de sus examinadores a profesores universitarios, especialistas de evaluación y representantes de la sociedad civil.

Y no quiero satanizar a los maestros en México. Sé que son los menos los que cometen estos actos que solo los animales hacen.

Tengo un amplio reconocimiento y respeto para aquellos docentes que ejercen su labor con la más alta dignidad, entrega y decoro.

Y dentro de los maestros contemporáneos y del pasado, no puedo evitar recordar a Justo Sierra Méndez, aquel campechano que siendo diputado pronunciara una frase célebre que, posteriormente, Luis Donaldo Colosio Murrieta hiciera suya en aquel discurso que representó el rompimiento con el gobierno de Carlos Salinas “México es un pueblo con hambre y sed. El hambre y la sed que tiene, no es de pan; México tiene hambre y sed de justicia”.

Y en efecto, México esta necesitado de una justicia que se traduzca en penalidades más severas para aquellos que atenten contra un menor.

Pero mas aún, creo que debemos de acabar con la corrupción y la impunidad que gobiernan las leyes en México, para evitar que un menor que fue abusado sexualmente, tenga el derecho a no volver a ser victima pero ahora, del sistema penal.