Por: Luis Alberto Luna León
Recuerdo también la sonrisa de mi madre sentada en las butacas de los festivales de primaria. De sus aplausos al terminar mi bailable escolar.
Recuerdo cuando rezaba. Y eso debido a que mi mamá siempre nos acompañaba en el cuarto para orar juntos. Pero cuando ella se iba, sólo el silencio y la obscuridad se quedaban conmigo.
Y es ahí en donde yo quiero recordar. En todo aquello que pasaba mientras yo dormía. Pero no he tenido suerte. Jamás lo he conseguido.
Entre sueños empecé a escuchar el llanto de un niño.
Poco a poco se fue acercando a mis oídos hasta hacer que me levantase de la cama. Me despertó.
Pero lo que hizo que me levantara impactado, fue escuchar una palabra muy conocida para mí, pero completamente desconocida a esas horas de la madrugada.
Escuchar la palabra “papá” fue un disparo de adrenalina. Claramente sentí como algo me recorría el cuerpo y me alejó de los brazos de morfeo y de inmediato pensé en mi hijo.
Como un acto digno del mejor mago, el llanto de mi hijo cesó. Coloqué mi mano en su espalda y con la otra lo tomé de su cabecita y poco a poco, lo recosté. Se tranquilizó.
Y mientras estaba ahí, en mi mente vi crecer a mi hijo, lo vi triunfar, lo imaginé sano, deportista. Lo vi conviviendo conmigo, platicando como amigos, aconsejándolo, apoyándolo.
Muchos deseos para tan pocos minutos en los que me quedé a su lado.
Si, lo acepto. Por breves instantes me sentí un super héroe. Me sentí un gran hombre.
De nada, absolutamente de nada él está enterado.
Él no sabe si soy bueno o soy malo. Él sólo sabe que tiene a su padre y en su sueño, me necesita a su lado.
Y si llegase a morir, nada de lo que soy estará en su mente. Sólo recordará mi imagen a través de las fotos, esas que son colocadas al lado de las velas en un altar.
Hoy quiero confesarles que apenas recuerdo mis días de
infancia.
Bueno, siendo honesto, si recuerdo absolutamente
todo, pero lo de "muy muy" niño, no lo recuerdo.
Sin hacer esfuerzos llegan a mi mente escenas
maravillosas, paseos de campo en San Cristóbal de las Casas.
Recuerdo también los paseos en coche. Mi papá tenía su
espíritu aventurero y nos llevaba en familia por carretera.
Recuerdo también la sonrisa de mi madre sentada en las butacas de los festivales de primaria. De sus aplausos al terminar mi bailable escolar.
Muchas cosas si las tengo aún presentes. Pero lo que no
recuerdo es mi dormir de niño. Por más que me esfuerzo no logro ubicar los
momentos previos a mi dormir.
Recuerdo cuando rezaba. Y eso debido a que mi mamá siempre nos acompañaba en el cuarto para orar juntos. Pero cuando ella se iba, sólo el silencio y la obscuridad se quedaban conmigo.
Y es ahí en donde yo quiero recordar. En todo aquello que pasaba mientras yo dormía. Pero no he tenido suerte. Jamás lo he conseguido.
Todo esto lo escribo porque ayer en la noche, mientras
descansaba en mi cama, un llanto me despertó lentamente.
Entre sueños empecé a escuchar el llanto de un niño.
Poco a poco se fue acercando a mis oídos hasta hacer que me levantase de la cama. Me despertó.
Pero lo que hizo que me levantara impactado, fue escuchar una palabra muy conocida para mí, pero completamente desconocida a esas horas de la madrugada.
Escuchar la palabra “papá” fue un disparo de adrenalina. Claramente sentí como algo me recorría el cuerpo y me alejó de los brazos de morfeo y de inmediato pensé en mi hijo.
Fui a su cuarto y lo vi ahí, sentado, en su cama, con los
ojos cerrados pero inundados de lágrimas, gritando “papá” a todo pulmón con un
sentimiento tan limpio y tan sincero que me conmovió.
Para cualquiera quizá es una simple palabra. Pero para
mí, fue una llamada de auxilio, una señal por sentirse indefenso ante ese
monstruo que sólo se nos aparece en nuestros sueños de niño.
Era una palabra pronunciada con desesperación, gritándola
sin importar despertar a los vecinos que él ni siquiera conoce.
Me acerqué tratando de no despertarlo. Y lo hice así porque dicen que es malo
despertar a un sonámbulo.
- “Aquí estoy hijo, tranquilo, papá está contigo”, fue lo único que atiné a decir mientras en la garganta un nudo se me cerraba.
- “Aquí estoy hijo, tranquilo, papá está contigo”, fue lo único que atiné a decir mientras en la garganta un nudo se me cerraba.
Como un acto digno del mejor mago, el llanto de mi hijo cesó. Coloqué mi mano en su espalda y con la otra lo tomé de su cabecita y poco a poco, lo recosté. Se tranquilizó.
Me quedé ahí, acostado a su lado, rascando su espalda tal y como le gusta, sintiendo como respiraba y observándolo
dormir.
Y mientras estaba ahí, en mi mente vi crecer a mi hijo, lo vi triunfar, lo imaginé sano, deportista. Lo vi conviviendo conmigo, platicando como amigos, aconsejándolo, apoyándolo.
Muchos deseos para tan pocos minutos en los que me quedé a su lado.
Todo pasó en minutos. Y al notar que ya dormía, me incorporé de su cama para irme
a la mía. Y mientras caminaba por el pasillo claramente vi en el espejo reflejado en mi rostro una sonrisa que encerraba orgullo.
Si, lo acepto. Por breves instantes me sentí un super héroe. Me sentí un gran hombre.
Pero hay algo que quiero confesar: no sé lo que mi hijo soñaba.
Quizá en sus sueños un fantasma lo acechaba. O quizá soñaba que alguien lo quería arrancar de mi lado y el se resistía a soltarme.
Quizá en sus sueños un fantasma lo acechaba. O quizá soñaba que alguien lo quería arrancar de mi lado y el se resistía a soltarme.
O tal vez se soñó rodeado de animales salvajes. O
a lo mejor no estaba soñando nada y lo único que quería era tener a su papá
cerca, abrazándolo.
Eso es lo de menos. Lo importante de todo esto, es lo
inmensamente dichoso que me hizo saber que para un niño, el sentir a su padre a
su lado es algo que les da tranquilidad y seguridad.
A sus dos años, el no sabe de mis defectos, el no conoce
nada de mi, no tiene conocimiento que cuando bebo alguna copa me gusta escuchar
a Mijares, Roberto Carlos y hasta Arjona; que soy un nostálgico, cursi y bohemio.
Tampoco sabe que cuando me enojo expreso la más
áspera grosería. Ni sabe que mi boca escupe sarcasmo cuando alguien trata de
humillarme; ni tiene idea de que soy un necio y tampoco sabe que mi metodismo para hacer las cosas me
ha generado problemas hasta conmigo mismo.
De nada, absolutamente de nada él está enterado.
Él no sabe si soy bueno o soy malo. Él sólo sabe que tiene a su padre y en su sueño, me necesita a su lado.
Y si en este momento yo pierdo la vida tampoco se enterará. La muerte llama a los hombres cuando nunca lo imaginan.
Y si llegase a morir, nada de lo que soy estará en su mente. Sólo recordará mi imagen a través de las fotos, esas que son colocadas al lado de las velas en un altar.
Y seré franco: yo no recuerdo haber
llamado a mi padre cuando soñaba de niño. Lo he intentado sin éxito alguno.
Tampoco sé si algún día mi hijo recuerde haber gritado “papá” llorando a la
media noche deseando que yo estuviese a su lado. Ni sé si él querrá estar
conmigo cuando grande conozca de todos mis defectos.
Pero lo que si sé, es que ese momento, exactamente la
noche de ayer, la recordaré toda mi vida.
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