octubre 29, 2010

Un simple momento


Hace unos días, leía con interés el comentario de un amigo de la infancia.

En su portal de Facebook, escribió, con la soltura y jocosidad que lo caracteriza… “Me pasó algo muy cómico en un Oxxo: había un tipo pagando en la caja, me paré atrás de él y, de pronto, giré la cabeza para ver hacia las revistas. En lo que volví la vista a la caja, un hombre de tipo indígena, había puesto una lata de "Sol" en el mostrador y estaba metiéndose entre el otro y yo...”.

Al leer el comentario, en mi mente se formó la imagen, la que él describía en su redacción.

Tengo que aceptar que mi imaginación es algo que no puedo detener. Me reta a cada rato. Juega conmigo y siempre se sale con la suya. Y la verdad no me importa porque a propósito me dejo ganar. Gano perdiendo. Le saco provecho.

En ese momento tuve la necesidad de traducir en letras lo que en mi mente transitaba con una rapidez tan marcada, que se parecía a la que tienen aquellos que van con tarjeta en mano hacia el reloj checador de su oficina, en un día de mucho tráfico.

Y es que la escena que narró mi amigo sucede tan a menudo en una ciudad como la nuestra. En esas calles que emanan vapor por la mañana y abandono oficial durante todo el día. A todos nos rodean simples momentos tan llenos de complejidad.

Es como ver el mapa aquel que nos pedían los maestros en la primaria que eran “sin división política y sin nombre”. Vemos la forma del momento, pero “de facto”, sabemos que dentro de él hay miles de historias más.

Un taxista metiéndose en la fila de autos que esperan dar vuelta en la esquina. Niños de la calle acercándose a los coches con una manta en la mano para vender la simulación de que limpian el vidrio y un chofer que simula no verlos.

Un vehículo de lujo con canas pintadas que le guiña el ojo a esa estudiante de buen cuerpo que espera su transporte colectivo. 

Estacionamientos de supermercados en un día cualquiera entre semana, repleto de camionetas de señoras, las que se convierten en fantasmas al interior de los pasillos en la zona de blancos y de las carnes que no siempre son frías.

Escuelas con matriculas de alumnos que día a día presentan ausencias en el salón de uniformes escolares, por estar estos tirados en la alfombra de alguna habitación con clima y que se encuentre cercana a la escuela.

Todo eso pasa en una gran ciudad. Y quiero ser honesto conmigo mismo: me queda la duda si así serán todas las ciudades del país.

Un primo escribió alguna vez que el precio que paga el pensar, es la duda mental eterna. Y estoy completamente de acuerdo.

Me gustaría saber si en otras ciudades también hay veladoras en algún camellón, señal de que alguien falleció ahí y que me recuerda que esa veladora también refleja la muerte de miles de sueños.

Jóvenes en fiestas, con la música tan fuerte que suenan a hueco por la falsedad de los que acuden a ella. Amigos reunidos, lealtades juradas, abrazos por doquier, pero a la menor oportunidad traiciones subterráneas.

Todo es música, licor y buen ambiente. Pero saliendo de ahí, cada uno guarda su sonrisa para la próxima tertulia porque en casa los espera …no, nadie espera. Los papás también están en su propia fiesta.

Y es que desde que nos levantamos nos rodean momentos. Unos logran sacarnos una sonrisa, pero otros, nos hacen huir sin decirle nada a nadie, a pesar de que a donde vayamos, siempre vamos arrastrando nuestros problemas y dejamos al paso un surco tan hondo que cualquiera sabe en donde estamos.

Atrás quedaron el romance y el cortejo, la poesía y la buena música, hoy ya nadie enamora a nadie, ni a la vida misma.

Hoy todo se compra, hasta los besos que saben a cigarro y labial barato. Todo sucede pero no por suceder, tenemos que hacerlo nuestro.

Hombres que regresan a casa por la noche después de un día de actividad. Unos cansados por el trabajo. Otros también agotados pero el sudor de otra piel portado en sus labios.

Y ahí les espera el familiar enfermo, el teléfono cortado, la colegiatura pendiente, la esposa señalada en un papel pero no en los sentimientos, los hijos durmiendo. Todos viviendo felices. Sonriendo para la foto de sociales, dichosos y plenos en una estabilidad. 

Si, la estabilidad de un crudo estancamiento.

No alcanzan los santos para tantas plegarias elevadas a ese ser que nos ayudará a salir del atolladero. Unos por el problema emocional o laboral, otros por los problemas con la pareja y los más, por los terremotos económicos en casa.

Bolsillos vacíos a pesar de que se tiene un gobierno que pregona desarrollo. Presumiendo la creación de empleos que el funcionario ha graficado en el pedazo de madera que pone el plomero ofreciendo sus servicios en un parque concurrido.

Jóvenes profesionistas que buscan el apoyo del amigo influyente, del compadre de papá, del tío billetudo de la familia, esperando la llamada que les cambie la vida.

Mujeres que leen la biblia por las tardes y al otro día, por la mañana y en la oficina, meten la zancadilla a la sobrina exitosa que alcanzó metas que ella no pudo lograr, olvidándose que el rencor y la envidia es algo con lo que no comulga Dios y pasando por alto que todo lo que se escupe nos cae en la propia cara.

Así es la ciudad, activa y reactiva. Pero hay que ser mas analíticos, también está somnolienta por tanto discurso político, los cuales estoy seguro que serían la envidia de Esopo si éste hubiera existido.

Un gobierno presumiendo abundancia económica cuando la riqueza producida en el país va en picada, a tal grado, que hubiera podido servir para sacar a cualquier minero atrapado en el subsuelo. Vociferando una transparencia tan pulcra, que sus ventanas son limpiadas todos los días con las toallas que compró la esposa del expresidente de México en mil pesos cada una.

Y a mi mente viene aquella escena del accidente en donde Gael García Bernal se estrella en un crucero contra el vehículo de la bella modelo en la película “Amores Perros”. Una misma escena que encierra miles de realidades.

Calles en la ciudad que lo mismo destilan aceite de los vehículos viejos que la transitan, que la sangre de aquellos que ya no las transitarán más, producto de una bala perdida que lleva olor a hierba mala, la cual fue disparada por algún “cochiloco”.

Campesinos que hoy inundan la ciudad, buscando un mejor trabajo que les de no para vivir, sino al menos para comer, ya que se han dado cuenta que ni el agua de sus lágrimas pueden reactivar un campo abandonado.

Y es aquí en donde mi imaginación me hizo una mala pasada. Fue en este momento en donde me puse a reflexionar si no habrá sido uno de esos campesinos indígenas, los que hoy conviven con nosotros en la ciudad, el que se encontró mi amigo en el Oxxo. Un indígena que por ser de una comunidad desconoce la palabra “turno” y el significado de “fila”.

Que gusto me dio saber que mi amigo no le espetó nada ni le reclamo por meterse para pagar en caja. Siempre le he admirado y hoy le reconozco más. Porque ante los índices de violencia en los que vivimos, los mexicanos solo vemos las cosas, sonreímos o nos angustiamos y seguimos nuestro camino moviendo la cabeza en sentido negativo, desaprobando un actuar.

Y lo hacemos porque el documento que tenemos firmado con nuestra supervivencia es el único convenio al que si le hemos leído las letras chiquitas. 

Hoy sabemos que una mala reacción, un mal comentario, una imprudencia puede hacer que nuestras realidades se puedan modificar.

Porque en un momento, la vida nos puede cambiar, pasando de estar en la foto de la sala, a la foto colocada en un altar, rodeado de las más bellas flores y de una muda veladora que acompañará por siempre a la familia en su llorar.

Y todo esto, en un simple momento.

septiembre 28, 2010

El coloso.




Hoy es un día lluvioso.

 

Digno para un buen café y extrañando ese cigarro que ya no fumaré.


Me dirigí a la oficina como todos los días, deseándome el mejor de los éxitos.


Conversando y confiándole mi vida a mi copiloto de siempre, el que me acompaña en la mente y en mi corazón, ese Dios que me nutre de fuerza y de fe.

 

Al llegar a la oficina, hice lo que ya hago por rutina. Entré a las páginas de noticias. Si, lo acepto, es más fuerte que yo, y lo hago aun sabiendo que lo que leeré no es nada agradable.  


Pero hoy hubo algo que llamó mi curiosidad.


Era un escrito sobre "el coloso". Si, ese muñeco armado para las fiestas del bicentenario en la ciudad de México en el año 2010 siendo Presidente de México Felipe Calderón Hinojosa.  

 

El coloso. A quién también se le llamó el hombre de hielo. Al que compararon por los rasgos de su cara con Emiliano Zapata, al que le dijeron que tenía rasgos de Lenin. Que se parecía a Porfirio Díaz.


Y en la celebración del grito de Independencia en ese 2010, todas las miradas estaban en él. Causó admiración, embelesó, cautivó. Armaron un desfile para que fuera visto por todos.

 

Y sí, ahí estaba, erguido ante los aplausos de la concurrencia. Y conforme desfilaba, la gente más se asombraba. Y es que ver esa figura humana tan grande, tan fuerte, tan impactante, era algo que quizá nadie se esperaba. Tan es así, que el portal digital de la BBC Mundo refirió … “El Zócalo también fue el destino de un monumental desfile -según los organizadores- el desfile cultural y artístico más grande de la historia de México”…


Muchos lo criticaron hasta saciarse. Gritos diciendo que se había invertido mucho dinero en él. Que su presencia generó millones de pesos en gastos. Que fue innecesario.

Pero en la esquina contraria, estaban otros que dijeron lo opuesto, que el coloso era lo que el pueblo necesitaba, un héroe anónimo que representara el caudillismo que corre por la sangre del mexicano que defiende su patria ante el extranjero que la amenaza.

 

Todo eso circuló a la par de su presencia en ese desfile del año 2010.


Sin embargo, hoy, cuando mis ojos se deslizaban por la nota periodística, mi mente reflexionaba y meditaba.


Y es que la nota menciona que ese gran Coloso, el tan aclamado y vapuleado, lo habían encontrado -meses después de la celebración alegórica- en los patios de una dependencia de gobierno en la ciudad de México. Tirado, quebrado, amortajado. En el ayer aplaudido, hoy simplemente olvidado.

 

Sin embargo, eso no es lo que hoy me motiva a escribir. Lo que hoy me mueve a estar sentado frente a un teclado, es la comparativa del coloso con muchos hombres y mujeres dedicados a la política. El comparar a ambos es lo que hoy me impulsa a teclear.


Porque al igual que le está sucediendo al Coloso, así les sucederá a aquellos políticos que se creen como tal: como colosos, que pierden el piso al que pertenecen simplemente porque son inmensos.


Que hacen de los cargos políticos la pasarela exacta para lucirse ante una ciudadanía que hoy le aplaude a todo aquello que se mueve, basada en la nobleza de su corazón y de su gente.

 

Hombres y mujeres que gustan de los flashes y de las fotografías, esas que congelan imágenes, escenas y momentos que solo pertenecen a una simple actividad de su encargo.


Políticos y políticas que al igual que el coloso, mañana, cuando se bajen del cargo público en donde estuvieron, quedarán en el mismo lugar en el que depositaron al coloso.

 

Y estarán así, desarmados y alejados. Pero ellos –los políticos- tapados con lonas negras para que nadie sepa en donde están. Quizá huyendo de sí mismos para no recibir los reclamos del pueblo por no haber ayudado a su gente.

 

Siempre he creído que la verdadera importancia de servir, debe tener como filosofía elemental el cumplir con la encomienda ante una sociedad carente del apoyo y de la presencia de un político o política en el que tiene puesta su fe y su esperanza.

 

Hoy la sociedad requiere de hombres y mujeres que ejerzan la política sin simulaciones, hablando con la verdad, diciendo lo que sí se puede hacer y también diciendo cuando no se puede.

 

Porque alcanzar un espacio público representa la oportunidad perfecta para llevar beneficios, la ocasión idónea para extender la mano hacia un pueblo que hoy más que nunca, necesita de hombres y mujeres sensibles que los guíen en el camino del progreso y del desarrollo.

De tener a su lado a profesionales de la política que no se encierran para no atender a quienes lo eligieron. 

Políticos y políticas que sean sinónimo de liderazgo, de la no confrontación, de sumar a todas las fuerzas sociales y políticas para encontrar las coincidencias y subsanar las diferencias. Hombres y mujeres que puedan tener puertas abiertas para recibir, escuchar y dar curso al bien común.


Hoy se requiere de hombres y mujeres dedicados a la política preparados emocional y profesionalmente. Que tengan conocimiento del quehacer público o legislativo. Para hacer del servicio público una religión. Porque el servir en la política es como el campesino, que al labrar se labra a sí mismo.

 

De esas y esos servidores públicos, de esos políticos son los que México necesita.


La sociedad mexicana no necesita de “Colosos”. Y no hablo de esa figura representativa que fue usada en las fiestas del Bicentenario en México en el año 2010.

 

Me refiero a esos que se sienten grandes en los cargos públicos, las y los que olvidaron sus raíces, a su gente, a su propio pueblo.


Porque todo lo que sube tiende a bajar. Y nada me dará más tristeza que un día de estos, al caminar por una calle, me encuentre al servidor público o a la servidora pública aquél, el otrora encumbrado, ahora sin amigos, con esa soledad que está llena de muchos ruidos que no dicen nada.

 

En soledad y amortajado por sus recuerdos, sentado en el velorio de su propio futuro y viendo pasar a un pueblo al que tuvo la oportunidad de servir, pero que nunca quiso hacerlo.


Pero mientras eso sucede seguiré aquí. Observando. Al tiempo, sólo al tiempo.

 

agosto 24, 2010

No sé si algún día él lo recuerde




Por: Luis Alberto Luna León


Hoy quiero confesarles que apenas recuerdo mis días de infancia. 

Bueno, siendo honesto, si recuerdo absolutamente todo, pero lo de "muy muy" niño, no lo recuerdo.

Sin hacer esfuerzos llegan a mi mente escenas maravillosas, paseos de campo en San Cristóbal de las Casas.

Recuerdo también los paseos en coche. Mi papá tenía su espíritu aventurero y nos llevaba en familia por carretera. 

Recuerdo también la sonrisa de mi madre sentada en las butacas de los festivales de primaria. De sus aplausos al terminar mi bailable escolar.



Muchas cosas si las tengo aún presentes. Pero lo que no recuerdo es mi dormir de niño. Por más que me esfuerzo no logro ubicar los momentos previos a mi dormir. 

Recuerdo cuando rezaba. Y eso debido a que mi mamá siempre nos acompañaba en el cuarto para orar juntos. Pero cuando ella se iba, sólo el silencio y la obscuridad se quedaban conmigo. 

Y es ahí en donde yo quiero recordar. En todo aquello que pasaba mientras yo dormía. Pero no he tenido suerte. Jamás lo he conseguido.


Todo esto lo escribo porque ayer en la noche, mientras descansaba en mi cama, un llanto me despertó lentamente.

Entre sueños empecé a escuchar el llanto de un niño. 

Poco a poco se fue acercando a mis oídos hasta hacer que me levantase de la cama. Me despertó.

Pero lo que hizo que me levantara impactado, fue escuchar una palabra muy conocida para mí, pero completamente desconocida a esas horas de la madrugada. 

Escuchar la palabra “papá” fue un disparo de adrenalina. Claramente sentí como algo me recorría el cuerpo y me alejó de los brazos de morfeo y de inmediato pensé en mi hijo.

Fui a su cuarto y lo vi ahí, sentado, en su cama, con los ojos cerrados pero inundados de lágrimas, gritando “papá” a todo pulmón con un sentimiento tan limpio y tan sincero que me conmovió.

Para cualquiera quizá es una simple palabra. Pero para mí, fue una llamada de auxilio, una señal por sentirse indefenso ante ese monstruo que sólo se nos aparece en nuestros sueños de niño. 

Era una palabra pronunciada con desesperación, gritándola sin importar despertar a los vecinos que él ni siquiera conoce.

Me acerqué tratando de no despertarlo. Y lo hice así porque dicen que es malo despertar a un sonámbulo. 

- “Aquí estoy hijo, tranquilo, papá está contigo”, fue lo único que atiné a decir mientras en la garganta un nudo se me cerraba. 

Como un acto digno del mejor mago, el llanto de mi hijo cesó. Coloqué mi mano en su espalda y con la otra lo tomé de su cabecita y poco a poco, lo recosté. Se tranquilizó.


Me quedé ahí, acostado a su lado, rascando su espalda tal y como le gusta, sintiendo como respiraba y observándolo dormir.

Y mientras estaba ahí, en mi mente vi crecer a mi hijo, lo vi triunfar, lo imaginé sano, deportista. Lo vi conviviendo conmigo, platicando como amigos, aconsejándolo, apoyándolo.

Muchos deseos para tan pocos minutos en los que me quedé a su lado.


Todo pasó en minutos. Y al notar que ya dormía, me incorporé de su cama para irme a la mía. Y mientras caminaba por el pasillo claramente vi en el espejo reflejado en mi rostro una sonrisa que encerraba orgullo. 

Si, lo acepto. Por breves instantes me sentí un super héroe. Me sentí un gran hombre.


Pero hay algo que quiero confesar: no sé lo que mi hijo soñaba. 

Quizá en sus sueños un fantasma lo acechaba. O quizá soñaba que alguien lo quería arrancar de mi lado y el se resistía a soltarme. 

O tal vez se soñó rodeado de animales salvajes. O a lo mejor no estaba soñando nada y lo único que quería era tener a su papá cerca, abrazándolo.


Eso es lo de menos. Lo importante de todo esto, es lo inmensamente dichoso que me hizo saber que para un niño, el sentir a su padre a su lado es algo que les da tranquilidad y seguridad. 


A sus dos años, el no sabe de mis defectos, el no conoce nada de mi, no tiene conocimiento que cuando bebo alguna copa me gusta escuchar a Mijares, Roberto Carlos y hasta Arjona; que soy un nostálgico, cursi y bohemio. 

Tampoco sabe que cuando me enojo expreso la más áspera grosería. Ni sabe que mi boca escupe sarcasmo cuando alguien trata de humillarme; ni tiene idea de que soy un necio y tampoco sabe que mi metodismo para hacer las cosas me ha generado problemas hasta conmigo mismo. 

De nada, absolutamente de nada él está enterado. 


Él no sabe si soy bueno o soy malo. Él sólo sabe que tiene a su padre y en su sueño, me necesita a su lado.


Y si en este momento yo pierdo la vida tampoco se enterará. La muerte llama a los hombres cuando nunca lo imaginan. 

Y si llegase a morir, nada de lo que soy estará en su mente. Sólo recordará mi imagen a través de las fotos, esas que son colocadas al lado de las velas en un altar.


Y seré franco: yo no recuerdo haber llamado a mi padre cuando soñaba de niño. Lo he intentado sin éxito alguno. Tampoco sé si algún día mi hijo recuerde haber gritado “papá” llorando a la media noche deseando que yo estuviese a su lado. Ni sé si él querrá estar conmigo cuando grande conozca de todos mis defectos.


Pero lo que si sé, es que ese momento, exactamente la noche de ayer, la recordaré toda mi vida.










Derechos Reservados para Luis Alberto Luna León


agosto 13, 2010

La juventud está de fiesta


Era la celebración del Día Internacional de la Mujer. Lo tengo presente como si hubiera sido ayer.


Ese día, con un buen café acompañándome, leía un comentario que reflejaba un sentimiento de enojo y coraje en el facebook de una entrañable amiga.

¿Su molestia? Sencilla: argumentaba que se estaba celebrando a la mujer en memoria de una tragedia. El incendio aquel en donde murieron quemadas muchas mujeres que protestaban por sus derechos en una fabrica de Nueva York.

Al principio, me desconcertó su molestia. A mi mente acudieron imágenes. Mujeres que hoy salen a votar cuando antes no lo hacían. Mujeres participando en igualdad de condiciones que el hombre. Mujeres decidiendo su propio destino, opinando sobre los hijos que quieren tener. En fin, se amontonaron datos y sucesos que bien pudieron ser los argumentos más válidos para estar a favor de la celebración del día de la mujer en un buen ejercicio de debate político.

Sin embargo, en el fondo, reconozco que mi amiga tenía razón.

Hoy en México la mujer está luchando por no retroceder en la historia. Hoy por hoy la mujer sigue sufriendo violencia intrafamiliar, vejaciones de la sociedad, maltrato sicológico, laboral, acoso, abusos, muertes. Citar a Ciudad Juárez, Chihuahua será el botón suficiente para demostrar que en materia de procuración y administración de justicia hacia la mujer estamos en pañales.

Pongo todo este antecedente porque hoy estamos ante otra celebración. En agosto, específicamente el día 12, se celebra a la juventud del mundo.

Fue en la Asamblea General que adoptó el 17 de diciembre de 1999 la recomendación hecha por la Conferencia Mundial de Ministros de Asuntos de la Juventud, en la que se declaró el 12 de agosto el Día Internacional de la Juventud.

La Asamblea recomendó que actividades de información pública sean organizadas para apoyar este Día, para promover una mejor toma de conciencia del Programa de Acción Mundial para los Jóvenes hasta el año 2000 y años subsiguientes, adoptado por la Asamblea General en el 1995 (resolución 50/81).

Y es en este punto al que quiero llegar.

No podemos culpar a la mujer por su actual situación. Fue y actualmente sigue siendo presa de la propia sociedad que la arrincona, le tapa la boca y no deja que camine hacia el triunfo. Sin duda hay avances, pero no a la altura de lo que se merece la mujer, esa que hoy lucha por sobresalir y en la medida de sus propias fuerzas lo esta haciendo y de la mejor manera.

Pero lo de los jóvenes si me resulta alarmante. En este tema no solo la sociedad no confía en ellos, sino que además, el propio joven del siglo XXI tiene a su peor enemigo dentro de si mismo. Ni el cree en si mismo. La mujer en general quiere destacar. ¿Y los jóvenes? solo pocos de ellos.

Si, la juventud de hoy está sin brújula, sin destino. Analicemos los datos.

De acuerdo a un informe realizado por la Secretaría de Seguridad Pública federal, el 54% de los delitos en México son cometidos por personas de entre 12 y 29 años de edad.

Solo en el 2008, siete delitos concentraron el 83.8% de los ilícitos en el país. Del total de homicidios, 32.59% son personas entre los 18 y 24 años; en ese mismo rango de edad se concentraron el 28.56% de las violaciones; 39.31% de los robos; 18.53% de los casos de posesión de armas prohibidas y 18.33% de los casos de abuso sexual. Se estima que en 30% del total de estos casos los implicados tenían antecedentes de delincuencia juvenil.

Tan preocupante esta la situación de la juventud, que hoy en día se presentan mas delitos cometidos por personas de escasa edad. Por tal razón, se han llevado a cabo propuestas en la reducción de la edad penal.

Desde 2004, el Instituto Mexicano de la Juventud alertó que 45 mil 593 menores de edad realizaron actividades delictivas, siendo el robo, con 41% de casos, el delito de mayor incidencia; 29% fueron faltas administrativas; 4%, delitos sexuales; 6%, delitos contra la salud, y 10%, crímenes contra la vida e integridad de otras personas, entre otras.

En el rubro de adicciones, el Centro de Integración Juvenil (CIJ) de la zona Sur-Sureste, dio a conocer durante en segundo informe que las adicciones en los jóvenes comienzan a muy temprana edad, porque han recibido niños de 10 años para que se les proporcione atención.

Por otro lado, es el propio INEGI quien cita datos que motivan la reflexión. Existe un apartado dedicado a la participación de jóvenes en actividades del narcotráfico.

Sólo en 2008 se detuvieron a 1 mil 719 personas de edades entre 18 y 19 años por presuntos delitos del fuero federal; de estos, 949 fueron por delitos relacionados con el tráfico de narcóticos, mientras que 545 más fueron detenidos por violación a la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos.

Estos datos no buscan el sensacionalismo. Lo que en realidad se busca es exhibir a una juventud que está ahí, respirando, viviendo, sin metas, sin objetivos. Y no lo digo yo, lo dicen las propias estadísticas. Lo dicen los delitos cometidos por los propios jóvenes.

Una juventud perdida en la búsqueda de un protagonismo irreal. Sumida en el alcohol y en las drogas. Hundida en la búsqueda del dinero fácil. En el deseo por pertenecer a “una clase social alta, para ser respetados” como cita José Emilio Pacheco en su libro Las Batallas en el Desierto.

Y no importa lo que haya que hacer. Matar, robar, violar. Lo que importa es lograrlo. ¡Que tontería!

Jóvenes que no pasan un examen de admisión por no saber. Jóvenes que en plena universidad andan mendigando un punto con el maestro para poder pasar la materia. Jóvenes que sobornan por una nota alta.

Jóvenes que no conocen el significado de la palabra trabajo. Una juventud carente de valores, a tal grado que no se reconoce así misma. Jovenes que encuentran en el suicidio la mejor de las salidas a sus problemas, reflejo de la falta de orientación y de una guía moral.

De acuerdo a cifras del INEGI y del Instituto Psiquiátrico Ramón de la Fuente, los suicidios de jóvenes entre los 15 y 19 años han aumentado considerablemente, al grado que se han convertido en la segunda causa de muerte entre este grupo poblacional.

Entre los factores predisponentes a un suicidio se encuentran la acelerada urbanización, la migración, la disolución de las familias y el creciente consumo de drogas y alcohol entre los jóvenes. De hecho, son muchos los casos de jóvenes que se suicidan bajo los influjos de estas dos variables.

Y ante todo este escenario, surgen interrogantes. ¿En donde están los padres de esa juventud?¿En donde esta la guía familiar?¿en que momento se rompieron los esquemas tradicionales de autoridad que antes se tenían?¿en que momento los padres dejaron de imponer reglas para establecer acuerdos?

Padres que se preocupan mas por no traumar al hijo. Padres que endosan la educación de sus hijos a la muchacha del servicio de la casa o a los maestros de la escuela. Padres que presumen su “modernidad” en la relación con sus hijos. Padres que suplican a los hijos en vez de imponer reglas. Padres que tienen una vida social de lujo pero una vida familiar deplorable.

Si este asunto lo midiéramos a nivel estadística, los resultados que ofrecen “los padres modernos” estarían por debajo de los “padres antiguos” Y lo dicen los números. Antes la juventud tenia más valores, más principios, más reglas que acatar. Y nadie creció traumado.

Hoy las cosas están para reflexionar. Una sociedad que no le abre las puertas a los jóvenes por la propia desconfianza que este le ocasiona. Empresas que no le dan la oportunidad a la juventud por su inexperiencia laboral. Partidos políticos a los que tuvieron que imponerles un porcentaje en las candidaturas para los jóvenes, cuando de por si les merece un lugar. Becas para los jóvenes dadas a los hijos de los “picudos”, a los altos funcionarios del gobierno o bien, de los recomendados.

Estoy seguro que el problema de la juventud es el resultado de varias coyunturas. En ellas están las empresas, el propio gobierno, los padres de familia, la iglesia, la propia sociedad.

Me da mucho gusto que hoy se celebre el día internacional de la juventud. Sé que en México hay muchos jóvenes de gran valía que están destacando en diferentes ramos. Jóvenes que engrandecen a México.

Pero…¿y los demás jóvenes? ¿los de las estadísticas citadas?¿qué, no importan? ¿está avanzando la juventud? ¿hacia donde?

Que será mas importante: ¿celebrar? ¿o reflexionar y hacer algo?




Derechos Reservados para Luis Alberto Luna León