Hoy estoy aquí, con un frente frío anunciado y con mi cabeza a punto de estallar por enfermedad.En todas las oficinas huele a trabajo.
Papeles ordenados en un folder pero desordenados en la mente.
Papeles ordenados en un folder pero desordenados en la mente.
Hay turbiedad en la atmosfera. Los cambios organizacionales son inminentes en las empresas públicas. Sin embargo, todo mundo se ajusta los cinturones y se alisa el cabello. Sudamos. Todos creemos que somos los que seguimos en esa lista de recortados.
Pero en el fondo, todos fincan sus esperanzas en espejismos.
Unos le apuestan al padrinazgo. Otros a su trabajo. Los menos se apuestan a las relaciones que han construido con la gente del poder y los más a la salamería y reptilismo con el que acostumbran trabajar.
Para estos últimos nada importa, ni su dignididad ni su honorabilidad. Todo entregado a quien se dice “su jefe” y para el todo y con todo.
Estos últimos optan por hacer equipo con el diablo. Se cierran, coptan la información, “maquiavelan” y confabulan para que nada salga de esa área de poder que según ellos les pertenece.
Se hacen enemigos de cualquiera que atente contra la imagen de su jefe, ese que también está enemistado con todos.
Se encargan de buscar culpables a los problemas, esos que ellos mismos crearon. No les gusta aceptar que hicieron mal las cosas y se apresuran a endosar el paquete a otro. Pero por alguna razón ... no lo logran.
Caminan por los pasillos vociferando comentarios en contra de otros. Destilando esa pestilente pus que emana de las heridas que no curan. De esas que están infectadas y que no sanarán porque a cada momento ellos mismos se encargan de abrirlas más y más. Respiran por la herida.
Saludándote con la mano derecha pero clavando el puñal con la izquierda. Así son ellos y así le apuestan al triunfo en la vida.
Gran tristeza. Se olvidan que la vida se encarga de poner a cada quién en el lugar que le corresponde. Para muchos la justicia divina no existe, pero yo opino lo contrario.
