Uno nunca sabe cuando se encontrará con la verdad.
Para muchos la verdad es un fantasma, pero hay otros que prefieren buscarla.
Hay quienes prefieren vivir engañados y felices, mientras que otros prefieren
sufrir y prepararse pero vivir conociendo la verdad.
Todo esto lo comento porque hoy estuve conversando con una gran amiga. Partimos
del clásico “buenos días, Luis” hasta entrar a temas tan profundos como su vida
como madre de familia. Reflexionando que los seres humanos, aquellos que
eligieron la paternidad o la maternidad como una etapa en su vida, pasan por
diferentes procesos.
Antes de tener un hijo, todo lo que hacemos lo llevamos a cabo para nuestros
padres. El estudiar, el trabajar, el vivir honradamente lo hacemos para ellos,
para que cubramos los aspectos más elementales que nos han impuesto para hacer
de nosotros hombres o mujeres de bien.
Y lo hacemos así a pesar de estar en contra de nuestros padres, peleándonos,
manoteando, discutiendo y hasta huyendo de casa para demostrar nuestra
inconformidad con ellos, si, con ellos, con nuestros padres, para reclamarles y
gritarles a la cara la pregunta que convertimos en nuestra arma más letal “¿Por
qué no entiendes que yo soy joven y que son otros tiempos a los tuyos?’”
Sin embargo, cuando uno es padre o madre de familia, el ser humano cambia de
foco de atención. Ahora todo, absolutamente todo va por los hijos. Ahora todo
lo que hacemos es para esos pequeños seres humanos que nos vienen a dar la
vuelta a la hoja, esos que nos cambian el chip, que nos cambian del futbol a
los canales de caricaturas, que nos obligan a cambiar un six de
cerveza por un 24 de pañales, tal y como se lo leí a un alumno en su muro de
facebook cuando tuvo a su hijo.
Todo lo hacemos por esos niños que por el solo hecho de existir. El gran
compromiso que tenemos ahora es el mismo que el que teníamos con nuestros
propios padres. Y me refiero a no defraudar.
Y lo tenemos que hacer para hacer que el ídolo aquél en el que nos convirtieron
nuestros propios hijos, ese que estaba en un pedestal y era admirado cada día
por ellos; no sea pateado por nosotros mismos para hacerlo pedazos como
consecuencia de lo que hacemos como padres.
Luchar día a día para no dejar de ser el súper héroe y pasar a convertirnos en
un simple payaso de triste mirada, con la sonrisa desdibujada, y seguir siendo
padres o madres sin darnos cuenta que vamos por la vida caminando con la
pintura corrida en el rostro, producto de nuestros propios actos, de nuestros
propios errores.
Y no hablo de los errores de escuela, o de aquellos que se cometen como padres
primerizos. Hablo de aquellos errores que acaban con familias enteras, que las
destruyen silenciosamente. De aquellos que hacen estallar a ese núcleo tan
necesario en nuestra sociedad como lo es la familia.
Por ello, es muy duro el compromiso para hacer las cosas correctas, pero creo
que vale la pena.
Porque no hablo de ser padre como aquellos que
tienen un Wii en el cuarto de los hijos para se convierta en un juego de
solitario; que les compran un perro; que le dan a Santa Claus dinero para que
les lleven muchos juguetes con luz para iluminar rostros grises; o de aquellos
que tienen una nana, una mucama y hasta enfermera de planta para cuidar la
salud del cuerpo de sus hijos pero no del corazón.
No, yo no hablo de ese tipo de paternidad. Yo hablo
de aquella que forma, que inculca valores, principios, que les nutre el
corazón. De esa que logra que un hijo conozca el significado de la palabra
autoestima.
Se acabó el tiempo. Nadie es responsable de la educación y formación de un
hijo. Ni el maestro, ni la abuela….solo el padre y la madre. Así de simple. Y
en esa tarea están los dos. Nadie más. Y lo que suceda con ellos es
responsabilidad de los dos. Para no caer en lugares cómodos y culpar a la
pareja de los errores y querer llevarse las palmas de los aciertos de los
hijos.
Es un contrato que no tiene vencimiento, que no tiene días de descanso. No hay
aguinaldos, no hay jornada establecida. No importa si estás enfermo o cansado.
No hay sindicatos que nos defienda ni tribunal que nos ampare. Ese contrato se
lo firmamos a la vida y le endosamos lo que somos. Ser padre es algo que
asumimos de por vida.
En lo que si llevamos las de ganar, es que al firmar el contrato nos hacemos
beneficiarios de un fondo de retiro. Y no es económico, es moral.
Para que cuando nosotros, sentados en un viejo sillón y enseñándoles a nuestros
nietos el viejo álbum de fotos, podamos comprender la importancia de nunca
haber tirado el pedestal.