mayo 21, 2012

Tirando el pedestal

Uno nunca sabe cuando se encontrará con la verdad.


Para muchos la verdad es un fantasma, pero hay otros que prefieren buscarla. Hay quienes prefieren vivir engañados y felices, mientras que otros prefieren sufrir y prepararse pero vivir conociendo la verdad.


Todo esto lo comento porque hoy estuve conversando con una gran amiga. Partimos del clásico “buenos días, Luis” hasta entrar a temas tan profundos como su vida como madre de familia. Reflexionando que los seres humanos, aquellos que eligieron la paternidad o la maternidad como una etapa en su vida, pasan por diferentes procesos.


Antes de tener un hijo, todo lo que hacemos lo llevamos a cabo para nuestros padres. El estudiar, el trabajar, el vivir honradamente lo hacemos para ellos, para que cubramos los aspectos más elementales que nos han impuesto para hacer de nosotros hombres o mujeres de bien.


Y lo hacemos así a pesar de estar en contra de nuestros padres, peleándonos, manoteando, discutiendo y hasta huyendo de casa para demostrar nuestra inconformidad con ellos, si, con ellos, con nuestros padres, para reclamarles y gritarles a la cara la pregunta que convertimos en nuestra arma más letal “¿Por qué no entiendes que yo soy joven y que son otros tiempos a los tuyos?’”


Sin embargo, cuando uno es padre o madre de familia, el ser humano cambia de foco de atención. Ahora todo, absolutamente todo va por los hijos. Ahora todo lo que hacemos es para esos pequeños seres humanos que nos vienen a dar la vuelta a la hoja, esos que nos cambian el chip, que nos cambian del futbol a los canales de caricaturas,  que nos obligan a cambiar un six de cerveza por un 24 de pañales, tal y como se lo leí a un alumno en su muro de facebook cuando tuvo a su hijo.


Todo lo hacemos por esos niños que por el solo hecho de existir. El gran compromiso que tenemos ahora es el mismo que el que teníamos con nuestros propios padres. Y me refiero a no defraudar.


Y lo tenemos que hacer para hacer que el ídolo aquél en el que nos convirtieron nuestros propios hijos, ese que estaba en un pedestal y era admirado cada día por ellos; no sea pateado por nosotros mismos para hacerlo pedazos como consecuencia de lo que hacemos como padres.  


Luchar día a día para no dejar de ser el súper héroe y pasar a convertirnos en un simple payaso de triste mirada, con la sonrisa desdibujada, y seguir siendo padres o madres sin darnos cuenta que vamos por la vida caminando con la pintura corrida en el rostro, producto de nuestros propios actos, de nuestros propios errores.


Y no hablo de los errores de escuela, o de aquellos que se cometen como padres primerizos. Hablo de aquellos errores que acaban con familias enteras, que las destruyen silenciosamente. De aquellos que hacen estallar a ese núcleo tan necesario en nuestra sociedad como lo es la familia.  


Por ello, es muy duro el compromiso para hacer las cosas correctas, pero creo que vale la pena.

Porque no hablo de ser padre como aquellos que tienen un Wii en el cuarto de los hijos para se convierta en un juego de solitario; que les compran un perro; que le dan a Santa Claus dinero para que les lleven muchos juguetes con luz para iluminar rostros grises; o de aquellos que tienen una nana, una mucama y hasta enfermera de planta para cuidar la salud del cuerpo de sus hijos pero no del corazón.

No, yo no hablo de ese tipo de paternidad. Yo hablo de aquella que forma, que inculca valores, principios, que les nutre el corazón. De esa que logra que un hijo conozca el significado de la palabra autoestima.


Se acabó el tiempo. Nadie es responsable de la educación y formación de un hijo. Ni el maestro, ni la abuela….solo el padre y la madre. Así de simple. Y en esa tarea están los dos. Nadie más. Y lo que suceda con ellos es responsabilidad de los dos. Para no caer en lugares cómodos y culpar a la pareja de los errores y querer llevarse las palmas de los aciertos de los hijos.


Es un contrato que no tiene vencimiento, que no tiene días de descanso. No hay aguinaldos, no hay jornada establecida. No importa si estás enfermo o cansado. No hay sindicatos que nos defienda ni tribunal que nos ampare. Ese contrato se lo firmamos a la vida y le endosamos lo que somos. Ser padre es algo que asumimos de por vida.


En lo que si llevamos las de ganar, es que al firmar el contrato nos hacemos beneficiarios de un fondo de retiro. Y no es económico, es moral.


Para que cuando nosotros, sentados en un viejo sillón y enseñándoles a nuestros nietos el viejo álbum de fotos, podamos comprender la importancia de nunca haber tirado el pedestal.

 

 

 

 

mayo 10, 2012

A la Madre


Muchas palabras son las que se han escrito cuando se trata de celebrar el día de las Madres. Sentimientos a flor de piel, todos ellos corriendo descalzos. Desnudos. Tal y como es el verdadero amor.

Todos sentimos esa fuerza por dentro. Esa necesidad de expresarnos. Está explotándonos por dentro queriendo salir para que todo el mundo sepa cuanto amamos a la madre viva o ausente.

Sin embargo, dentro de todas esas palabras, hay una que en lo personal me mueve. Una palabra que es tan profunda, que de solo ubicarla en mi mente, me hace acurrucarme como cuando lo hacía de niño. Y me refiero a la palabra GRACIAS.

Si, hoy no quiero solo felicitar a todas las madres.  Hoy quiero decirles también eso, GRACIAS.

Gracias por creer en sus hijos cuando nadie lo hacía. Por hacerlos sentir el triunfador cuando los esperan al finalizar la carrera. Por cuidar de sus hijos en las noches de enfermedad. Por enseñarlos a bañarse, a vestirlos, a comer, a caminar, a hablar. Quizá por eso la primera palabra que un hijo aprende es la de MAMÁ.

Gracias por ser así, luchadoras, guerreras, incansables, sacrificadas.

Gracias por sacar fuerzas de algún lugar de su ser cuando la adversidad les pisa los pies y no las deja avanzar. Gracias por tener siempre el arrojo  para levantarse cuando se han caído. Por aprender a dividir su tiempo entre la oficina, la casa y sus hijos.

Por tener siempre esa “pastilla mágica”, esa que cura el dolor de cabeza, el de estomago y hasta el dolor de cuerpo cuando ellos no quieren ir a la escuela.

Gracias por tener ese grado de tolerancia que como Papá muchas veces no tenemos. Gracias por todos los desvelos, por las caricias, por hacernos ver, siendo niños, que la vida es hermosa aún y cuando para ustedes los días siempre estén nublados.

Gracias por hacer a sus hijos protagonistas de historias. Por convertir un plato de sopa en la mejor de las batallas, con esos aviones que existen solo cuando sus hijos abren la boca para podérselos comer.

Gracias por hacer de sus hijos los máximos súper héroes, al celebrarles sus maromas cuando éstos andan con una toalla colgando como capa.

Gracias por enseñarles a sus hijos que las manos no solo sirven para jugar con plastilina, sino que también al pegar las palmas sirven para orar y para pedirle a un Dios para que siempre los cuide.

Gracias por enseñarles a sus hijos que la almohada es mágica y que cuando tienen pesadillas basta con solo voltearla para que el mal sueño se acabe.

Gracias por enseñarnos que el aire es tan fuerte, que solo es necesario respirar fuertemente para emprender nuevamente el camino.

Por esas luchas titánicas con ese “gallo” en el cabello al peinarlos cuando van a la escuela. Gracias por nunca cansarse al levantar esos juguetes que sus hijos dejan tirados y que los papás solo pateamos para hacerlos un lado, olvidados de que estamos en un mismo frente y al mismo nivel y que ninguno está por encima del otro.

Gracias, sí mamás, de corazón gracias.

Siempre he creído que el único sentimiento que no tiene manos es el amor. Al amor no lo podemos escribir, lo tenemos que demostrar. Y ustedes, las madres, son el ejemplo perfecto de lo que yo creo.

Porque para saber cuánto ama una madre, a los hijos solo nos basta cerrar los ojos y recordar todo lo que ustedes hacen por nosotros.

Ustedes no escriben el amor. No necesitan de inmensas cartas o de tarjetas entregadas con un mariachi en plena madrugada para demostrar cuanto aman a sus hijos. Lo demuestran en cada acto, y lo hacen todos los días de su vida, en cada sonrisa, en cada gesto, en cada desvelo. No hay necesidad de escribir nada. Ustedes logran hacernos sentir el amor.

Para ustedes madres todo mi agradecimiento. Y no hablo solo de aquellas madres que tuvieron un parto en la matriz. Hablo también de aquellas que tuvieron un alumbramiento en el corazón. Para aquellas madres que sin venir de sus entrañas, dedican su vida a dar amor a ese ser para hacerlo también su hijo para defenderlo y cuidarlo como a su propia vida.

Por todo ello, eternamente gracias.