Cerré el jueves con muchas
sorpresas. Inicié el viernes con demasiadas conmociones.
Sé que la vida es así, conocer y
conocer a las personas. Descubrirlas y aprender, siempre aprender. Todo es
enviado de arriba y estoy seguro que lo envían por algo. Aceptado está. La
bienvenida le he dado a mi realidad.
Es lo que escogí ser y me he
hecho acompañar de los que yo he querido subir a este barco que zarpó hace
muchos, muchos años atrás. A mi lado está la gente, mi gente. Mi familia y los
pocos amigos que he descubierto tener.
Seguiré caminando. Voy con los
pasos firmes y Dios guiándome por dónde ir. Y aunque poco a poco
las hojas del árbol se vayan cayendo por las tormentas, me tengo a mí y a mis
raíces. Firme. Sin doblarme.
Y tengo la tranquilidad de que
en mi pueblo, al frutal se le azota para que siga dando frutos. Quizá eso está
haciendo la vida con mis emociones.
Ya no sé si llorar o reírme de
todo lo que me pasa. Y como no me gusta quedarme con las ganas, quizá haga las
dos cosas. La primera será porque tengo sentimientos y la segunda será porque
tengo a mi niño interno, ese que solo juega y juega sin cansarse y sin percatarse
de todo lo que pasa a mí alrededor.
Estoy seguro que pronto todo
pasará. Que las cosas se acomodarán como si fuera el escritorio de un
oficinista gubernamental. Nunca he sido partidario del desorden y hasta mis
sentimientos tienen su propio cajonero. Bien catalogado.
Pero he de confesar: siempre es
duro observar que una rosa se doble, como si se arrodillara y con sus pétalos,
se abra para escupirte su polen en la cara en seña de burla. Para decirte que
ya dejó de ser una rosa y se ha convertido en una falsa mandrágora, destinada a
nunca curar las heridas que causa.
Pero así seguiré, amando al
rosal aunque ese rosal hubiese querido tener una maceta diferente, un cielo
distinto. Quizá en un patio que no
tenga el perro que ocasionalmente, le esparce sus orines.
Y en lo que respecta al resto de
lo que me rodea, nada puedo hacer. Me resignaré a esperar que todo mundo se de
cuenta de lo que tiene enfrente y acepte, como yo, lo que de arriba nos han
enviado como un claro presente.
Porque no puedo ocultarle a nadie que yo quiero seguir haciéndolo, aceptando lo bueno y lo malo. Necesito hacerlo para
valorarlo al máximo, para vivir caminando en la ruta que me tracé para vivir. Quizá nunca lo logre, pero el caminar ya está iniciado.