Ayer fue un día muy especial. Inicié una de las etapas
que más aprecio de mi carrera. Y me refiero a la oportunidad de compartir información con jóvenes a través de la docencia.
Un grupo numeroso en la lista pero pírrico en presencia.
Pocos alumnos acudieron con su cita universitaria.
Presentación de asignatura, criterios de evaluación, programa de
estudios y algunos aspectos a cubrir en mi materia fueron los temas de la primera
clase.
“Lo que mal inicia, mal termina”. Así solía rezar un escrito que la
Directora de mi bachillerato había mandado a pintar en la pared al final del plantel.
No pude
evitar pensar en ello al ver las ausencias de mis alumnos y recordar una obligación que tiene todo
estudiante: asistir a clases.
Sin embargo, mi esperanza es grande. Ojalá que en el
transcurso de los días todo se regularice. Porque de no ser así, nuevamente
volveré a ser “el malo de la película” al aplicar un reglamento que,
casualmente, el alumno firma cuando acude a inscribirse.
Pero aquí estamos, iniciando el ciclo una vez más, deseándoles el mayor de los éxitos a aquellos que no descansarán hasta construir un criterio profesional, basado en el estudio y la constancia, aferrados siempre en cristalizar sus anhelos.
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