Mucho se ha escrito
sobre la educación.
Yo la conocí muy
pequeño. Mientras cursaba la primaria siendo un niño me la recomendaba mi padre con
una mirada retadora y ante ello, terminé por aceptar la recomendación de por
vida.
Hoy que estoy en la
etapa profesional comprobé que no me mentían.
Me doy cuenta de lo mucho que
ayuda a la sociedad. Científicos, analistas, académicos, hablan de ella. Se le
observa como el mecanismo para sacar adelante a los pueblos. Llevarlos al
desarrollo.
Los que estamos
frente a un aula como docentes, insistimos día a día en lo que debe de
prepararse el universitario. La necesita para ir armado a la guerra laboral. No
solo para alcanzar sus metas sino para sobrevivir de pie en ella.
Acomodándome los lentes
y dando sorbos al café mientras repasaba las noticias del día, encontré
información que - lo confieso - me puso en una confusión total. No sabía si
reír o enojarme.
“Niegan a diputados recursos solicitados para
maestría” Ese era el encabezado de la nota periodística.
Y leía: “2.5 millones de pesos solicitados para que
17 diputados federales cursen la maestría en Economía Social en la Universidad
Iberoamericana, en Puebla”.
“El motivo era para
capacitarnos, para estar preparados y al nivel de los temas” Ese fue el argumento de la legisladora
federal al cuestionarle la solicitud de los recursos. Dinero del pueblo para 17
legisladores que reconocen no estar a la altura de su encomienda.
Imposible de creer,
pero tan real como la taza negra con café en mi mano.
Investigando un
poco más al respecto, mi asombro por la nota fue corto. Los posgrados son “nada”
ante lo que encontré y que, en honor a la verdad, es un secreto a voces.
Con base en
información publicada por Juan González Anaya y
Miguel Ángel Vargas a través de @ADNPolitico, encontramos que
cincuenta y seis legisladores federales no tienen título académico de educación
superior, lo que equivale a 8.9 por ciento de los 628 diputados y senadores.
Y con notas de este
tipo, pareciera que José Vasconcelos y Justo Sierra Méndez se equivocaron
cuando decían que solo la educación haría de los pueblos una mejor sociedad. Al
menos los que votaron por los legisladores sin estudios no lo ven así.
Hoy en el Congreso
de la Unión existe un legislador que cuenta únicamente con la primaria, 05 que culminaron
secundaria, 21 concluyeron la educación media superior, 17 que cursaron
estudios universitarios pero los dejaron truncos o no han obtenido el título
correspondiente, y 12 solo tienen carrera técnica.
De estos 56
legisladores sin título universitario, 44 son diputados federales, lo que
representa el 8.8 por ciento del total de 500 legisladores de San Lázaro. En el
Senado, 12 de sus integrantes no cuentan con licenciatura, es decir el 9.4 por
ciento de la composición de la Cámara Alta.
Adicionalmente, hay
23 legisladores federales que no difunden la información sobre su último grado
académico alcanzado. Con los zapatos limpios, las carteras abultadas y con expedientes
académicos que caben en una sola hoja, así caminan por los pasillos del poder
legislativo hombres y mujeres sin nada en los portafolios de piel.
Pero…¿cómo es
posible que pase esto? Sencillo: en México no es exigible tener estudios para
ser legislador. Ni la primaria es necesaria.
Desde siempre me he
manifestado por el hecho de que se exija como requisito el título universitario
para poder ser candidatos a algún cargo de elección popular.
Porque si esto pasa
con diputados y senadores, imagine usted ¿cómo estarán los regidores en los
municipios?
Con mi idea se
encuentran a la par otras expresiones. Jaime Cárdenas, Constitucionalista
y Doctor en Derecho, comenta que no sería positivo exigir un cierto nivel
académico, ya que atenta contra la pluralidad del Congreso.
Manifiesta que podría
excluir a sectores sociales sin mucha formación y que deben de estar
representados en las Cámaras. Al decir del Doctor en Derecho los indígenas no
tendrían la menor oportunidad.
Yo difiero con el
Doctor. Solo leerlo me resulta discriminatorio al deducir que por ser indígena
no se puede tener preparación académica. Y solo por citar un ejemplo: en
reciente Parlamento Juvenil celebrado en Chiapas, un joven indígena presentó su
propuesta de iniciativa de ley de una manera magistral. El mensaje: hay indígenas cursando
estudios universitarios.
En otro sentido, Érick
Gómez Tagle, consultor en materia legislativa, refiere que es importante
profesionalizar a quienes tienen la responsabilidad de regular la vida de todos
los ciudadanos, situación que difícilmente se logra con gente carente de
formación profesional.
Lo preocupante es
que el problema no sólo radica en la preparación de los diputados y los
senadores, sino en los productos que generan, toda vez que se avientan la
puntada de modificar, reformar, adicionar y hasta derogar leyes completas.
¿Cómo opinar de lo
que no conozco? ¿Cómo votar a favor o en contra de un tema que no entiendo? ¿Cómo
votar siendo legislador cuando yo no sé que no sé nada?
Y es triste
observar que ni la sociedad reparará en ellas en el momento de votar. Una
sociedad que sale a las casillas a depositar una boleta siguiendo la huella del
poder. Buscan al “elegido” del sexenio y cruzan su nombre en la boleta para no
equivocarse.
Ahora bien, si
analizamos las cosas desde la óptica de un legislador, pues resulta IMPOSIBLE
establecer como requisito el título universitario.
Sería como pedirles
demasiada “humildad” a los actuales diputados o senadores, ya que representaría
“auto-reconocerse” como NO ELEGIBLES. Y con eso de que quieren reelegirse, pues
lo veo demasiado difícil.
De los asesores de
los legisladores ni hablamos. Cada tres años vemos rostros nuevos. Y cada tres
años, otra vez, al igual que a los diputados, nuevamente a capacitarlos.
No comprendo porque
los legisladores no cubren con recursos propios su preparación profesional.
Todos quieren dinero del congreso para sus estudios. Qué ironía: con dinero
público cubren una carencia personal.
México no solo
requiere hombres y mujeres con principios, ética, responsabilidad y honestos.
Hoy hay que agregarle a ello estudios profesionales.
Porque aún y cuando
una preparación profesional no garantiza eliminar los errores, al menos si
minimizan los riesgos de que se presenten.
Ante todo esto,
surgen varias interrogantes:
¿Hasta donde
tenemos culpa los ciudadanos al emitir un voto no razonado? ¿Quiénes son más culpables…los
diputados sin estudios por pedir un voto cuando son candidatos o los ciudadanos
con estudios por darlo?
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