Fue en Domingo. Acudimos a la ceremonia de graduación
de los que hasta hace poco tiempo tuve la oportunidad de tener como mis alumnos en una materia.
Sin conocer a nadie cumplí con la formalidad de la
presentación de la primera clase. Y ese fue el inicio de una gran travesía, de
un gran aprendizaje.
Me habían asignado una materia dentro del programa de estudios de la Maestría en Administración Pública. Y frente a mi estaban los alumnos, pero también los profesionistas.
Muchos de ellos en el sector público
a nivel directivo y otros, en camino hacia ese nivel. Con basta experiencia en el ámbito en el que se desempeñan.
Fueron muchas anécdotas académicas las que matizaron las
clases que tuve con ellos. Pero he de sincerarme: aprendí de ellos. Y me refiero a su fortaleza interna.
Porque en el aula encontré desde aquél padre de familia que
busca predicar con el ejemplo del estudio para que su propio hijo estudie, como
también de aquella mujer que buscaba no solo ser exitosa al frente de su
familia sino también de una función directiva.
En el aula me tocó verlos lidiar con sus miedos para exponer una temática. Me tocó observar como los nervios frenaban el avance en una participación, pero también como superaban todo para salir adelante.
Agradezco profundamente la distinción que me hicieron al
finalizar la materia al nombrarme su Padrino de Generación.
Más allá de un halago, más allá de las fotos con las togas,
la corbata, el discurso, me queda el gran compromiso que representa el ser su
padrino.
Quizá muchos catedráticos vean esta acción como una
actividad más, una foto más. Pero para mí, representa el poder acompañarlos
ahora en su vida laboral. El no defraudarlos. Y a ello le estoy apostando.
Mis mejores deseos para cada uno de ellos. Que en su vida
profesional y personal, todo resulte como lo han planeado.
Que Dios los bendiga.
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