Por: Luis Alberto Luna León
Con la puesta en marcha del negocio, un
objetivo más se había alcanzado en la vida de Odiseo. Es del tipo de hombres
que debe de tener mucho cuidado con lo que piensa, porque sus deseos de triunfar
los vuelve realidad.
Cada meta, cada línea trazada, cada
punto de llegada imaginado o propuesto había sido cumplido. El confiaba mucho
en la virgen de Guadalupe y a ella se encomendaba siempre.
Confiaba porque sabía que al juntar su fe con su capacidad de trabajo, cualquier cosa la obtendría. Y es
que para él no había domingos ni días festivos. Todos los días eran para
trabajar. Con esa filosofía de vida creció. Desde muy chico aprendió eso, y lo hizo
exactamente cuando empezó a trabajar boleando zapatos. Nunca tuvo estudios. El
tercer grado de primaria fue su mayor triunfo escolar. Y llegó hasta ese nivel por
insistencia de su madre. Las “cuerizas” por no asistir a clases eran cosas de
todos los amaneceres.
Por ello, vencida y cansada de esa
problemática, doña Mariana –su madre- decidió sacarlo de la escuela. Y es que
hasta sus oídos llegaba la noticia que Odiseo siempre se escapaba de la
escuela. Las pozas eran el destino perfecto para “irse de pinta”.
Con los amigos y acompañado de sus
resorteras, iban a nadar a esas aguas represadas de lluvia y rodeadas de palos
de mango. Y hasta allá tenía que ir doña Mariana a buscarlo para jalarle las
orejas y llevarlo a casa.
Para Odiseo, no había premio más
preciado que, después de nadar y aventarse sus buenos clavados, se sentaban a
chapotear los pies a la orilla de la poza y comer el mango verde con sal
derribado con la primera piedra que entrara en la resortera.
Por más que doña Mariana insistía en
que Odiseo estudiara, todo era inútil. Odiseo no quería acudir a la escuela.
Era un niño que solo gustaba de hacer amigos, nadar, cortar rosas e
intercambiarlas por dulces con Cuquita, la niña que atendía la vendimia afuera
de la primaria.
Aunque muchos cuentan que no siempre
hacía eso. Dicen que Odiseo entregaba una rosa pero guardaba dos. Y lo hacía
con mucho cuidado para que Cuquita no se percatara de ello. El reservaba esas
dos rosas para su amor platónico. Si, el tenia un amor imposible. Y era algo
que no se lo contaba ni a Enrique, su mejor amigo.
-Para quien son esas rosas, Odiseo
–preguntaba Enrique al tiempo que lo tomaba del brazo para aminorar su marcha.
-No te lo diré. No quiero que sepas. Es
un secreto.
-Ya, anda, dime para quien son. Prometo
no decirlo con nadie.
-No insistas. No diré nada.
-Si no me dices, le diré a la niña de
los dulces que tienes otra novia.
-Este…bueno, te lo diré…ejem… son…¡para
la virgen de Guadalupe!
Enrique le creyó. Y con ese misterio a cuestas, Odiseo le llevaba las rosas a su amor callado. Ese que solo el sabía y que no compartiría con nadie.
Tiempo después se supo que las rosas en
realidad las entregaba a la hija de su maestra. Una niña de cabello negro y de
ojos grandes, con unas cejas gruesas y de coletas arriba de las orejas. Ella
había cautivado el corazón de Odiseo desde que su maestra la llevó como
invitada a un festival que realizaron en la escuela.
Pero el jamás le hizo saber de sus
sentimientos. Solo enviaba esas rosas. La veía como inalcanzable, algo
imposible. Estaba consciente que la pobreza era algo que ya lo había golpeado
muchas veces.
Y es que él, a pesar de su corta edad,
ya empezaba a demostrar su madurez. Sabía que ella era una “niña bien” y que él
estaba por debajo de su posición.
Odiseo se preguntaba: ¿quién se va a fijar en un niño de pantalones rotos y de huaraches de cuero?
Una vez más, la falta de dinero le
hacia una jugarreta. Por mucho tiempo el cerró los labios. Calló sus más puros
sentimientos. Y esa sensación de impotencia por no tener dinero, hizo que en el
despertara otro sentimiento. Quizá el que le vino a definir su personalidad
para toda su vida. La ambición.
Odiseo se juró trabajar muy duro. Algún día iba a tener lo que en ese momento le impedía tener el amor de una niña. El se proyectó trabajar para ser alguien. Con ese nuevo matiz en su personalidad y con el recuerdo de aquel “trueque” infantil de rosas por dulces, fue conociendo el comercio hasta poner su propia empresa.
Cuento 5. La mirada de Blanca
Cuento 1 La ausencia del ayer
Cuento 2 La aventura
Cuento 3 Construyendo el sueño
No hay comentarios.:
Publicar un comentario