febrero 12, 2015

Cuento 8. Las voces mudas




Fue como un choque abrupto. Todas estas imágenes, todos esos momentos, todos esos recuerdos se fueron agolpando en la mente de Odiseo mientras estaba ahí, sentado en esa silla y hundido en ese silencio que solo da la melancolía.

Abrió los ojos. Volteo a ver su nueva realidad. Su cabeza se convirtió en un ventilador de pedestal. Observaba todo. Fijó su mirada en cada cuadro que había colgado frente a él. 

En cada grieta. Ahí estaban las fotos. Sólo fotos. Imágenes capturadas que colgaban de cuadros sostenidos por clavos oxidados. Eso era lo que quedaba de esa vida llena de éxitos y grandezas.

Una a una las fue analizando como si se tratasen de algo nuevo para él. Amigos del ayer, ausencias del ahora. Esa es la característica de aquel que tuvo y que hoy no tiene. No cabe duda que “don dinero” es el anfitrión predilecto de la sociedad.

Odiseo posó su mirada en cada foto. Las escudriñaba. Se observaba. 

De pronto, ellas cobraron vida y empezaron a hablarle y en ese cuarto se escuchó un murmullo que poco a poco iba cobrando fuerza en la mente de Odiseo.

Fue tan grande el ruido de ese silencio que una de ellas le llamó su atención. Era la foto de la inauguración de la segunda tienda. El corte del listón.

Las risas y la emoción reflejada en cada rostro ahí retratado. Imágenes que encierran emociones y sentimientos que son congeladas solo para ese momento, pensando en que quizá no volverán jamás. Y en efecto, no volvieron jamás.

La inauguración de la segunda tienda de accesorios para bicicletas fue, sin duda, el mayor de los orgullos de Odiseo. Y era así, porque no solo se trataba de una tienda más.

Representaba el haber construido un edificio de dos pisos. Era ir día con día, durante 90 madrugadas a supervisar a los albañiles para guiarlos en la consumación de su sueño. Y lo logró. Una vez más, Odiseo lo logró. Pero para todos era sabido que ese logro era más por Blanca que por él. Blanca era la que administraba y la que se quedaba en el negocio mientras Odiseo se escapaba con los amigos.

Para la edificación, él no contrató a ningún arquitecto. Pensaba que no iban a interpretar lo que tenía en la mente y decidió ser el mismo el responsable de la construcción.

Era un edificio con cimientos fuertes. La primera planta media de alto casi 3 metros. Siempre pensó que construir espacios con alturas pequeñas era un error. Un desperdicio. Creía que no daban la imagen de amplitud. La segunda planta era un espacio con las mismas características, sólo que estaba destinado para ser un lugar para las fiestas. Esas que ya empezaban a abundar.

Ese edificio fue construido en la calle cinco de Valle Nuevo. Relativamente cerca del centro de la ciudad. Para poder atenderlo, Odiseo y Blanca se habían dividido las actividades. Ella atendería la primera tienda y él la segunda.

Y lo habían decidido así, por insistencia de Odiseo. ¿A qué niño no le gusta jugar con juguete nuevo?

En el día de la inauguración muchos rines de bicicletas fueron demostrados. Demasiados para el gusto de los invitados. Pero Odiseo lo puso así para proyectar la buena inversión que había realizado en esa empresa.

Los mejores accesorios, las mejores marcas estaban exhibidas y listas para ser comercializadas, todas en lujosos vitrales. Nada comparado con los exhibidores de la primera tienda.

En esta ocasión, los vecinos del lugar no fueron invitados. Había más dinero, más amigos, más compromisos que atender. La prosperidad se había convertido en una constante para Odiseo y para Blanca.

Dicen que hasta las invitaciones cambiaron. Ya no fue el tocar de puertas de Blanca y de Lucía en las casas de los vecinos. En esa ocasión, se diseñó una invitación especial. Odiseo había comprado infinidad de juguetes con la figura de bicicletas a escala y las había pegado en una bonita tarjeta con los datos de la inauguración.

Ya no fue aquel viejo aparato musical de doble casette lo que amenizó el acto. Para este evento se había contratado a un tecladista. El más famoso de Valle Nuevo.

Tampoco fueron los guisos de doña Mariana los que se sirvieron. Se cambiaron por lujosos banquetes servidos por meseros contratados para la ocasión. Bocadillos de “La boutique del mollete”, la más reconocida de la ciudad.

Y lo más curioso del caso, es que también los sentimientos habían cambiado. La gratitud del ayer demostrada por Odiseo a doña Amelia ya no existía. De hecho tampoco ella fue invitada.

El amor expresado en aquel abrazo que él prodigara a su hermana, a su madre y a Blanca en la primera inauguración se había evaporado. Quizá con el calor de los nuevos amigos.

Tampoco la fraternidad, la alegría sana y la solidaridad de aquellos vecinos estaban presentes. Muchos de los asistentes estaban ahí, porque Odiseo era un hombre rico y pues, había que estar con los del dinero.

Y nuevamente Odiseo, Blanca, doña Mariana y Lucía estaban ahí. Acudiendo a una cita más con el destino.

Todos vestían impecablemente. Odiseo encabezaba la lista. Con una guayabera blanca de manga corta, de pantalón blanco y calzado del mismo color. Además, portaba sus lentes con armazón dorada de gota de aviador y de cristal transparente.

Blanca tenía un vestido casual en colores verde y negro. Doña Mariana con un vestido floreado y con el cabello recogido en una “cebollita”. Lucía vestía un pantalón en color crema y con una blusa de manga larga con cuello de tortuga en color shedrón.

Cada uno vestido con la elegancia que ameritaba la ocasión. Todos listos para la gran inauguración.

Pero todo había tomado una forma diferente. El dinero había entrado a la casa y con ello, la sonrisa se había convertido en algo eterno, pero solo en el rostro de Odiseo.

Fueron veinte años los que separan a una tienda de la otra. Años en los que Odiseo hizo negocio tras negocio. Todos ellos con la perfección necesaria para lograr consolidarlo como un empresario.

Blanca, por su parte, se la pasó llevando a cabo la administración del dinero. O mejor dicho, tratando de cuidar el dinero.

Odiseo se estaba acostumbrando a malgastar el capital amparado en la frase “mañana lo recupero” y lo hacía sin recordar que el dinero jamás regresa. Es agua que sigue su ruta. Si no se “represa” para alimentar a las flores, el agua se va.

Las aventuras sentimentales de Odiseo también fueron creciendo. Pero esta vez, ya no cuidaba las formas. Se dejaba ver por los lugares más lujosos en compañía de diversas mujeres.

La vida es muy caprichosa con las imágenes que nos regala. Platican que por un lado Odiseo se paseaba en coches de lujo con sus amantes y, por otro lado, en ese mismo instante, Blanca de la mano con sus hijos parada en la calle esperando un taxi para trasladarse bajo el sol candente. 

Así de cruda es la vida. Pero todo cambia cuando menos lo esperamos. O, en el mejor de los casos, todo cambia cuando uno desea que cambie. Así es la vida. Y la de Blanca no es la excepción. Por ello, ya empezaban a caminar en su mente futuras decisiones.


Cuento 1.- La ausencia del ayer
Cuento 2.- La aventura
Cuento 3.- Construyendo el sueño
Cuento 4.- La sangre de Odiseo
Cuento 5.- La mirada de Blanca
Cuento 6.- La esperanza
Cuento 7.- La familia



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