
Alfonso y Horacio crecieron bajo un
ambiente de tensa calma. Es difícil reconocer para dos hermanos, que vivir en un
mismo hogar puede representar vivir dos mundos en un mismo techo.
Y aunque Blanca y Odiseo se empeñaban en dar
el mismo trato para ambos, las cosas no eran así. Siempre la balanza tiende a
inclinarse hacia un lado y en esta familia no se presentó la excepción.
Sin embargo, todo estaba generando un
gran impacto en cada uno de los miembros de esa familia que ya se encontraba
rodeada de las mieles del dinero, pero ya los estaba empalagando.
Había cosas que no deberían de estar viviendo
y de eso, ya se estaban percatando.
Blanca se empezó a dar cuenta de la falta de atención por parte de Odiseo para con sus hijos. Observaba que día con día las ausencias eran más notorias, que la imagen paterna era algo que sus hijos ya estaban perdiendo y la angustiaba mucho.
Ella era mujer y no sabía cómo poder compensar esa situación. Ellos necesitaban de un líder, de un dios, tal y como ella vió a su padre cuando niña.
Por tanto, trató de apegarse más a ellos, de estar siempre al lado de sus dos hijos. Y para que Alfonso y Horacio entendieran que podían contar con ella, dibujó en la mente de sus hijos una figura que serviría para poder ejemplificar eso.
Ella les hacía ver que los tres eran como un pedestal, un fuerte pedestal que solo se podía sostenerse si los tres pies están juntos, unidos. Y decidió sentarse a la mesa con ellos para transmitírselos. Y lo logró. Juntos se abrazaron y lloraron por todo lo que Odiseo estaba haciendo.
Y en ese momento, en ese abrazo, se sintieron
cobijados por Blanca. Esto hizo que poco a poco y con el paso del tiempo, ella se convirtiera en ese
pilar moral que tanto necesitaban los hijos.
-¿Porque mi papá toma tanto, mami?
-No lo sé, Horacio. Pero ya fui con una comadre para que me dé una oración. Dicen que esa oración es muy milagrosa y que siempre te cumple lo que le pides.
-Pues le recemos todos los días, mamá. No me gusta que mi papá nos pegue.
-No juzgues a tu padre. Dios sabe porque hace las cosas y debemos de aceptar su voluntad.
-¿pero porque Dios permite que te pegue, mami?
-Hijo, hay cosas que no puedes comprender. Mejor duérmete. Yo aquí te cuido el sueño.
Esas escenas eran ya una rutina para Blanca. Ella estaba
enojada con la vida pero no podía renunciar. Sabía que el matrimonio era
difícil, pero nunca pensó la magnitud de esa palabra.
Odiseo siempre tenía la palabra exacta para contentarla.
Después de los grandes pleitos, siempre terminaba perdonándolo. Él era el
primer amor de su vida. Y el único. Su cuerpo no conoció más caricias que las
que Odiseo le prodigaba. El amor que sentía por él era inmenso.
Pero ahora había algo que la unía más a él. A Blanca no
le importaba sufrir cada golpe, cada puñetazo, cada patada con tal de que sus
hijos crecieran con Odiseo.
Ella había crecido huérfana de padre y no quería ser ella
la que les diera a sus hijos la desdicha de también crecer así.
Odiseo se dio a la tarea de alejar a Blanca de su
familia. Sus hermanos y su madre ya no eran frecuentados por ella. Eran mala
influencia para ella. Eso argumentaba él siempre.
La verdad era que no quería que le contaran de sus
andanzas. Que no fueran a decirle la infinidad de veces que lo habían visto en
la calle acompañado de otras mujeres. Quería evitar el que la “mal
aconsejaran”. Por eso el decidió cortar de tajo esa relación y Blanca lo
terminó aceptando.
La familia de Blanca se limitaba a doña Mariana, Lucía y
sus hijos. En ellos debía de volcar su cariño y ella aceptó, con el sentimiento
de frustración que la carcomía por dentro.
Pero todo estaba llegando a los límites, esos en donde la
propia vida te coloca en las narices las encrucijadas.
Hay momentos en los que los seres humanos deben de reconocer el lugar en donde están, observar todo lo que los rodea y saber si esa realidad es la que quieren para ellos y para toda la vida.
Hay momentos en los que los seres humanos deben de reconocer el lugar en donde están, observar todo lo que los rodea y saber si esa realidad es la que quieren para ellos y para toda la vida.
Darse cuenta que estamos en el lugar equivocado no
siempre es fácil. Representa reconocer que nos equivocamos. Significa modificar
algo y todo cambio duele aunque haya esperanza de por medio.
Si algo empaña el vidrio, sólo hay que alejarlo del
vidrio. Así de simple. Y Blanca ya estaba asimilándolo.
Siempre he creído que cuando una mujer se ha decidido en
redireccionar el camino, no existe poder humano ni espiritual que la haga
cambiar. Eso es algo que las mujeres tienen pero pocas se dan cuenta de ello:
la fuerza de su voluntad. Y Blanca, la madre de familia, la ahora pilar moral
de sus hijos, ya se aprestaba para ello.