marzo 16, 2016

Cuento 12. El triunfo de Horacio



La convocatoria los había emocionado. La felicidad que ese día llegó a la casa de Blanca fue por demás apoteósica. A todos cimbró.

La sonrisa en los labios no se la quitaron a pesar de la crisis económica en la que estaba el mundo. Su mundo.

Pero al llegar la noche y cuando las emociones se enfrían, todos se fueron a sus habitaciones. Y ahí, en la penumbra, había alguien que estaba con sentimientos encontrados.

Blanca no pudo dormir esa noche. Estaba muy emocionada con la ilusión de su hijo pero en el fondo, sabía que ese concurso representaba gastos. Ella no quería truncar los sueños de su hijo.

Aún con el desvelo a cuestas, al amanecer, se dirigió a la recamara de Alfonso.

- hijo, despierta. Tenemos que hablar.
-¿Qué pasa, mami? –dijo Alfonso mientras se incorporaba preocupado.
-Tu hermanito está muy emocionado con el concurso pero no tenemos dinero para poder apoyarlo. ¿Qué hacemos, hijo?
-mmm…¿de plano no tenemos dinero?
-No hijo, no hay. Tu papá está gastando mucho dinero. Ya se lo dije pero dice que él sabe lo que hace.
-¡pero no podemos decirle esto a Horacio, mami!
-lo sé, hijo, lo sé, pero ¿qué hacemos?
-tenemos que buscar apoyo, alguien que nos preste dinero.
-eso es imposible hijo, no tenemos nada con que garantizar esos préstamos. Todo está hipotecado. Todo lo debemos hijo.
-pues no sé cómo le haremos, pero tenemos que ayudar a mi hermanito. Es su oportunidad madre, si gana el concurso representara a Valle Nuevo en el concurso nacional y su vida cambiará.

A partir de ese momento, madre e hijo se dieron a la tarea de buscar los pocos amigos con los que contaban. Muchos les habían retirado la amistad por el actuar de Odiseo.

Sin embargo, reconocían que Blanca era una mujer responsable y les unía a ella un sentimiento de respeto. Tendrían que apoyarse en ello para lograr su objetivo.

Fue un gran peregrinar el de Alfonso y Blanca. Madre e hijo acudieron a todos aquellos que creían les podían tender la mano. Pocos fueron los que ayudaron.

Mientras esto pasaba, Horacio estaba metido en el diseño de lo que sería su obra maestra, de aquella obra de arte que le permitiera ganar el concurso.

Los días pasaban y poco a poco fue fluyendo el dinero. Un tío de ellos, hermano de Blanca, fue quien brindó todo el apoyo económico. Pagó todos los gastos. Desde el traje que Horacio portaría en el evento hasta quien le hizo el corte de cabello.

Mientras tanto, Odiseo jamás se percató de todo esto. Se limitó a presumir a su hijo menor con los amigos y a decir que si ganaría la competencia. Lo que para Odiseo era fiesta, para Blanca y para Alfonso era una preocupación. Sin embargo, los ánimos nunca decayeron.

El día del concurso había llegado. Horacio estaba vistiendo un elegante traje con corbata roja y se alistaba para acudir puntual al evento. Aunque, en el fondo, esta situación siempre le preocupaba porque la puntualidad jamás fue su máxima virtud.

Los jueces vieron desfilar las obras de arte participantes. Las favoritas eran coreadas por el público asistente y dentro de ellas, no estaba la de Horacio. Sin embargo, algo en su interior les decía que la suerte estaría de su lado.

El veredicto fue hecho público. Horacio había sido el elegido. Horacio había ganado.

El júbilo fue inmenso para todos los de la mesa de Horacio. Los abrazos y las felicitaciones empezaron a surgir como una erupción de geiser. Horacio lloró en el momento de recibir su premio.

A partir de ese momento, la vida de todos cambió. Pareciera que la vida se empeñaba en hacer contrastes muy duros. Por un lado llegaba la felicidad y en ese preciso momento, empezaba la tristeza. Algo siempre empañaba el momento después del éxito.

Odiseo y Horacio estaban engolosinados con el triunfo del segundo. La alegría los inundaba hasta rebalsarlos. No caían en sí mismos. Todo era hablar del primer lugar y los planes no se hicieron esperar. Pero para Blanca, el éxito de su hijo ocupaba solo una parte de su pensamiento. Su pensar también estaba fijado en cómo pagar el dinero usado en el concurso de Horacio. Y Alfonso también compartía en su interior tenía esa preocupación.

Y es que las familias presentan siempre  estas contradicciones, estas características. Aún y cuando provienen de la misma formación y de los mismos padres, los hijos siempre poseen diferentes personalidades, diferentes formas de ver la vida, de actuar, de pensar.

Mucha gente opina que esto se debe a una cuestión meramente natural. Es decir, que no existe ningún factor que lo determine, que así es siempre.

Otros opinan que la personalidad de un hijo está estrechamente relacionada con los sucesos que han matizado a su propia vida.

Un hijo que ve la vida real desde muy pequeño, que se enfrenta a problemas desde muy niño, aprende a madurar también desde esa misma etapa.

Y es quizá esto último lo que daría el fundamento necesario para comprender el hecho de que mientras Horacio se empeñaba por dejar crecer sus alas, Alfonso se aferraba a dejar crecer sus raíces.

Alfonso, el hermano mayor, quería consolidarse en su tierra, con su gente, hacerse de un nombre, de un prestigio, y ya con esto a cuestas, poder emprender el vuelo profesional. Es decir, hacer que su nombre trascendiera pero el, siempre pegado a su familia, siempre al lado de sus padres, a su abuela y a su tía, a “su gente”, como el la denominaba cariñosamente.

En cambio, con Horacio se presentaban otras cosas. Horacio quería irse de Valle Nuevo. Conocer otros lugares. Aventurarse. Y con el triunfo y con el pasar del tiempo, él poco a poco se empezó a perder en la soberbia “respaldado” en sus sueños.

De una o de otra menara, se logró reunir el dinero para cubrir los gastos por el concurso de Horacio. El problema estaba resuelto pero no era la solución para todo lo que estaban pasando.

Esto hizo que Blanca hiciera una seria reflexión de todo lo que estaba pasando. Una más de las que estaba teniendo en su vida.

Se dio cuenta que por amor ella había entregado vida, alma y pensamiento a Odiseo. Que jamás ella había chistado ni exigido nada. Todo lo había aceptado tal y como él lo pedía o dictaba.

Pero hoy ese amor profesado hacia Odiseo, su esposo por muchos años, ya estaba generando estragos más profundos. Y lo estaba haciendo casualmente con lo que ella amaba con las fuerzas de su corazón. Sus hijos. Eso la sacudió.

Alfonso y Horacio siguieron con el desarrollo de sus propias vidas. Horacio se fue de Valle Nuevo y fue la ciudad de los ángeles su nuevo destino.

Alfonso continuó con sus estudios para posteriormente empezar a laborar en el gobierno municipal.

Pero Blanca sabía que habían asuntos pendientes. Que su vida había sido obscura, soportando humillaciones, golpes, desprecios, traiciones y hasta olvidos por parte de Odiseo.

Volteaba la vista hacia el cielo y lo que ella observaba eran solo nubes negras. Es el paisaje que ven aquellos que tienen problemas.

Y solo un haz de luz había frente a ella. Y eran sus hijos. Ellos eran lo que la motivaba a tomar una decisión que marcaría su vida. Pero tomar decisiones nunca ha sido fácil. Y más aún, cuando esas decisiones significan dejar de ser quien uno es.


Pero Blanca lo había decidido y para allá forjaba su carácter. Solo faltaba una pieza para armar el rompecabezas de su vida. Y ya sabía en dónde encontrarla.

Cuento 11.- Los hijos crecen





marzo 03, 2016

Para los cómicos






“En la civilización del espectáculo, el cómico es el rey”. 

Y lo aclaro, no es indirecta para aquellos que se hacen los graciosos para ganar simpatías o buscando protagonismos.

La frase no es para nadie en especial. No se sientan ofendidos. Porque pareciera que todos nos ponemos un saco que nadie confeccionó.

Esta frase la escribió Mario Vargas Llosa en su ensayo "La civilización del espectáculo".


Y subrayo, no es para nadie, salvo para los cómicos.

Me preguntan si soy feminista

Hoy por la mañana me preguntaron si soy feminista.

La verdad me sorprendió esa pregunta. Digo, ¿Qué importancia tiene el que un hombre sea feminista o no?

Dudas de hombres, esas que a veces no comprendo su relevancia.

Pero bueno, después de dar mi respuesta, salieron por arte de magia los verdaderos motivos de la pregunta. No era curiosidad. Era conocer mi postura para que en caso de ser feminista, me atacaran a través de la mofa.

Grande fue la sorpresa con mi respuesta. Y para evitar incógnitas sobre ello, aquí dejo un texto en donde expreso mi sentir sobre el tema.

Lo publiqué tiempo atrás, pero es un texto que sigue tan vigente como mi opinión al respecto.

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