Siempre me
han gustado las sorpresas.
De hecho,
mi vida ha estado rodeada de ellas. Desde aquella vez en las que el destino me
acercó a personas que le dieron un significado especial a mi vida y que se
fueron de ella haciéndome ver que me había equivocado; hasta aquella ocasión en
las que mi compadre me llamó con engaños para pedirme que fuera a su casa y ahí regalarme
una cachorra bulldog que hoy alegra mis llegadas a casa.
Sin
embargo, nunca creí que mi salud iba a ser pretexto para una sorpresa. Si, una
dolorosa y urgente sorpresa.
Por
situaciones laborales tenía que trasladarme a la ciudad de México. Era el
primer vuelo del día y tuve que madrugar para acudir al aeropuerto a la hora
indicada. Con mis amigos y compañeros de trabajo nos trasladamos al lugar en
donde habría que desahogarse la reunión. Pero teníamos el tiempo suficiente
para desayunar previo a nuestra cita.
Ahí se
acentuaron los dolores. Una punzada por debajo de la costilla derecha me hizo
pedir algo ligero para el desayuno. Fruta fue la elección.
Sin
embargo, conforme los minutos pasaban el dolor se incrementaba.
Durante la
reunión de trabajo todo cursó sin novedades. Todo menos mi dolor. Ese iba en
aumento. Y para la tarde ya era insoportable.
Desde la
ciudad del smog y ya en el aeropuerto esperando mi vuelo de regreso a Tuxtla
Gutiérrez hice algunas llamadas. Una de ellas fue para Benigno Rodríguez
Ovando, amigo mío desde la escuela primaria.
Por los
síntomas que presentaba el diagnóstico a "ojo de buen cubero” que Benigno tuvo
fue la vesícula. Me hizo saber de la necesidad de realizarme un ultrasonido
para confirmar o descartarlo.
Me citó en
su consultorio y a mi arribo a Chiapas me dirigí a verlo. Y así fue. La
vesícula presentaba complicaciones y necesitaba extraerla.
Al otro
día, busqué una segunda opinión. El resultado fue el mismo.
Por lo que
me indicaron que era urgente la operación y ante ello, no hubo argumento para
un receso. Es más, el dolor que yo presentaba no me permitía pensar en un
remedio paliativo.
Y pues hoy
heme aquí, en completa recuperación. Con el ánimo positivo al 100 por ciento. Con la mejor de las actitudes. Esperando que
el tiempo haga lo correspondiente en mis heridas.
Recibiendo los mensajes de
texto y las llamadas telefónicas de aliento y de buenas vibras de aquellos que
siempre han rodeado mi vida.
Y
nuevamente lo reitero. Las sorpresas han sido y seguirán siendo parte de mi
vida. Y creo que febrero me sorprendió como nunca antes. Y de enero, ni se
diga.
Hasta la próxima operación.
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