Hoy comparto unas líneas
dedicadas no a la oratoria, sino más bien, a aquellos que han obtenido triunfos
en la oratoria.
Que tristeza me da el
reconocer que la humildad y la sencillez son señoras de la tercera edad y por
ello, no conocen algunos de los jóvenes oradores de las nuevas generaciones.
Siempre he creído que la vida no se acaba ni inicia con los premios obtenidos.
Forjarse un nombre cuesta.
No son los premios o los primeros lugares los que nos dan un lugar en el pódium
de la vida. Son nuestras acciones.
Día a día con cada uno de
nuestros actos, vamos poniendo un sello a nuestro nombre. Caminando, apoyando,
construyendo, uniendo.
Esa es la razón de la oratoria. Y hoy, sentado en la banca de la vida,
veo como se despedazan esas nuevas generaciones. Como el primer lugar alcanzado
por unos, representa la burla de los otros. Muchos amparados en sus logros.
Muchos al cobijo de sus primeros lugares alcanzados.
Ojalá algún día se dieran cuenta que muchos niños que inician en la
oratoria los ven como el ejemplo a seguir; que los leen y observan en sus redes
sociales. Que la mofa y la sorna que destilan en sus letras por sus compañeros
de generación causan desconcierto a esos niños que ya los ven como sus ídolos.
Sin embargo yo, quien los lee al igual que esos niños, sólo desea que la
propia vida, con el paso del tiempo, los haga reflexionar para hacer de ellos,
ese bloque generacional que tanto necesitamos no sólo los que gustamos de la
oratoria, sino más bien, lo que como sociedad chiapaneca necesitamos.
Porque nada sería más grave que esos grandes valores jóvenes que hoy
tiene la oratoria en Chiapas, dejen de ser lo que en mis clases de oratoria les
hago ver a los niños: el ejemplo claro de lo que debe ser un campeón.
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