Tuve la oportunidad de
verlo a la distancia. Caminaba erguido. Sonriendo. Siempre con la seguridad que
poseen los superhéroes en las historietas de los comics.
Y es que en su sola
mirada irradiaba orgullo. Para él, saberse poderoso, protector, atento e
incluso valiente era algo que lo hacía sentir único, especial.
Siempre a la espera de
ser llamado por los niños de esa casa para resolverles una situación cualquiera.
Pero de pronto, todo
acabó.
Era una noche cualquiera
para todos. Pero para él, no fue así. Esa noche fue la más triste.
Recorrió cada espacio buscando
a alguien que le diera vida. Un superhéroe necesita ser llamado por alguien
para que entre en acción y él lo requería.
Con la angustia en el
rostro, fue a cada habitación. Pasó por la cocina, por la cochera. Incluso se
asomó a los baños y fue al lugar en donde solían jugar con la pequeña cachorra en
la parte trasera de la casa.
Pero no había nadie. Todo
era silencio.
Se dio cuenta que, de
pronto, se volvió invisible. Ya nadie lo observaba y mucho menos le llamaba
para que fuera en su auxilio.
Por ello, al percatarse
de que sus poderes ya no eran necesarios, decidió tomar una maleta y la colocó
en medio de la sala.
Con sus manos, recorrió
el cierre para abrirla de par en par. Había que tomar la más difícil de las
decisiones que todo superhéroe hace cuando ya no hay a quien salvar.
En esa maleta guardó la
plastilina con la que alguna vez les hizo una maqueta. También tomó el engrudo,
los globos y el papel periódico con el que alguna vez hiciera un dinosaurio
para que lo llevaran como un trabajo escolar.
Buscó los tenis con los
que muchas veces fue al parque de la colonia en la que vivían y en donde él iba
atento para protegerlos por si alguien intentaba hacerles algo.
También guardó el
silicón, los muñecos y la pintura con la que infinidad de veces les ayudó para
alguna tarea de la escuela. Es más, guardó los gestos y las muecas que hacía
con esos niños mientras se tomaban una fotografía.
Ni que decir de todas
las bolsas de ánimo que él les daba a esos niños cuando intentaban subir a una
pared para escalarla en alguna fiesta infantil o cuando les hacía saber que,
con sólo ponerse una máscara, tendrían poderes más grandes de los que él
poseía.
Y sí, lo reconozco.
Había mucha tristeza en su rostro. Ya no usaría más la fuerza para levantar a
esos niños con sus bracitos a los lados y moverlos por los aires simulando ser
el más hermoso de los avioncitos.
Aquellas idas a la playa
con esos niños para conocer el mar y el enterrarlos en la arena habían quedado
atrás.
Los recuerdos de cuando
le enseñó a ese hermoso niño a manejar un triciclo en ese parque recreativo también los guardará.
Los brincos que daban en los
sillones del juego de sala de esa casa mientras escuchaban canciones ya no se
repetiría jamás y el silloncito aquel que se hacía cama y que muchas veces sirvió
para que uno de esos niños se durmiera después de una comida cualquiera ya no
se usaría más.
No cabe duda. La vida de
superhéroe brinda muchas satisfacciones y alegrías. Te da la oportunidad de
estar presente en la vida de esos niños para hacerlos felices. Seguros de sí. Sintiéndose
amados, respetados y protegidos.
Pero también, tiene un
lado triste, una dura verdad: los superhéroes sólo existen cuando hay un niño a su lado.
Por eso, en esa maleta
decidió meter todo para guardarla en lugar de esa casa. A la espera de que el
tiempo transcurra.
Mientras tanto, él seguirá
con su vida. Viviendo sin que nadie sepa que él era ese superhéroe que les
hizo reír tantas veces. Sin que nadie sepa que muchas ocasiones lloró en
silencio cuando los veía enfermarse y que le rezaba a dios para que pudieran
curarse.
Y así seguirá, viviendo
de incógnito como todo superhéroe, a la espera de que pronto esa maleta pueda
ser nuevamente usada.
Pero a diferencia de la señal
que Batman recibía a través de una luz en el cielo, a él sólo le bastará saber que en esa casa nuevamente llegarán los niños y con ello, poder escuchar
una mágica palabra que hará que todo lo contenido en la maleta pueda ser vuelto
a usar.
Él sólo deberá escuchar...
“¿jugamos, abuelo ?”
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