No existe oratoria sin libros, sin ensayos, sin equivocarse para corregir el camino y volverlo a intentar una y otra vez. Es reinventarse. Es hablar con fundamento en ley y fundamento en vida. Es no descansar. Es ser abierto de pensamiento para recibir como consejo y no regaño una observación de sus compañeros.
Pero sobre todo, no existe oratoria sin alumnos y alumnas que hagan suyo todo esto para escribir su nombre en el libro de la vida.
Y cuando uno encuentra a seres humanos así, es imposible no querer reconocerlo. Felicidades.
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