mayo 15, 2013

Más allá de educar


Educar es algo que busca todo maestro. La educación distingue a una persona con otra. Nos hace diferentes.

Sin embargo, hay una palabra que quizá tiene mayor relevancia para mí. Y me refiero a formar.

Formar es algo que debería de considerarse algo especial. Todos pueden hacerlo pero pocos saben hacerlo.

Uno va por la vida escolar caminando y encontrándose a distintas personalidades, hombres y mujeres que te permiten un espacio de vida y deciden compartirlo contigo.

Por ello, hoy Día del Maestro, quiero hacer público mi agradecimiento a cada uno de los maestros que tuve a lo largo de mi vida. Desde primaria hasta el posgrado. A cada uno de ellos mi agradecimiento por su tiempo y enseñanza.

Pero quiero hacer un especial reconocimiento. Y este va dirigido a aquellos maestros a los que les observé responsabilidad, emoción, entrega y compromiso en el aula.

A los maestros que no repartían copias para formar equipos y pasar a los alumnos a exponer, transfiriéndoles la responsabilidad de dar las clases y no realizarla ellos como maestros.

A todos aquellos que no se pasan media clase anotando y anotando y anotando y anotando en el pizarrón, desaprovechando tiempo e impidiendo el avance en la materia.

A los que me hacían comprender un tema, más allá de aprenderme su concepto tal y como dice un libro.

A los que en clase me preguntaban los temas vistos a diario, porque así me obligaban a estudiar.

A los que me confrontaban con fundamentos y con su experiencia y no con evasivas y datos incorrectos.

A los que me permitieron conversar con ellos y formarme un criterio.

A los que me permitieron observar su actuar fuera del aula y conocer el significado de la palabra congruencia.

A los que no me daban puntos extras por participar en clase, enseñándome que no podemos premiar algo que es una obligación de estudiante.

A los que me enseñaron a tener iniciativa sin nada a cambio, para no ser como el ratón que corre por la rueda a cambio de su quesito.

A los que no me pasaron con aprobatoria cuando acudí a mendigar un .5 en una calificación.

A los que me enseñaron a enojarme con los exámenes acumulativos.

A los que me dejaron de hablar y de saludar fuera del aula motivados por el hecho de haberles expresado mi punto de vista diferente al suyo. De ellos también aprendí que siempre hay que separar lo profesional de lo personal.

A los que me exigían redactar.

A los que me dieron consejos. A los que me presionaron.


A los que me obligaron a conocer autores, a leer libros. A entender que leer es lo que inicia el proceso y éste nunca termina.

A todos ellos, muchas gracias.

Porque quiero decirles que hoy que me encuentro desarrollándome en el ámbito laboral, todo lo que hicieron conmigo cobra sentido.

Citar los nombres sería imposible. Y no por no acordarme de sus nombres sino por la falta de espacio. Tengo la gran fortuna de recordar los nombres completos de cada uno de ellos.

Por eso estoy aquí, sentado frente a este monitor, redactando estas líneas a manera de homenaje para mis maestros, a esos que vi emocionarse en una clase y hacer de sus alumnos hombres y mujeres con un criterio académico definido y no reducirlos a simples grabadoras de conceptos.

A ustedes, mis maestros, mi agradecimiento por todo. Cada una de sus enseñanzas me han servido no solo para mi vida profesional sino que también, he podido utilizarlas para mi vida personal.

Y aprovecho para felicitar a todos los maestros en su día. Que Dios les diga brindando la oportunidad de estar en el aula y hacer lo que solo ustedes saben hacer: formar más allá de educar.


mayo 08, 2013

Iniciando el ciclo


Ayer fue un día muy especial. Inicié una de las etapas que más aprecio de mi carrera. Y me refiero a la oportunidad de compartir información con jóvenes a través de la docencia.

Un grupo numeroso en la lista pero pírrico en presencia. Pocos alumnos acudieron con su cita universitaria.

Presentación de asignatura, criterios de evaluación, programa de estudios y algunos aspectos a cubrir en mi materia fueron los temas de la primera clase.

“Lo que mal inicia, mal termina”. Así solía rezar un escrito que la Directora de mi bachillerato había mandado a pintar en la pared al final del plantel. 

No pude evitar pensar en ello al ver las ausencias de mis alumnos y recordar  una obligación que tiene todo estudiante: asistir a clases.

Sin embargo, mi esperanza es grande. Ojalá que en el transcurso de los días todo se regularice. Porque de no ser así, nuevamente volveré a ser “el malo de la película” al aplicar un reglamento que, casualmente, el alumno firma cuando acude a inscribirse.

Pero aquí estamos, iniciando el ciclo una vez más, deseándoles el mayor de los éxitos a aquellos que no descansarán hasta construir un criterio profesional, basado en el estudio y la constancia, aferrados siempre en cristalizar sus anhelos.

El cambiar para transformar



Escribir es un ejercicio que no cansa. Se disfruta demasiado. Al menos yo lo disfruto al máximo. Pero conversar es algo que no solo lo disfrutas, sino que enriquece, te nutre, te forma.

Y al igual que pasa cuando acaricias al perro que no ladra, también hay riesgos con los que se puede uno enfrentar al conversar.

Porque oír lo que uno mismo piensa siempre es grato. Pero oír lo que otro piensa a veces no gusta. Y esto es porque hay muchas verdades en la mente del otro.

El conocer de qué manera ve la vida el prójimo siempre causa controversias para aquellos que son de mentalidad cerrada, para aquellos que están aferrados a no ver otras realidades. Es como querer convencer al que tiene la nariz con polvo blanco que no existen los elefantes color rosa.

Sin embargo, yo considero que intercambiar puntos de vista con otra persona representa la oportunidad de conocer historias diferentes. Es escuchar, analizar, reflexionar y concluir en una opinión. Así de simple y a la vez así de complicado.

Porque cada elemento mencionado, cada historia planteada lleva un claro mensaje de análisis, de auto reconocimiento y cambio.

Muy difícil de realizar, pero necesario. Generar un reconocimiento en nosotros mismos, entendiéndose a éste como el analizar nuestro propio yo es algo que deberíamos de hacer muy a menudo.

Y esto es porque nada puede cambiar si antes no se autoanaliza. El análisis viene a ser la estafeta recibida en la mano para identificar lo que estamos haciendo de nosotros mismos.

Es observar si nos hemos convertido en ese joven que viaja al lado del anciano y lo repugna en el camión. Es observar si nuestra soberbia nos ha alejado de todos aquellos que nos rodean. Es analizar si estamos valorando lo que la vida nos ha dado, de reflexionar si podemos compartir lo que se tiene y para lo que se trabaja.

Es en resumen, es tener la oportunidad de usar a la conversación para aprender del otro y poder cambiar. De ser mejores hombres o mejores mujeres.

Y esto no es algo nuevo. Los alcohólicos anónimos son un claro ejemplo. Escuchando a los demás uno se adentra en terapia y se logra cambiar.

El ejercicio de conversar es tener la oportunidad de sentarse en el mismo parque y reflexionar si observamos de la misma manera en la que nuestro interlocutor las ve.

Pero para alcanzarlo se necesita más allá de la voluntad.

La humildad, la necesidad de valorar lo que se tiene, la satisfacción que otorga el compartir, el no juzgar, el construir, el amar. Grandes valores que muchos seres humanos perdemos de vista sin dar nos cuenta cuando nos ponemos a sorber del plato del éxito cual gato con su leche.

Y así como sucede en los seres humanos, pasa igual en las empresas.

Hoy ellas están sumergidas en un mundo cada vez más reñido. Más agresivo para vencer al enemigo, en hacer todo para hacer caer a la competencia.

Y para ello, hacen uso del elemento humano. Sus mejores hombres están ahí, con el cliente, para convencerlos de que sus productos o servicios son mejores que los del que ofrece el de al lado.

Y en esa férrea competencia, se pierden valores tan importantes como la humildad.

Por ello, no puede haber calidad empresarial si no hay calidad humana. Ahí se encuentra la guía que tanto necesita nuestra sociedad. En la calidad humana descansa el hecho de hacer empresas sensibles y consientes del mundo que las rodea.

Solo con empresarios y empleados con una alta calidad humana se logrará atravesar la línea del desarrollo empresarial. Ese debe de ser el ideal y para ello nosotros nos debemos de enfocar.

Porque de qué sirve ofrecer buenos productos si por el egocentrismo empresarial perdemos clientes. Porque de qué sirve que el producto sea noble pero tenemos meseros déspotas. De qué sirve tener las mejores camisas colgadas si la empleada de mostrador se encuentra inundada de altanería.

Por ello es importante decirle a la gente, esa que está tan ocupada en atender lo urgente como el dinero o las ventas, que está perdiendo su capacidad de cambiar y de transformar.

Hoy todo mundo busca poder. Nadie se abre de corazón. Nadie se muestra como es. Porque aquel que se muestra como tal, se vuelve vulnerable.

Pero la calidad humana debe de ser tan importante en nuestras vidas que es preferible vivir como se es, que perder la sensibilidad en la piel como lo hace el diabético para vivir como no se es.

Porque en esa búsqueda de quedar bien ante los demás, en agradar a la mujer queremos conquistar, al empleado que queremos manipular o al vecino que queremos evitar, siempre estamos haciendo estupideces. Y todo por querer ser como no se es.

Porque solo aquel que gusta de conversar, sabe de lo mucho que se aprende de los demás.

Porque el día en el que las empresas conversen no solo con los billetes, sino con sus propios empleados, las cosas cambiarán. Y de eso se trata la vida, de cambiar para transformar.




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