junio 05, 2014

Cuento 3. Construyendo el sueño






Ese día Odiseo quiso descansar del viaje. Se fue a rasurar y a darse una ducha. Su dormir se fue directo hasta las 6 de la tarde. El viaje había sido arduo y pesado. Antes de acostarse, se puso su loción predilecta. Se vistió con un short rojo que le gustaba por cómodo y, sin secarse, con las gotas de agua aperlando su espalda, su rostro y su cabello, se dispuso a dormir.

-Te va a hacer mal, no te duermas así
-No te fijes mami, es que tengo mucho calor.

Y así se durmió, secando con la temperatura de su cuerpo ese excedente de agua. Fue un sueño relajante. El que necesitaba para recuperar las fuerzas.

Pasado el tiempo, despertó. La camioneta esperaba cargada y la mercancía estaba inquieta por conocer su nuevo lugar. Él sabía que el tiempo transcurría y el pago de la renta se acercaba. Así que se apresuró a colocarse unos zapatos, un pantalón de mezclilla, una camisa vieja y bajó. Tenía que descargar toda la mercancía del vehículo.

Manubrios, calcomanías, rayos, rines, frenos, llantas y mucha mercancía relacionada con las bicicletas fueron descendiendo de la góndola de la camioneta. Todo ello con la ayuda de Blanca, quien siempre estaba al lado de su esposo.

-¿tanto compraste?
- no te preocupes, gordita, todo se venderá -respondió Odiseo como tratando de tranquilizarla.

La noche fue larga. El martillar fue el sonido que se dejó escuchar detrás de esa cortina de fierro del local. En los adentros, el matrimonio colgaba uno a uno los artículos. Y con ellos, colgaban los anhelos y las ilusiones.

Al otro día se dispusieron a preparar la gran apertura. Odiseo salió a comprar lo que necesitaría para adornar el local y cartulinas en color naranja y verde para los avisos del inicio de sus actividades en el negocio. Con un plumón de punta gruesa y de tinta negra, empezó a diseñar sus anuncios de HOY ABRIMOS.

Por su parte, Blanca y Lucía salieron a invitar a todos los vecinos desde muy temprano. Casa por casa tocaron a la puerta y en todas los recibían una sonrisa y el compromiso de que sí asistirían.

Doña Mariana, en cambio, no salió del departamento. Se ocupó en preparar los guisos que servirían al día siguiente para agasajar a los asistentes a la inauguración. Ella acostumbraba a elaborar sus diferentes recetas en trastes de barro. Decía que le daba otro sabor. Y quizá tenía razón. A todo mundo le gustaba la sazón de doña Mariana.

Por fin, el día de la inauguración llegó. La cita era en punto de las 2 de la tarde. Lo habían planeado así porque todos los vecinos regresaban a comer a esa hora.

Las banderitas de colores ya adornaban la puerta de la entrada al local. Sólo la cortina de fierro separaba del mundo a aquella pequeña empresa armada improvisadamente pero con toda la fuerza que dan los buenos deseos.

Los nervios fueron los primeros que hicieron acto de presencia en el evento. La ansiedad no se hizo esperar. Con el pañuelo blanco que siempre acostumbraba tener Odiseo en su bolsa trasera izquierda del pantalón, limpiaba los hilos de sudor que se dejaban desprender de su frente y también limpiaba los de Blanca, que estaba convertida en un manojo de nervios.

No va a venir nadie
Si vendrán, tranquilo- decía doña Mariana a su vástago.

Por fin las 2 de la tarde. Con una grabadora de doble casette en la mano, salieron presurosos a la calle. Ya muchos vecinos estaban esperando la apertura de esa nueva tienda, la primera en la cuadra que vendería artículos para bicicletas.

Al verlos, los vecinos empezaron alegremente a aplaudir. Odiseo levantó la cortina y los petardos que doña Amelia y su hijo César habían llevado empezaron a tronar. Todo era felicidad. Las cervezas menguaron el calor que hacía. Era el mediodía y el calor estaba en su máximo esplendor.

Los platillos caseros empezaron a desfilar entre los invitados. Carne molida cocida con limón, camarón en agua de chile, ensalada de tomate con camarón, pollo deshebrado con mayonesa y verduras –que hizo Lucía especialmente para el evento-, frijol con queso, guacamole con chile blanco y los tacos de cochito era lo que adornaban las mesas.

No hubo un solo invitado que dejara de probar la sazón de doña mariana. Y antes de que la fiesta avanzara, Odiseo pidió un poco de silencio. Le pidió a Blanca, a su hermana Lucía y a doña Mariana acercarse. Iba a dirigir unas palabras. Las abrazó. Y dirigiendo la mirada a los invitados, expresó:

-Les agradezco mucho el que hoy estén aquí. Para mi familia y para mí, es un acto que valoramos mucho. Nosotros somos nuevos en esta zona y es por eso que el agradecimiento es doble. Hoy están acompañando a unos completos desconocidos que quieren compartir con ustedes la alegría de empezar este negocio.

Y mientras Odiseo hablaba, la voz se le empezaba a quebrar. Estaba emocionado.

-A doña Amelia  –continuó Odiseo- quiero decirle que no vamos a defraudar su confianza por habernos dado en renta este local y el departamento sin solicitarnos una sola referencia. Muchas gracias doña Ame por todo su cariño y su apoyo.

Doña Amelia le veía cruzada de brazos, con una mirada tierna y con una leve sonrisa dibujada en los labios, consentía lo que escuchaba. Sus mejillas empezaban a dibujar un color rojo carmesí que hacia juego con su vestido en rosa.

-Y a todos ustedes queremos poner a las órdenes este negocio. Aquí encontrarán todo para sus bicicletas. Sus hijos ya no tendrán que esperar. Hoy yo podré arreglarles la bicicleta y con ello, ayudarlos para que la felicidad de sus hijos no desaparezca nunca.

-La primer visita va por nuestra cuenta – ofertó Blanca con una amplia sonrisa e interrumpiendo ingenuamente a Odiseo.

Los aplausos de inmediato se escucharon. Todos se acercaban a Odiseo y a su familia para abrazarlos y para desearles el mejor de los éxitos.

Así comenzó la historia de Odiseo y su familia. Con un acto simple y austero. Rodeados de gente que había acudido a la inauguración sin más interés que apoyar a los nuevos vecinos y desearles el éxito rotundo.

Todos eran gente de trabajo. De lucha constante. Todos habían surgido de la nada. Cada uno de los que asistieron los movía un sentimiento de fraternidad. Curiosamente así se sentían todos los de la cuadra. Como una nueva gran familia, olvidando que en el transcurrir de la vida, unos se quedan, pero otros se van.


Cuento 4. La sangre de Odiseo


Cuento 2. La Aventura








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