Derechos reservados para Luis Alberto Luna León
Mucho se ha escrito acerca de los equipos de trabajo. De su importancia y su necesidad en las organizaciones. Porque de lo bien estructurados que estén dependen los éxitos y los fracasos de las empresas públicas o privadas.
Yo, en lo personal, comulgo con
ello. Soy un férreo “muchacho caprichoso” –por usar una analogía- de que así
debe de ser.
Y también se ha escrito sobre lo
que los trabajadores necesitan de la persona que se encuentra al frente del
equipo. Del responsable de firmar las hojas de resultados, esa que es
presentada ante el mayor directivo, ante el gran jefe.
Y el nombre asignado a ese responsable,
a ese firmante, dependerá del grado de compromiso y de coparticipación que él tenga para con el grupo. Puede ser un jefe o un líder. Eso también queda de análisis
para quien lee este escrito.
Yo estoy convencido que los empleados necesitan a alguien
que les guíe, que les acompañe en su actuar laboral, que se ponga en sus
zapatos para poder comprender el porqué el suelo está telúrico o bien, porqué
se está hundiendo.
Y los integrantes de un grupo de
trabajo necesitarán que “él" esté ahí. A su lado. Tendiendo la mano para
sacarlos del atolladero y salir avantes en el cumplimiento de la tarea que
corresponde al área.
Los empleados necesitan de un
apoyo técnico y porqué no, hasta moral para cada uno de los integrantes de la
organización. Necesitarán que “él” (líder o jefe) les reconozca su trabajo o,
en el peor de los casos, les enseñe mecanismos de seguimiento y control para
trabajar de una manera más organizada y más eficiente identificando siempre sus
talentos y capacidades.
Sin embargo, aún a pesar de lo
mucho que se ha hablado del papel del responsable de un grupo, ya sea líder o
jefe, hoy quiero centrar en aquello en lo que poco se ha escrito.
¿Qué espera un líder o un jefe de
los integrantes del equipo? ¿Qué se espera del recurso humano?
Muchos podrían opinar que la
respuesta es obvia. Que todo mundo la sabe.
Sin embargo, aún y cuando muchos
dirían que es lógica la respuesta, pocos son los que la llevan a cabo en la
realidad laboral.
De los integrantes de un equipo
se espera que siempre estén proponiendo mejoras a su trabajo, que no tengan
mentalidad de simples capturistas de información.
Que revisen su actuar para
identificar mejoras en su desempeño. Que no esperen a que les llamen para
rendir resultados. Que manejen un cronograma de actividades, que cuando lleguen
a la oficina sepan que hacer y no estar atentos a la dirección del aire para saber
hacia donde irán ese día en su trabajar cotidiano.
Que así como reciben el apoyo
cuando lo requieren, estén dispuestos a dar cuando se les necesita. En la recíproca medida. Porque creo que no es justo extender la mano para recibir apoyo y
quitarla para cuando se les requiere.
Cuánta razón tiene Michael Porter
-norteamericano considerado como una autoridad
global en temas de estrategia de empresa- cuando señala que la
ventaja no solo deviene de una reorganización de las actividades que integran
un proceso, sino del caudal de entrenamiento, formación y experiencia
disponible en la organización. La adaptabilidad a los cambios y el compromiso
de los empleados para con su actividad son otros de los beneficios de la
ventaja competitiva.
Ojalá que los líderes y los jefes
se den cuenta de ello para hacer de las organizaciones las más productivas y estimular las capacidades de los miembros del equipo.
Y
ojalá que los trabajadores también se den cuenta de ello, para que con el tiempo se
vuelvan verdaderamente competitivos y dejen de ser simples oficinistas.
Al final, la formación se quedará
en el recurso humano para hacerlos brillar y serán las llaves que les permitirán accesar a
los espacios directivos y mantenerse en ellos. ¿O no?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario