Hoy no sé cómo empezar con este escrito. Me encuentro muy
consternado. Adolorido. Triste.
Una vez más el 19 de septiembre. Una vez más un sismo en
México. Una vez más 32 años después. Una vez más la tragedia. Una vez más todo se vino abajo.
Y no hablo de lo material. Hablo de los sueños de muchos
padres de familia, hablo de estudiantes, de oficinistas, de obreros, de
enfermeras, de médicos. Hablo de la vida de muchos, infinidad de seres humanos.
Pero también hablo de esos niños que, debajo de los
escombros, fueron sepultados junto con sus ilusiones. De esas sonrisas que
jamás volverán a escucharse en esa casa que sólo quedó plasmada en una vieja
fotografía, ya que hoy ni la casa existe. Se derrumbó.
Hoy las redes sociales tienen rostro de niño. Recorro la
línea de tiempo de cualquier red social y veo con profunda tristeza esas
miradas, esos brazos que jamás se volverán a enlazar con sus padres, veo los
rostros de todos los niños que están desaparecidos.
Leo las letras, los mensajes de esos padres de familia
que desesperados claman alguna información para encontrar a sus hijos. Y no
puedo negarlo. Sufro con ellos. Me siento impotente. Soy papá de dos niños.
Logro imaginar lo que hoy existe en el corazón de cada uno de esos padres que
han perdido a sus hijos.
Pero también pienso en aquellos padres que no tienen una
red social para publicar la foto de sus hijos perdidos debajo de los ladrillos
y el cemento de esas viviendas que se vinieron abajo por el sismo.
Logro imaginar lo que esa madre de familia siente por no
encontrar a su hijo y a su madre que dejó en casa mientras ella fue a trabajar.
Logro dimensionar el dolor y la angustia de todos aquellos que no encuentran a
sus hermanos, a sus padres, a sus sobrinos y hasta a sus amistades.
Hoy el país está unido. Unos poniendo sus manos, su
entrega y su tiempo en la búsqueda de esos mexicanos atrapados entre los
fierros, el cemento y la tierra de los edificios caídos. Otros, enviando ayuda,
aportando, haciendo donativos, sumando a lo lejos. Unos más elevando plegarias
y oraciones para que los desaparecidos los encuentren con vida. Otro grupo
proporcionando información. Todos en torno a una tragedia, todos con el
objetivo ubicado: ayudar.
Hoy las redes tienen rostro de niño. Y nunca antes en mi
vida me había dolido tanto ver tantas sonrisas, tantas miradas en aquellos
rostros infantiles desaparecidos. Me duele muchísimo.
Y no sé a quién culpar. No sé si culpar a la naturaleza,
no sé si culpar a los que construyeron esos edificios escolares con material
barato. No sé si culpar al tiempo por hacer de los edificios unos esqueletos
débiles. No sé si culparme a mí por querer buscar culpables en donde no lo hay.
Lo único que sí sé es que este 19 de septiembre, como el 19 de septiembre de
1985, me dolerá por siempre.
Que Dios bendiga a cada familia.
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