Ayer estuve en un bar de la ciudad.
Casi no acostumbro, pero la ocasión lo ameritaba. Se celebraba el
cumpleaños de mi amigo, el que estaba de visita. El que vive en Canadá.
Y junto conmigo, se dieron cita grandes amistades del ayer. Todos
reunidos para festejar, pero cada uno con sus realidades y con sus propias
tristezas.
Estoy convencido que en la vida siempre hay un antes y un después. Un ayer y un ahora.
Las cosas pasan sin darnos cuenta. Y nos sorprenden
así, sin más.
Es como una extraña manera que tiene la vida de
programarnos a su entero capricho y colocarnos en espacios y momentos que nunca
antes imaginamos.
Y lo pude comprobar en la conversación en ese bar.
Con una voz firme, poco a poco fue tomando forma la
historia.
Me comentó que hoy todo es tristeza. Que de pronto la
magia que existía fue extinguida en un solo acto. Es como el dolor de cabeza que
desaparece después de tomar un ketorolaco.
Su risa y su rostro siempre están ahí. En el
recuerdo. Siempre vigente. Quizá Luis Miguel no se equivoca cuando en su
canción “Pensar en ti” nos dice…
“Y resulta que mi alma sigue igual
formando tu figura
hallando en tu sonrisa la felicidad
pensar en ti, pensar en ti
sería más hermoso oír tu voz
viajar al cielo ilusionada
y regresar enamorada de mi amor”
Pero ella ya no regresará. Se ha ido. Siempre estuvo,
pero él no la supo valorar.
Y cuando uno está así, todo se vuelve negro.
Obscuro.
Es como si un manto gris cubriera la ciudad. Es amanecer
con jaqueca. Es una noche más sin dormir. Y todo huele mal. Apesta a ausencias.
Hace días que él maldice el calor agobiante en esta
ciudad, pero aún en un clima como el de San Cristóbal o de Comitán, él se sentirá incómodo, pues el corazón le quema.
Y hoy vive con el mismo entusiasmo de quien acude
al funeral de sus anhelos.
Hoy el vacío es grande. Me dice que ella no estará
más.
Y es aquí en donde él reconoce que susurrar no es
bueno. Que debió pensar en voz alta. Hablar con firmeza. Con determinación.
Decirle lo mucho que le importa. Lo inmenso que ella
significa para él. De los grandes sentimientos que hoy ya existen por y para
ella. De la felicidad que ella le brindaba. Del amor. Si. Amor.
De lo mucho que la necesitaba y necesita. De hacerle saber que su simple recuerdo lo
pone tan alerta que no hay necesidad de esperar a que suene la alerta sísmica.
El no duerme por su ausencia. Que bastó verla para saber que ella era especial.
Me queda claro que la reflexión está de sobra. Ella
se ha ido.
Hoy la lluvia no tiene sentido. Las calles tienen
una forma distinta y las carreteras ya no son igual.
Ojalá todos comprendiéramos que a veces la voz no
ayuda cuando el pensar nos gobierna más.