febrero 25, 2016

Mi opinión sobre los oradores de Chiapas


Para mí la oratoria es el lugar en donde los libros cobran vida.

La oratoria es fuerza, es mensaje, es bien común y por qué no, también es inspiración y melancolía.

A través de la palabra el mundo se ha construido. Y en Chiapas esto no es excepción.

A través de la historia, muchos son los hombres y las mujeres que han hecho uso de la oratoria para edificar, para transformar.

De mi generación, esa de los noventas, nacieron oradores de gran talento. Claudia Orantes Palomares, Carlos Montesinos Kramsky, Luis Gabriel Sánchez Velázquez, Francisco Díaz, Ansberto Arafat Nájera Pérez y José Alberto Gordillo Flecha son sólo algunos de los que a mi mente vienen y que participaron y ganaron concursos por doquier.

Sin embargo, mención especial merecen Víctor Cruz Roque, Alexander Domínguez y Juan Alonzo Cruz López como dignos representantes de la generación de los ochentas. Todos ellos talentosos en donde intelecto, mensaje, voz y convicción reunían en demasía.

Pero hoy, en pleno siglo XXI, muchos jóvenes chiapanecos siguen escribiendo historia, ganando las competencias estatales y nacionales en oratoria.

Justo es otorgarles un reconocimiento no como algo que alimente su vanidad, sino que sirva como un claro ejemplo que la constancia siempre rinde frutos y que ello, pueda ser inspiración para las niños y las niñas de Chiapas. Aquí mi mensaje sobre ello.








febrero 19, 2016

Diego Iván Reina Zúñiga. Un orador en ciernes



He tenido la oportunidad de apoyar a niños en el mundo de la oratoria.


Todos ellos con la esperanza de triunfar en las tribunas. Eso me motiva a poner mi máximo esfuerzo y darles las técnicas que creo, puedan serles de utilidad en el momento de disertar en la palestra.


Escribir un discurso, modular la voz, el uso de las manos, el lenguaje corporal y gestual. Todo entra en juego cuando de un campeonato se trata.


Y de esos niños con los que he compartido clases, existe uno que hoy motiva estas palabras.


Diego Iván Reina Zúñiga obtuvo el Primer lugar en el concurso de oratoria celebrado por la Secretaría de Educación en Chiapas.





Y lo ha conseguido después de haber logrado el primer lugar en el Torneo Académico Intercolegial realizado en Chihuahua a principios del mes de Febrero, en donde se impuso ante más de 60 oradores de todo México y de algunas partes de Sudamérica.


No tengo palabras para describir mi orgullo y mi felicidad por este logro. A Diego Iván tengo la fortuna de conocerlo más allá de ser mi alumno en oratoria .


Sé de su disciplina, de su entrega, de su compromiso consigo mismo. Dedicado y ávido de reinventarse en cada concurso. 

Porque él y yo coincidimos que un orador no se construye con simples consejos. Esos los da cualquiera. 


Subir a tribuna y pronunciar un discurso que alguien elaboró para ello no es ser orador. Quizá así se inicia en el mundo de la oratoria.


Un orador se construye día a día, practicando, equivocándose y corrigiendo. Quedarse sin voz por tanto ensayar el discurso. Aprender a respirar. Leyendo y sacando las frases más importantes de los libros o de las notas de los periódicos. Rescatando la esencia de los poemas para poder acomodarlos de una manera suave a la mitad de un discurso para hacer ver que poesía también es oratoria. Y hoy todo esto lo hace Diego Iván.


Por todo ello hoy, desde este espacio, le hago mi reconocimiento público a su gran talento en la oratoria, pero sobre todo, a su sencillez como ser humano. Sin duda alguna esto es lo que le abrirá cualquier puerta en la vida.



Que sigan tus éxitos, Diego Iván. Te lo dije... Eres un grande!!! Dios te bendiga siempre.


febrero 08, 2016

Cuento 11. Los siempre niños












En la familia que conformaban Odiseo y Blanca todo iba tomando un nuevo sentido. Cada quien estaba aportando lo que le correspondía. Y el tiempo siguió su paso sin detenerse. Es el único que nunca descansa.

Y con el tiempo, el éxito fue llegando más y más. Las propiedades de la familia que conformaban Blanca y Odiseo habían crecido. Casas, terrenos, vehículos de lujo, motos deportivas, viajes, buena ropa y buenos lugares fueron llegando a la vida de Odiseo.

El resto de la familia también disfrutó de ello. Pero solo las migajas que él quiso darles. Él como padre de familia era el que decidía que hacer y cómo hacer las cosas. Blanca era la que llevaba las cuentas, pero quien gastaba era Odiseo.

El mundo de los negocios le tendió la mano y lo acercó al éxito rotundo. Se hizo de muchísimos amigos. Nunca faltaba la invitación a comer. Siempre había alguien interesado en salir de farra con Odiseo. Siempre le gustaba pagar las cuentas y pues ante eso, nadie se niega.

Pero algo en la vida de Odiseo fue cambiando. El nunca se dio cuenta de ello. Pero absolutamente todos se percataron de ello. La compañía de Odiseo ya no era grata.

La petulancia y la arrogancia fueron invadiendo su carácter. Su manera de ser había cambiado. El dinero lo había transformado en un hombre soberbio. De esos que creen que por tener dinero puede menospreciar al mundo.

A la par de ello, los hijos fueron creciendo. Alfonso entró a una carrera universitaria. Ahí fue el primer choque, el primer “encontronazo” con su padre.

Odiseo le “abanicaba” los billetes en la cara en cada oportunidad que tenía y eso a Alfonso no le gustaba. Así que decidió salirse de la escuela y dedicarse a trabajar por su cuenta. No quería depender económicamente de su padre.

Cuentan que Odiseo, al saber esto, le dijo:

-Mira Alfonso, decide lo que quieras con tu vida. Lo que sí quiero que recuerdes es que para todos, tú siempre serás “el hijo de Odiseo”. Tu naciste para ser nadie, hijo.
-pues así será, pero ya me cansé de ti y de tu dinero. Al tiempo, papá, al tiempo. Algún día tú serás llamado “el papá de Alfonso”

Ese reto Alfonso lo dijo sin pensarlo. Le nació de una manera natural pero cuando lo reflexionó, se sintió a gusto de saber que podía lograrlo. Y es que  eso representaba forjarse un nombre, un prestigio por sí solo, desligarse de la familia y empezar su andar para labrar su propio camino. Sin heredar destino.

Alfonso comenzó a trabajar en la venta de diversas cosas. Al igual que su padre, conocía el comercio desde muy pequeño y lo tenía que explotar al máximo. Además, su carácter se había forjado. Tenía el don de adaptarse a cualquier círculo social. No tenía miedo de tocar puertas y se decidió por seguir su instinto.

Poco a poco fue ganando terreno. Alfonso fue recibiendo el fruto de su trabajo. Ya el dinero empezaba a llegar a sus manos y eso no solo a él le alegraba, sino que a Blanca también.

Cuentan que un día, estando Blanca en la empresa, se acercó un maestro de Alfonso para preguntar por él.

-¿y que me cuenta de su hijo, señora?
-ahí está, trabajando. Le está yendo bien a ese muchacho.
-Es una lástima que se haya salido de la escuela. Dígale que yo veré la manera de ayudarlo para que regrese a la universidad. Coméntele que yo lo apoyaré, pero que regrese.


Esa noche fue interminable para Blanca. Le haría ver lo importante que era regresar a la escuela. Alfonso no quería. Era aceptar su derrota ante su padre. Era comerse su orgullo e imaginar la sonrisa esbozada en los labios de Odiseo. Eso era lo que lo detenía. Y no estaba dispuesto a perder.

-No mamá. No insistan, no aceptaré regresar. Mi papá se burlará de mí.
-Pero hijo, con una carrera te será más fácil la vida.
-pero ahorita me va muy bien, gano buen dinero mami.
-si hijo, pero el futuro es tan incierto que necesitaras de estudios para salir adelante. Todo cambia hijo, todo. Y quizá la suerte que hoy tienes un día se acabe y necesites de algo más. Mira hijo, si tanto es tu orgullo, regresa a la universidad pero págate tus estudios. Ya no le pidas dinero a tu padre.

Y así lo hizo. Alfonso regresó a la escuela. Y él se pagaba sus estudios con el dinero que ganaba de sus negocios.

Odiseo al saberlo, no dijo nada. Solo le ofreció trabajo en la empresa. Alfonso no lo aceptó.

Su hermano Horacio, por su parte, tenía sueños de ser artista. Le emocionaba todo lo relacionado con las artes plásticas. Además, tenía la virtud de artista. Nadie podía negar que Horacio tuviera talento.

De inmediato se adentró en ese fascinante mundo de la cultura y de las artes. Poco a poco se fue perfeccionando con cursos y talleres. Blanca fue su principal soporte. Ella le pagaba los estudios y lo hacía con gusto. Aún a pesar de que lo hacía con grandes sacrificios.

Y es que el dinero ya empezaba a disminuir en la casa. Las consecuencias del actuar desmedido de Odiseo ya estaban haciendo estragos en la economía de la familia.

Poco a poco el dinero escaseaba y Odiseo no se daba cuenta de ello. Seguía con el mismo ritmo de vida respaldado en sus buenos oficios en los negocios.

Sin embargo, Blanca era la que llevaba las cuentas y nadie podía engañarla. Sabía que algo estaba mal y se lo hacía ver a Odiseo a cada momento. Los pleitos en ese matrimonio seguían pero ahora, aunado a lo sentimental y a la soberbia de Odiseo se había sumado un factor más. El dinero.

Horacio fue teniendo éxito. No había concurso de escuela en donde participara y no ganara. Todo mundo admiraba la belleza de los trazos de Horacio y él sabía que lo podía hacer mejor día con día.

De pronto, observó una convocatoria que le llamo la atención al máximo. Un concurso estatal de artes plásticas estaba por realizarse en Valle Nuevo y quería participar. Era la oportunidad perfecta para destacar aún más y con reconocimiento de mayor importancia.

Así que de inmediato, se lo comunicó a Blanca y a Alfonso, su madre y su hermano.

Los tres no cabían de gusto. Sabían que Horacio era diestro en ello y que las posibilidades de ganar el concurso eran muchas.

Para Odiseo y para Blanca sus hijos siempre serán pequeños. Los padres siempre vemos a los hijos como los niños que tuvimos en brazos cuando pequeños. Y por alguna mágica razón, siempre se quedan esas imágenes en la mente de los padres.

Sin embargo, los hijos con cara de niños siempre crecen. Y con ellos, crecen sus sueños, sus aspiraciones, sus metas y logros a obtener.

Este proceso es por demás doloroso. Los padres se resisten a aceptar que los niños del ayer, se están convirtiendo en los hombres del ahora. Y debería ser una ley de vida el impulsar a los hijos a alcanzar sus metas. No truncarlos en sus sueños. Porque yo no imagino a los padres de Salvador Dalí prohibiéndole pintar siendo niño.

Y, para los hermanos Alfonso y Horacio, la vida les estaba abriendo las puertas del éxito y Odiseo nunca se percató de ello, hasta que una extraña jugarreta del destino le haría ver su propia realidad.