enero 11, 2020

Mi maestro. José Guadalupe Hernández Telesfor




Tuve la oportunidad de saludar al LAE. José Guadalupe Hernández Telesfor. El que me dio la primer oportunidad en la docencia. El que me enseñó lo que hoy hago en las aulas. El que creyó en mí cuando nadie lo hizo. Al que le aprendí mucho, o quizá todo lo que soy en la docencia. El que me formó como catedrático.

Mi agradecimiento por siempre para el que nunca se detuvo para darme un consejo o para llamarme la atención.


Pero sobre todo, por enseñarme que a los jóvenes siempre hay que darles esa oportunidad que tanto anhelan para formarse y salir adelante en la vida profesional. 

Gracias. Siempre gracias.



Cuento 13. La decisión



Un domingo ella se levantó con algo en la mente. Preparó el desayuno para los hombres de la casa. Los esperó. Eran unas vacaciones de verano. Alfonso y Horacio estaban en la casa. Horacio de visita, Alfonso no salió de casa. 

Casualmente Odiseo no se encontraba. Había ido a visitar a unos clientes desde muy temprano y esperaban su llegada hasta el medio día.

Se sentaron a la mesa y ellos notaron que Blanca tenía algo. Algo le pasaba. La conocían demasiado como para pasarlo desapercibido.
-¿pasa algo, mami?
-Si hijo, tenemos que hablar los tres. 
-¿de que se trata, mama?¿estas enferma?-preguntó Alfonso con una angustia oprimiéndole el pecho.

-No hijo, pero quiero decirles que he pensado muy bien las cosas. Que ya no puedo soportar un día más con su padre. Que ya me cansé de todas sus mentiras, de todos sus engaños, de cada una de sus infidelidades. Que ya basta de doblegarme y humillarme por amor.
-Mucho tiempo estuve callada por el gran amor que le tengo. Era mi todo, hijos. Mi todo.

Nadie dijo nada. Alfonso y Horacio, escuchaban a Blanca, sabedores que en el fondo, ella tenía razón. 

-Por eso - continuo Blanca – quiero decirles que voy a divorciarme de su papá. Y quiero que ustedes me perdonen por esta decisión. Ya están grandes y pueden tomar sus opiniones. Me dolió que por él pasamos hambre y penurias con ustedes.

-Por el amor a el acepté todo. Pero hoy por el amor a ustedes y a mi, decidí que todo eso se acabó.

Alfonso no daba crédito. Horacio fue el primero en celebrarlo. Le daba gusto que por fin su madre renunciara a Odiseo. En el fondo, tenía coraje hacia su padre. De hecho, muchas veces le reclamó a Blanca porque aceptaba ser humillada. Por tanto, esa noticia lo colmó de mucha felicidad.

-Adelante mamá, me da gusto ver que por fin decides hacerte a un lado de lo que te esta matando en vida.

Alfonso estaba atónito. No podía volver de su realidad. 

Blanca sorbió sus lágrimas, acarició la cabeza de su hijo y se alejó sin responder.

Se hizo un silencio en ese espacio. Las respiraciones agitadas eran los únicos sonidos que peleaban por romper la nada.

A partir de ese momento, no había duda. Quedaba claro que la vida de Blanca tomaría un rumbo diferente. No quiso advertir a nadie, sabía que si lo hiciera su casa se llenaría de personas felicitándola o bien, recriminándole su decisión.

Al final a ella eso no le importaba. Sabía que lo que estaba decidiendo era lo correcto. Su corazón así se lo señalaba.

No hacía demasiado tiempo que vivía con esa luz de esperanza, de saber que un momento sería el que vendría a dar un vuelco con su vida. Quería dejar atrás lo que era.

No, mejor dicho, en lo que se había convertido por amor hacia Odiseo.

Sin embargo, hoy estaba decidida a actuar también por amor. Pero ahora, ese amor era para sí misma, por ella y para nadie más.

Sus hijos ya estaban grandes, formados y pronto harían su propia vida. De hecho, ya lo estaban haciendo.

En Valle Nuevo ellos se habían convertido en jóvenes conocidos. La gente que los identificaba los conceptualizaba como entusiastas, de buena educación y muy trabajadores.

Pero había una sombra que la acompañaba. Y era esa que al voltear a verla, nos deja ver huecos en el alma. La vida con Odiseo, había sido, indudablemente, una marea de buenas intenciones, siempre en buenos deseos, todo en la búsqueda de la eterna felicidad, esa que  jamás llegó.

Y allí estaba, en el fondo del abismo, silencioso, con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, con las piernas cubiertas por los mantos de la resignación y la melancolía. Y ya no quería seguir así.

Blanca había llorado tanto en su soledad que no le quedaban lágrimas para llorar la evidencia de la muerte de su marido.

Porque prácticamente para ella el divorcio sería eso. Matar espiritualmente ese amor que tanto tiempo profesó y ahora, darle vida a ese amor que tanto necesitaba ella. Convertirse en su propia proveedora de amor.

Fue un día difícil, de muchas encrucijadas mentales. Pero todas apuntaban a la misma dirección. Separarse de Odiseo.

Y estaba dispuesta a enfrentarse al gigante, a lo más fuerte. Ya los hijos estaban enterados de su decisión pero, faltaba él, Odiseo, su esposo.

La tarde anunciaba su llegada. El sol se estaba escondiendo como aquél que no quiere ser testigo de un momento no grato.

A su llegada, Odiseo entró silbando como acostumbraba a su regreso de cualquier lado.

Por chispa de vida nunca paró. Siempre ameno, siempre jacarandoso, aunque después se convirtiera en el más temido monstruo. 

Blanca se sentó a la mesa con el mientras le preparaba su merienda. Odiseo de inmediato notó que algo sucedía y le pregunto el motivo de su actitud.

-Tengo que pedirte algo, Odiseo.
-¿Qué pasa? Ya mujer, habla que no quiero sorpresitas.
- El amor que existía ha muerto. Debes de irte. ¡Te quiero pedir que te vayas de la casa! Sentenció Blanca.
Odiseo se quedó estupefacto. Se le congelaron las manos y claramente sintió como un hormigueo empezaba a inundar su sangre por todo el cuerpo.
-¿Qué estas diciendo, Blanca?
-si, quiero que te vayas de la casa, nos vamos a divorciar.

Odiseo jamás preguntó los motivos de su decisión. Sabía que en cualquier momento la bomba estallaría. El mismo le había puesto un detonador de tiempo y este había llegado.

-Solo muerto me sacaras de esta casa, Blanca. Jamás te voy a dar el divorcio ¿me entendiste? ¡jamás!

Ella solo agachó la cabeza y se levantó de la mesa. Atrás de ella dejó a un Odiseo gritando palabras sin sentido.

Alfonso y Horacio habían presenciado todo desde la entrepuerta del cuarto del primero. Vieron como Odiseo se salió de la casa.

De inmediato salieron en la búsqueda de Blanca quien, esta vez, no derramó ninguna lágrima. Estaba tranquila, serena, con un gesto de paz y de satisfacción por haber tomado quizá la mejor decisión de su vida.

Solo atinaron a abrazarla. Ella sonrió al hacerlo.

En su interior se pudo dar cuenta que la fuerza de su esposo se había agotado. Le había llegado la hora, el destino había querido que se fuese así.

Odiseo, en la calle, no pronunció ninguna palabra, solo sus dedos temblorosos se agarraban del volante del coche que manejaba sin destino.

Por un momento, se ahogó en sollozos y después se repuso con aquella fuerza que había aprendido desde niño. Pudo conducir hasta una calle sola. Ahí se estacionó.

Esperó a que amaneciera, y aún desde allí parecía escuchar todavía las palabras de Blanca.

Después. todo se precipitó. Buscó desesperadamente el respaldo de los amigos, sus amigos. Nadie lo escuchó. 

Después vino el proceso jurídico. Odiseo fue emplazado por los abogados del pueblo para que acudiera a la cita por la demanda del divorcio solicitado por Blanca.

Era una sola firma la que se necesitaba. Blanca sabía que había muchas deudas y que todo lo que poseían tenía que ser vendido al precio que fuera para poder cubrir tales compromisos.

Alfonso y Horacio tuvieron que concientizar a Odiseo de que tenía que cooperar para tal efecto. Los títulos de propiedad tuvieron que ser endosados por Odiseo para venderlos. Y así lo hicieron. 

Odiseo sabía que esas deudas no podían cubrirse de otra manera. Blanca quiso sanear todo indicio de incumplimiento económico. No le preocupaba Odiseo. Lo hacía por sus hijos. No quería que ellos fueran llamados a juicio por culpa de sus padres.

Fueron días agotadores. Pero al final, todo se pagó. Lo único que se pudo salvar fue su casa. Y no se vendió porque no se podía vender. Estaba embargada y por tanto, imposibilitada para comercializarla. 

Los hijos, obedeciendo las órdenes de su madre, no aparecieron aquel día del divorcio. Eran mayores de edad y la patria potestad no era un impedimento para el juez en el momento de dictar la sentencia. Blanca no pidió pensión alguna. No reclamó ningún bien porque ya no había ninguno.

La muchedumbre familiar de inmediato se comunicó con Blanca. Ya ella les había contado sobre su divorcio y pues, querían saber del suceso.

Ella solo les decía que todo había salido sin problemas. Que Odiseo acudió puntual a la cita. Lo que no dijo es que ella se sentía liberada. Que al salir del juzgado sintió como una roca había desaparecido de su espalda. 

Que veía la vida de manera diferente. Que podía ver el sol con una luz que nunca antes la había observado. Que las calles las veía con cada detalle que poseían. Detalles que antes no se percataba porque cuando caminaba sobre ellas, su mente iba perdida y su pensamiento solo estaba en cosas que Odiseo necesitaba.


Hoy la vida era diferente para Blanca. Así se lo había propuesto y para ello estaba marcando los nuevos rumbos, los nuevos caminos. 

Pero, aún algo le preocupaba.

Cuento 12.- El triunfo de Horacio
Cuento 1 .- La ausencia del ayer