Sentado, con las manos entrelazadas en medio de sus piernas, con
la cabeza mirando al cielo y con la boca abierta se había quedado dormido. Odiseo Roncaba.
Despertó. Pero por más que intentaba abrir los ojos no podía. La
luz lo cegaba. Los apretaba como tratando de formar un filtro con sus pestañas. El ruido del caminar de los transeúntes y el claxon de los
vehículos que pasaban a su lado no había sido problema para descansar un rato.
Vaya, ni el sol fue impedimento. La sombra de un árbol de benjamina mal podado fue su guarida. Bajo ese manto protector, Odiseo había roncado plácidamente.
Una vez despierto, se limpió los ojos. El día había transcurrido más rápido que su sueño y ya era el mediodía en el parque central de Valle Nuevo.
Odiseo se puso de pie, alisando su camisa de mangas largas con las manos arrugadas por la edad. Vestía impecablemente. Estaba convertido en una mancha completamente blanca. Camisa, pantalón de casimir sin pinzas y hasta los zapatos eran blancos. Todo él de una sola pieza.
Volteó y se percató que el mundo seguía su marcha. El tiempo es lo único que no se detiene y avanza dejando escenas a su paso.
La banca en donde se había quedado dormido estaba exactamente frente a la Iglesia. Toda ella estaba pintada de blanco, desde el campanario y pasando por la cúpula hasta el retablo.
Era inmensa, majestuosa, de un arte abstracto en su construcción. Y en la torre mayor, debajo de donde estaba el reloj, se vislumbraban unas compuertas que se abrían para dejar trabajar a un mecanismo que hacía que en un riel desfilaran, con una música angelical de fondo, los doce apóstoles en punto de cada hora.
Los turistas que visitaban la ciudad de Valle Nuevo se arremolinaban para tomar una foto de ese suceso. Y al hacerlo, las palomas que caminaban inquietas levantaban el vuelo.
Valle Nuevo era una ciudad moderna. La tecnología había hecho su presencia y el comercio de su calle principal daba muestra de ello. Logotipos con luces neón era lo que daba vida a los escaparates de las tiendas. Con puertas automatizadas y con cámaras de vigilancia. Todo para dar seguridad a los consumidores que día con día incrementaban su presencia para adquirir los artículos de moda.
En la calle, la gente adinerada, los “nice”, desfilaban con sus autos último modelo. Y ellos contrastaban con don Chalito, un minusválido que todos los días acudía a ese parque en su moto adaptada y vieja, a lustrar zapatos. Era bolero.
Todo esto pasaba en esa gran ciudad. Y a la vez que Valle Nuevo vivía, Odiseo enfilaba sus pasos hacia su hogar. Mientras se marchaba del parque, en su mente también caminaban los recuerdos.
Se dirigía a comer por puro trámite. Ya no esperaban en casa sus hijos ni su esposa. Hoy estaba solo.
Ya no había comida humeante en la sartén ni hijos que aguardaban con las sandalias listas para quitarle los zapatos y hacerlo descansar del trabajo diario. Hoy nadie estaba con él.
-¿Qué voy a comer?
-Da igual –se decía- de todas formas no podré compartirlo con
alguien. No platicaré con nadie como antes, como cuando “ellos” estaban
conmigo.
Y es que Odiseo había sido un hombre de éxito, como tantos que triunfan en el mundo. El mundo de los negocios fue, es y seguirá siendo su pasión.
El dinero, las propiedades, los autos de lujo, las motocicletas deportivas y hasta los negocios se habían esfumado. Y lo curioso del caso es que no se dio cuenta.
En un pestañazo desapareció lo acumulado. Se fueron perdiendo uno a uno, tal y como había perdido a su familia.
El caminar de Odiseo había finalizado. Llegó a su hogar. Abrió la puerta y frente a él estaba “su nuevo mundo”. Pero a diferencia de las casas del ayer, su nuevo hogar se componía de un cuarto con cuatro paredes de color cemento y con muchas grietas, como esas que surcaban su rostro. Cuadros con fotos era lo único que adornaban esas paredes frías y silenciosas. Y con ellas, se congelaban el recuerdo.
Dentro de ese cuarto estaba su cama, herencia de Horacio, su hijo el menor. Y encima de ella su ropa, la cual estaba doblada con la perfección con la que cerraba sus tratos en los negocios.
“Viejito pero bien planchado” era su argumento preferido para presumir su ropa. Aunque, en honor a la verdad, acostumbraba estrenar muy seguido.
Odiseo cerró la puerta. Se puso en mangas de camisa. El silencio era sepulcral. De pronto la melancolía se le impregnó en la piel como un nefasto perfume. Se sentó en la mesa que estaba al lado opuesto de la cama. Cerró los ojos y se llevó las palmas de sus manos a la frente y sus codos sintieron el frio que se desprendía de la lámina de la mesa.
-¿Qué hice mal, señor? le preguntaba con insistencia a su dios.
Las respuestas nunca llegaban. Ese era el decir y el pensar de Odiseo. Recriminar la realidad se había convertido en su deporte favorito.
Y es que Odiseo no lograba comprender como en un chispazo de vida todo se había acabado. Ahora solo los recuerdos estaban presentes, convirtiéndose en sus eternos amigos.
En su mente empezaron a golpear, como piedras en cristal, imágenes conocidas para él.
Recordó ese ayer, cuando con Blanca, su esposa, habían iniciado aquella pequeña empresa ubicada en la calle principal de esa bella ciudad que es Valle Nuevo. Hacía más de 35 años que iniciaron juntos su travesía de vida.
No había tanto crecimiento comercial en ese entonces. Habían pocos habitantes en la ciudad pero eran los suficientes para poder crecer a través de una empresa y él lo sabía. Por tanto, con ese ímpetu que da la juventud, y aprovechando la visión administrativa que poseía Blanca, Odiseo le propuso iniciar un proyecto.
-¿Qué negocio ponemos? –cuestionaba a Blanca
-Pongamos un negocio que tú conozcas, que sepas, para que no
perdamos.
-Entonces iniciemos un negocio relacionado con las bicicletas. He
trabajado en ellas y conozco a la perfección el tema.
-¿bicicletas? adelante, amor. Yo te ayudaré en lo de las cuentas.
Podemos buscar un local en donde venderemos las refacciones y los accesorios
para todas aquellas que existan en la ciudad y, si es necesario que se las
pongas, pues también podemos instalar un pequeño tallercito, total que tú
también le sabes a eso de la mecánica ¿o no? ¿qué te parece?
-¡Que buena idea, gordita! Yo en el taller y tú en la venta al
público. Nadie podrá ganar a este par. Te lo aseguro.
Y así lo hicieron. Comenzaron a buscar un local con las características que se busca todo en esta vida: bueno, bonito y barato.
Recorrieron todas las calles y todas las avenidas de la ciudad. Fueron días y días los que pasaron buscando tan anhelado lugar. Y cuando la desesperación los empezaba a inundar, dieron con el lugar.
Encontraron un local al lado oriente de la ciudad. Ese local era propiedad de doña Amelia. Una señora regordeta de gesto serio pero sincero.
El lugar era hermoso –o al menos así lo veían ellos-. Doña Amelia, por tratarse de un matrimonio joven les ofreció el local comercial y en la parte de arriba, un departamento, en donde podrían vivir y continuar su vida matrimonial.
La dicha no se pudo hacer esperar. La pareja empezó a acondicionar el departamento y a pintar de amarillo el local comercial. Estaban preparando todo. Aun sabiendo que no había mercancía que exhibir ni colgar.
Odiseo durante su infancia fue un niño que creció “a golpe y porrazo”. Sin más guía que su madre y su hermana, fue enfrentándose poco a poco a los retos que da la vida. La pobreza era algo que no le canceló los deseos y la alegría de vivir.
No había figura paterna. La gente cuenta que Odiseo buscó a su padre dos veces. Una para conocerlo y otra para pedirle apoyo para su boda con Blanca. En ambos casos fue ignorado y despreciado.
Eso hizo que creciera receloso y tomando decisiones. Las que él creía oportunas de tomar. Y con esto a cuestas, y sabiendo que el negocio tenía que ponerse a funcionar, Odiseo decidió irse a la capital del país a buscar mercancía. Estaba seguro que “preguntando llegaría a Roma” y así lo hizo.
Solo un sueño lo guiaba y hacia allá se encaminaba sin saber lo que ya el destino le tenia reservado.
0 comments:
Publicar un comentario