Luis Luna León jueves, noviembre 19, 2009 0 comments celos ejecutiva envidia exito familia luis alberto luna leon luis alberto luna león mujer triunfo Perdonar el éxito Home » celos » ejecutiva » envidia » exito » familia » luis alberto luna leon » luis alberto luna león » mujer » triunfo » Perdonar el éxito El fin de semana sucedió. Estuve sentado en una mesa en un convivio social. No fui obligado. Pocas veces hago las cosas por compromiso. Si no me nace hacer algo, simplemente no me muevo. Ni al escribir aplico la obligación. Tiene que existir un tema que me haga meditar o que me apasione para poder sentarme frente a mi computadora personal para teclear. En fin, el asunto es que quise acudir al evento y así lo hice. Y en esa reunión, pude platicar con una mujer con la que me une una amistad de muchos años. Casi el mismo tiempo que tenía de no verla. Fue extraño. Siendo amigos, platicamos como unos desconocidos. No sabía nada de su vida, de sus aventuras, de sus viajes, de su familia, de sus logros. Platicar con esa ignorancia sobre ella, me permitió conocer aspectos que me hicieron no comprender algunas cosas que me explicaba. Con su plática, pude darme cuenta de muchas aristas de su personalidad. Y es que ahí, sentada a mi lado, estaba una mujer verdaderamente exitosa en la vida. Con una profesión que le había permitido tener la solvencia económica para viajar por el mundo. Se había hecho sola. 36 años de su vida y ya tenia al éxito transpirando por los poros de su piel. Poseedora de una belleza tan natural, que podía ser admirada hasta por los que la veían caminar de espaldas. Con una elegancia que podía distinguirse con solo observar el barniz de las uñas de sus pies. Con una carrera muy sólida en el mundo de la capacitación empresarial. Laborando en la Ciudad de México para una firma que asesora a grandes compañías en todo el país. Ahí estaba la mujer de éxito. Pero yo notaba algo en su plática. Y su mirada me lo confirmaba. Por la confianza que caracterizó mi amistad con ella en la adolescencia, le comenté lo que yo observaba. Y lo hice porque de no haberlo hecho, yo explotaría. Cuando le expresé que yo notaba una mirada triste en ella, como un resorte giró su rostro hacia mí, con un gesto que me hizo recordar a un alumno cuando, en pleno examen, le dije que había descubierto su acordeón. Se quedó en silencio por breves segundos. Y así, sin más, me dijo que todo lo que tenia, todo lo que ella poseía, gustosa lo cambiaria por una familia. Esas palabras todavía caminan y chocan en las paredes de mi mente tratando de encontrar una salida. Si, la mujer exitosa, la asesora ejecutiva, la que cuenta con departamento en zona exclusiva en la capital del país, la que posee dinero suficiente para darse sus gustos y caprichos como ropa, joyas, zapatos y demás; estaba confesándole a un amigo “desconocido” que todo eso no tenia valor en comparación con una familia. Me hizo saber que ella en lo personal, desde niña anhelaba ser una mujer exitosa. Y fue caminando por su vida hasta alcanzarlo. Pero que se dio cuenta que no podía tener una pareja por los tiempos que su profesión maneja. Me comentó que no ha podido mantener una relación duradera. El final de las historias de amor que ha vivido siempre tienen el mismo final. Ellos se van. Me comentó que muchas veces pensó que sus relaciones terminaban por el tiempo que no les daba; pero en el fondo, ella sospechaba que su éxito opacaba a sus parejas. Ganaban menos sueldo que ella. No tenían el mismo nivel que ella. No tenían la misma proyección que ella. Y era así porque los de su mismo nivel económico buscaban a parejas con un abolengo familiar. Apellidos con un lugar en la sociedad. La solución a su problema no la encontramos en esa plática. Terminamos de conversar con los correspondientes comentarios de mi parte hacia ella. Me despedí expresándole que su vida me resultó interesante, digna de una reflexión como la que hoy estoy haciendo en mi blog. Sin faltar a la ética y tratando de no defraudar su confianza, le pedí me permitiera escribir sobre lo conversado. Solo sonrió, aprobando con ello mi petición. Y aquí estamos, compartiendo con ustedes esta historia que quizá para muchos tenga una explicación lógica. Pero para otras personas, como yo, no es tan sencillo de comprender. Y esto lo comento porque muchas veces he escuchado a mis amigas decir que por tener una familia sacrificaron su carrera y el éxito. Que prefieren el éxito obtenido en el hogar y en su familia. Y cuando hablan de ello, el orgullo les sube por las venas, como sube la marea en la playa al entrar la noche. Pero en la otra sala, están las exitosas en la oficina. Las que brillan en el ámbito laboral. Las que los cargos públicos y los puestos de alta jerarquía les llegan por si solos. Que se preparan para ello y no se detienen hasta conseguirlos. Las que opinan que es mas fácil cuidar una oficina que tener paciencia para cuidar a los hijos. Y por la maternidad ni se preocupan. Ser madre soltera es una opción. Aunque también existen otras mujeres que opinan que tener hijos solas es un acto egoísta, toda vez que privan de que el niño goce de un padre y por consecuencia una familia. Todos los puntos de vista los respeto a morir. El asunto es que ambas son exitosas. Ambas destacadas. Una en el hogar y la otra en la oficina. Sin embargo, cuando “las exitosas del hogar” ven llegar a “la exitosa de la oficina”, cuando ambas coinciden en el mismo lugar, la incomodidad las toma del brazo y las zarandea. Y la mirada por la comisura de los ojos no se deja esperar. Mientras una presume cuerpo, ropa, peinado y calzado y una sonrisa con dientes blanqueados; la otra presume hijos sanos, estabilidad en el hogar, una familia sólida y una leve sonrisa de satisfacción dibujada en el rostro. Mientras una presume viajes con las amigas, la otra presume excursiones con los hijos. Mientras una pregona como educa a sus hijos, la otra se vanagloria de cómo coordina a su personal. Ambas se sienten exitosas. Y no deberían de “sentirse”. A mi juicio, son exitosas. Lo que no logro comprender es el motivo por el cual, una envidia el éxito de la otra. Si, envidia de tener lo que la otra tiene. Una el cargo publico, y la otra, la familia de la vecina. Y lo más curioso es que no lo hacen en público. Esa envidia les camina por todo el cuerpo como hormigas hasta hacerlas gritar con un rictus desesperado en la soledad de ese bosque obscuro llamado “yo interno”. Mi opinión es que la mujer puede lograr el éxito en el hogar, en la familia, en la oficina, en los negocios. En cualquier lugar la mujer es exitosa. Ellas nacieron para triunfar. No importa los ambientes o los escenarios. Ellas lo logran. Ya sea sola o acompañada, en el hogar o en el trabajo. El éxito siempre las alcanza. Y tal y como me sucedió con la plática de mi amiga, quizá en este escrito no encuentre la solución a la problemática. Pero surge una interrogante…¿Por qué desear lo de la otra cuando se es exitosa? ¿Es acaso propio de la naturaleza humana? ¿Se puede perdonar el éxito?¿Una envidia a la otra? Derechos Reservados para Luis Alberto Luna León Share This To : Facebook Twitter Google+ StumbleUpon Digg Delicious LinkedIn Reddit Technorati
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