La convocatoria los había emocionado. La felicidad que ese día llegó a
la casa de Blanca fue por demás apoteósica. A todos cimbró.
La sonrisa en los labios no se la quitaron a pesar de la crisis económica
en la que estaba el mundo. Su mundo.
Pero al llegar la noche y cuando las emociones se enfrían, todos se
fueron a sus habitaciones. Y ahí, en la penumbra, había alguien que estaba con
sentimientos encontrados.
Blanca no pudo dormir esa noche. Estaba muy emocionada con la ilusión de
su hijo pero en el fondo, sabía que ese concurso representaba gastos. Ella no
quería truncar los sueños de su hijo.
Aún con el desvelo a cuestas, al amanecer, se dirigió a la recamara de
Alfonso.
- hijo, despierta. Tenemos que
hablar.
-¿Qué pasa, mami? –dijo
Alfonso mientras se incorporaba preocupado.
-Tu hermanito está muy
emocionado con el concurso pero no tenemos dinero para poder apoyarlo. ¿Qué
hacemos, hijo?
-mmm…¿de plano no tenemos
dinero?
-No hijo, no hay. Tu papá está
gastando mucho dinero. Ya se lo dije pero dice que él sabe lo que hace.
-¡pero no podemos decirle esto
a Horacio, mami!
-lo sé, hijo, lo sé, pero ¿qué
hacemos?
-tenemos que buscar apoyo,
alguien que nos preste dinero.
-eso es imposible hijo, no
tenemos nada con que garantizar esos préstamos. Todo está hipotecado. Todo lo
debemos hijo.
-pues no sé cómo le haremos,
pero tenemos que ayudar a mi hermanito. Es su oportunidad madre, si gana el
concurso representara a Valle Nuevo en el concurso nacional y su vida cambiará.
A partir de ese momento, madre e hijo se dieron a la tarea de buscar los
pocos amigos con los que contaban. Muchos les habían retirado la amistad por el
actuar de Odiseo.
Sin embargo, reconocían que Blanca era una mujer responsable y les unía
a ella un sentimiento de respeto. Tendrían que apoyarse en ello para lograr su
objetivo.
Fue un gran peregrinar el de Alfonso y Blanca. Madre e hijo acudieron a
todos aquellos que creían les podían tender la mano. Pocos fueron los que
ayudaron.
Mientras esto pasaba, Horacio estaba metido en el diseño de lo que sería
su obra maestra, de aquella obra de arte que le permitiera ganar el concurso.
Los días pasaban y poco a poco fue fluyendo el dinero. Un tío de ellos,
hermano de Blanca, fue quien brindó todo el apoyo económico. Pagó todos los
gastos. Desde el traje que Horacio portaría en el evento hasta quien le hizo el
corte de cabello.
Mientras tanto, Odiseo jamás se percató de todo esto. Se limitó a
presumir a su hijo menor con los amigos y a decir que si ganaría la
competencia. Lo que para Odiseo era fiesta, para Blanca y para Alfonso era una
preocupación. Sin embargo, los ánimos nunca decayeron.
El día del concurso había llegado. Horacio estaba vistiendo un elegante
traje con corbata roja y se alistaba para acudir puntual al evento. Aunque, en
el fondo, esta situación siempre le preocupaba porque la puntualidad jamás fue
su máxima virtud.
Los jueces vieron desfilar las obras de arte participantes. Las
favoritas eran coreadas por el público asistente y dentro de ellas, no estaba
la de Horacio. Sin embargo, algo en su interior les decía que la suerte estaría
de su lado.
El veredicto fue hecho público. Horacio había sido el elegido. Horacio
había ganado.
El júbilo fue inmenso para todos los de la mesa de Horacio. Los abrazos
y las felicitaciones empezaron a surgir como una erupción de geiser. Horacio
lloró en el momento de recibir su premio.
A partir de ese momento, la vida de todos cambió. Pareciera que la vida
se empeñaba en hacer contrastes muy duros. Por un lado llegaba la felicidad y
en ese preciso momento, empezaba la tristeza. Algo siempre empañaba el momento
después del éxito.
Odiseo y Horacio estaban engolosinados con el triunfo del segundo. La
alegría los inundaba hasta rebalsarlos. No caían en sí mismos. Todo era hablar
del primer lugar y los planes no se hicieron esperar. Pero para Blanca, el
éxito de su hijo ocupaba solo una parte de su pensamiento. Su pensar también
estaba fijado en cómo pagar el dinero usado en el concurso de Horacio. Y
Alfonso también compartía en su interior tenía esa preocupación.
Y es que las familias presentan siempre estas contradicciones,
estas características. Aún y cuando provienen de la misma formación y de los
mismos padres, los hijos siempre poseen diferentes personalidades, diferentes
formas de ver la vida, de actuar, de pensar.
Mucha gente opina que esto se debe a una cuestión meramente natural. Es
decir, que no existe ningún factor que lo determine, que así es siempre.
Otros opinan que la personalidad de un hijo está estrechamente
relacionada con los sucesos que han matizado a su propia vida.
Un hijo que ve la vida real desde muy pequeño, que se enfrenta a
problemas desde muy niño, aprende a madurar también desde esa misma etapa.
Y es quizá esto último lo que daría el fundamento necesario para
comprender el hecho de que mientras Horacio se empeñaba por dejar crecer sus
alas, Alfonso se aferraba a dejar crecer sus raíces.
Alfonso, el hermano mayor, quería consolidarse en su tierra, con su
gente, hacerse de un nombre, de un prestigio, y ya con esto a cuestas, poder
emprender el vuelo profesional. Es decir, hacer que su nombre trascendiera pero
el, siempre pegado a su familia, siempre al lado de sus padres, a su abuela y a
su tía, a “su gente”, como el la denominaba cariñosamente.
En cambio, con Horacio se presentaban otras cosas. Horacio quería irse
de Valle Nuevo. Conocer otros lugares. Aventurarse. Y con el triunfo y con el
pasar del tiempo, él poco a poco se empezó a perder en la soberbia “respaldado”
en sus sueños.
De una o de otra menara, se logró reunir el dinero para cubrir los
gastos por el concurso de Horacio. El problema estaba resuelto pero no era la
solución para todo lo que estaban pasando.
Esto hizo que Blanca hiciera una seria reflexión de todo lo que estaba
pasando. Una más de las que estaba teniendo en su vida.
Se dio cuenta que por amor ella había entregado vida, alma y pensamiento
a Odiseo. Que jamás ella había chistado ni exigido nada. Todo lo había aceptado
tal y como él lo pedía o dictaba.
Pero hoy ese amor profesado hacia Odiseo, su esposo por muchos años, ya
estaba generando estragos más profundos. Y lo estaba haciendo casualmente con
lo que ella amaba con las fuerzas de su corazón. Sus hijos. Eso la sacudió.
Alfonso y Horacio siguieron con el desarrollo de sus propias vidas.
Horacio se fue de Valle Nuevo y fue la ciudad de los ángeles su nuevo destino.
Alfonso continuó con sus estudios para posteriormente empezar a laborar
en el gobierno municipal.
Pero Blanca sabía que habían asuntos pendientes. Que su vida había sido
obscura, soportando humillaciones, golpes, desprecios, traiciones y hasta
olvidos por parte de Odiseo.
Volteaba la vista hacia el cielo y lo que ella observaba eran solo nubes
negras. Es el paisaje que ven aquellos que tienen problemas.
Y solo un haz de luz había frente a ella. Y eran sus hijos. Ellos eran
lo que la motivaba a tomar una decisión que marcaría su vida. Pero tomar
decisiones nunca ha sido fácil. Y más aún, cuando esas decisiones significan
dejar de ser quien uno es.
Pero Blanca lo había decidido y para allá forjaba su carácter. Solo
faltaba una pieza para armar el rompecabezas de su vida. Y ya sabía en dónde
encontrarla.
Cuento 11.- Los hijos crecen
Cuento 11.- Los hijos crecen
Cuento 1.- La ausencia del ayer.
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