Hace poco se dio cita la Cumbre del G-20 en Londres. Los líderes del mundo sentados en una misma mesa, bajo un mismo objetivo. Procurar el desarrollo social.
En dicho evento, la voz de los jóvenes mexicanos se hizo presente. Una estudiante del Instituto Tecnológico de Monterrey (ITESM) fue elegida por el British Council para representar a México en esa reunión.
Ahí, junto con otros 20 jóvenes procedentes de los países que integran el G-20 (Estados Unidos, Canadá, Japón, Alemania, Reino Unido, Italia, Francia, Corea del Sur, Argentina, Australia, Brasil, China, Cuba, India, Indonesia, México, Arabia Saudí, Sudáfrica, Turquía y Rusia) se plantearon propuestas para amilanar la crisis mundial en materia económica y financiera.
Fue crudo escuchar a la mexicana Leticia Oceguera Ochoa. Porque lo que planteó la alumna del bachillerato del Tecnológico de Monterrey, lejos de ser una propuesta a la estructura empresarial mas bien se encaminó a ser una propuesta a la moral empresarial.
Leticia, con la inquietud y la pasión con la que hacemos las cosas los jóvenes, planteó su tesis iniciando con lo que era necesario: desnudar la realidad mexicana.
No dudó en decir que ha sido testigo como los hombres de negocios despiden a la gente y cómo las familias se desintegran debido a su situación financiera. Porque cuando en un hogar el dinero sale por la puerta, el amor se escapa por la ventana. Y nosotros no somos la excepción.
No le tembló la voz para mencionar que es muy difícil para los jóvenes profesionistas y para la clase obrera perder empleos en los cuales han estado trabajando casi toda su vida.
Y Leticia no hablaba por pura estadística. Casualmente su padre, fue alcanzado por la crisis y perdió su empleo en una empresa dedicada a la venta de textiles para la industria papelera dos semanas antes de la Cumbre. Leticia conoce el sufrir de un padre al quedarse sin empleo. Perder la vida en él cuando se tiene la responsabilidad de llevar el sustento a casa.
Pero ahí estaba ella. Erguida. Parada frente a los líderes más importantes del mundo y quitando, uno a uno, los maquillajes que el gobierno le ha puesto a la economía en México.
Porque no se quedó solo con esos puntos. No, ella fue más allá.
Leticia Oceguera también dejo al descubierto los prejuicios con los que la sociedad mexicana se divierte alimentando.
Precisó que ella ha aprendido a luchar a través de su vida. Señaló que desde que tenía seis años tomó conciencia, por ejemplo, de lo que significaba la palabra discriminación. Algunos de sus compañeros durante sus años de educación primaria la maltrataban por proceder de un kínder público.
Y no importan sus altas calificaciones. No importa ser una alumna destacada. No importan sus actividades pro-ecología. No importa su activismo en servicio social, activismo comunitario y trabajo voluntario. Ella no era bien aceptada en su círculo social por un solo hecho: provenir de escuelas públicas.
Muchos criticaron a Leticia por haber dicho eso en una Cumbre Mundial. La señalaron y la cuestionaron. Le reclamaron porque, a través de su dicho, había dejado mal parado al gobierno mexicano y al sector empresarial.
Pero los menos, le reconocemos el valor. Porque apuntar el dedo hacia esas piedras que impiden que México crezca es de aplaudírsele, sobre todo, tratándose del lugar en el que estaba.
Y es que la joven de tan solo 17 años de edad no esta diciendo mentiras. En México el humanismo se ha perdido. Y casualmente es ese humanismo el que le da vida y sentido a los gobiernos en el mundo.
Cometeríamos un error al cerrar los ojos y dejar a un lado el hecho de que hoy las empresas en nuestro país están buscando y haciendo hasta lo imposible por lastimar, sangrar y cercenar los derechos laborales de los mexicanos.
Muchas son las compañías que están buscando sistemas que les permita no darle al trabajador sus prestaciones laborales.
Y ya algunos personajes de la política lo han señalado públicamente. Por citar una voz de ejemplo, la del Senador perredista Carlos Navarrete. Se ha pronunciado por ir al fondo e investigar a las empresas que evaden el pago de impuestos bajo la figura de Sociedades Cooperativas.
De hecho, la Cámara de Diputados en México analiza la posibilidad de establecer sanciones penales a todos los que ayuden a las empresas a defraudar al fisco.
Se está considerando conveniente contar con un ordenamiento legal de tipo penal que inhiba la participación de quienes con la calidad de contadores, abogados, agentes aduanales o cualquier otra profesión técnica o auxiliar de éstas, concerten, induzcan, ayuden o auxilien a los contribuyentes a la realización de los delitos de contrabando o defraudación fiscal.
Y es que las sociedades cooperativas atentan contra ese humanismo que tanto se busca rescatar para la clase obrera, ya que a través de ellas se evade el pago de impuestos y los derechos laborales quedan en el olvido.
Hoy la juventud, las empresas y el humanismo en México están caminando cada uno por su lado.
Es triste ver que para las empresas el humanismo no importa. Y no se les culpa, toda vez que es un concepto que no reporta dividendos. Los jóvenes ya se dieron cuenta de ello y por eso su temor para accesar a espacios laborales.
Lo curioso del caso es que hay un reto para el gobierno mexicano, y ese es el recuperar la confianza de la gente común, para evitar que en cumbres tan importantes como la del G-20, se den los choques de trenes, tan catastróficos para la imagen de México ante el mundo.
Creo que hay que modificar los esquemas para que se fomente una economía humanista que proteja a los trabajadores y que logre proyectar un crecimiento social.
Pero no solo el crecimiento de esa “clase social” que lo tiene todo. Sino más bien, de aquellos sectores de la población que todos los días sale con la plegaria en la boca, ya sea para encontrar empleo o bien, para no perderlo.
Por eso se hace necesario inyectar confianza en todos los pueblos del mundo. Confianza y esperanza, así como aquella que le inculcó a Leticia su padre cuando le anunció que había perdido su empleo.
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