Por: Luis Alberto Luna León
Hay
mujeres que están mentalizadas a caminar sobre espinas y sonreír. Viven
sonriendo. Y lo hacen de manera natural, espontánea.
Van por la vida con éxitos. Y lo logran hacer de tal forma que no les da
miedo gritarlo. Le escupen a la envidia que les rodea cada vez que pueden. Y lo
hacen de manera inconsciente. Sin darse cuenta. Sólo sonríen.
Yo
recuerdo que siempre la veía. Era para buscar su mirada. Las fotografías
eran sus más íntimas aliadas. No importase como fuera, ella siempre era bella.
Con
una cabellera negra y con ojos de ventana. Tan grandes que se podía observar a
su alma. De sonrisa nacarada y de piel apiñonada. Así la recuerdo y
curiosamente, así continúa siendo.
Mujer,
profesionista, responsable. Amante del cine y de la música. Que disfruta a Bon
Jovi, a Bublé igual que a Sabina. Que toma un mojito, un mate o un buen tequila.
Con
el carácter tan amable que las puertas siempre estaban de par en par para ella.
Transpiraba simpatía.
He
de confesar que en la universidad tuve un maestro que se empeñaba en que yo
aprendiera a leer en el alma. Me decía que ahí está el verdadero yo de los seres humanos. Siempre lo intentó y lo intentó. Y creo que al final mi maestro fracasó.
A lo único que pude llegar es aprender a observar. Y con esa enseñanza, la
observaba a ella.
Y
estando sentado en la banqueta de la vida, observándola, pude darme cuenta de
muchas cosas. Cosas que hoy no logro comprender.
No
logro comprender porque ella camina sola. No logro entender porqué a pesar de
vivir rodeada de alegría, al llegar la noche ella se recuesta en la cama y se
duerme con la soledad. Y antes de conciliar el sueño, platica con ella.
No
logro comprender porque ella prefiere estar así, sola, encaminando sus pies
descalzos sobre la arena sin huellas que vayan a su lado.
Porque
con una mujer así ¿qué importa si nos atasen de manos y nos hagan ir con los
ojos vendados? Estar a su lado es tener siempre una tregua de paz con su
esencia. Es disfrutar de su aroma.
Respirarlo.
Busqué
elementos para ubicar sus defectos. Les lancé guiños buscándolos y jamás
logré encontrarlos. Sus defectos estaban tan amaestrados que solo ella podía
demostrarlos.
O
quizá es la admiración con la que yo la observaba. O será acaso la brillantez
de su mirada la que opaca cualquier obscuridad en su alma.
Pude
darme cuenta que habían inviernos en su mirada tan fríos que hacían que se congelara
su propia alma.
Pero
curiosamente, nadie lo observa. Sólo yo.
Porque
para los demás ella es alegría y elegancia. Es rostro y cuerpo.
Pero
el paisaje que tengo frente a mi es diferente. Yo en ella veo sentimientos,
alma, emociones, pero también recelos.
Veo
desesperación por encontrar el amor, pero ese amor que acompaña en las malas,
que abraza en la desesperanza y no sólo en la cama.
O
quizá no sea desesperación. Quizá es anhelo por encontrar a alguien con quien emprender
una misma ruta y un mismo destino.
Pero
también veo miedo. Ese miedo de entregar lo más preciado que tiene la mujer al
primero que endosa estrellas en el firmamento.
Es
miedo por casarse con un ángel para después divorciarse de un demonio. Es temor
a darle como padre de sus hijos a un miserable, a un ser despreciable que los
abandonará en el mal de los 7 años de casados o cuando le entre su “segundo
aire” al cumplir los 40 , los 43, los 45, los 47 o los 50 años. Da igual. El hombre siempre presume estar renovado como un trofeo para su ego. Que gran estupidez.
Sí,
eso observo en ella. Y aunque muchos son los que han ido a tocar su puerta,
ella se niega a dejar pasar a cualquiera.
Y es que sólo una mujer sabe lo que vale. Sólo
la propia mujer conoce el sentimiento que genera el que te arrojen al abismo
del olvido. Sólo quien ha sido juguete sabe lo que duelen escuchar las risas
del que acciona al equipo aplastando el botón de “play” a su antojo, a su libre
albedrío.
Miedo por entregarse a un hombre que haga a la
rutina la principal protagonista de su vida sentimental.
Y
quizá sea eso lo que haga que ella se prefiera sola. O tal vez por eso
Benedetti tenga razón cuando decía…”Así estamos,
cada uno en su orilla, sin odiarnos, sin amarnos, ajenos”
Hay
mujeres que están mentalizadas a caminar sobre espinas y sonreír.
Y así van
caminando por la vida, con ilusiones vivas y otras rotas, pidiéndole a la
lluvia que abrace al amor en su nombre, sabedoras de que la felicidad no depende de nadie, sólo de ellas; y que no hay prisa por encontrar a quién pueda valorar el inmenso amor
que habita hasta en su médula.
Y si esto no pasa, no hay problema. Ellas seguirán así, disfrutando su felicidad y sonriendo.