Fue como un choque
abrupto. Todas estas imágenes, todos esos momentos, todos esos recuerdos se
fueron agolpando en la mente de Odiseo mientras estaba ahí, sentado en esa silla y hundido en ese silencio que solo da la melancolía.
Abrió los ojos.
Volteo a ver su nueva realidad. Su cabeza se convirtió en un ventilador de
pedestal. Observaba todo. Fijó su mirada en cada cuadro que había colgado frente a él.
En
cada grieta. Ahí estaban las fotos. Sólo fotos. Imágenes capturadas que colgaban
de cuadros sostenidos por clavos oxidados. Eso era lo que quedaba de esa vida
llena de éxitos y grandezas.
Una a una las fue
analizando como si se tratasen de algo nuevo para él. Amigos del ayer,
ausencias del ahora. Esa es la característica de aquel que tuvo y que hoy no
tiene. No cabe duda que “don dinero” es el anfitrión predilecto de la sociedad.
Odiseo posó su
mirada en cada foto. Las escudriñaba. Se observaba.
De pronto, ellas cobraron vida y empezaron a hablarle y en ese cuarto se escuchó un murmullo que poco a poco iba cobrando fuerza en la mente de Odiseo.
Fue tan grande el ruido de ese silencio que una de ellas le llamó su atención. Era la foto de la inauguración de la segunda tienda. El corte del listón.
Las risas y la
emoción reflejada en cada rostro ahí retratado. Imágenes que encierran
emociones y sentimientos que son congeladas solo para ese momento, pensando en
que quizá no volverán jamás. Y en efecto, no volvieron jamás.
La inauguración de
la segunda tienda de accesorios para bicicletas fue, sin duda, el mayor de los
orgullos de Odiseo. Y era así, porque no solo se trataba de una tienda más.
Representaba el
haber construido un edificio de dos pisos. Era ir día con día, durante 90 madrugadas
a supervisar a los albañiles para guiarlos en la consumación de su sueño. Y lo
logró. Una vez más, Odiseo lo logró. Pero para todos era sabido que ese logro
era más por Blanca que por él. Blanca era la que administraba y la que se quedaba en el negocio mientras Odiseo se escapaba con los amigos.
Para la edificación, él no contrató a
ningún arquitecto. Pensaba que no iban a interpretar lo que tenía en la mente y
decidió ser el mismo el responsable de la construcción.
Era un edificio
con cimientos fuertes. La primera planta media de alto casi 3 metros. Siempre
pensó que construir espacios con alturas pequeñas era un error. Un desperdicio.
Creía que no daban la imagen de amplitud. La segunda planta era un espacio con
las mismas características, sólo que estaba destinado para ser un lugar para
las fiestas. Esas que ya empezaban a abundar.
Ese edificio fue
construido en la calle cinco de Valle Nuevo. Relativamente cerca del centro de
la ciudad. Para poder atenderlo, Odiseo y Blanca se habían dividido las
actividades. Ella atendería la primera tienda y él la segunda.
Y lo habían
decidido así, por insistencia de Odiseo. ¿A qué niño no le gusta jugar con
juguete nuevo?
En el día de la
inauguración muchos rines de bicicletas fueron demostrados. Demasiados para el
gusto de los invitados. Pero Odiseo lo puso así para proyectar la buena
inversión que había realizado en esa empresa.
Los mejores
accesorios, las mejores marcas estaban exhibidas y listas para ser comercializadas,
todas en lujosos vitrales. Nada comparado con los exhibidores de la primera
tienda.
En esta ocasión,
los vecinos del lugar no fueron invitados. Había más dinero, más amigos, más
compromisos que atender. La prosperidad se había convertido en una constante
para Odiseo y para Blanca.
Dicen que hasta
las invitaciones cambiaron. Ya no fue el tocar de puertas de Blanca y de Lucía
en las casas de los vecinos. En esa ocasión, se diseñó una invitación especial.
Odiseo había comprado infinidad de juguetes con la figura de bicicletas a
escala y las había pegado en una bonita tarjeta con los datos de la
inauguración.
Ya no fue aquel
viejo aparato musical de doble casette lo que amenizó el acto. Para este evento
se había contratado a un tecladista. El más famoso de Valle Nuevo.
Tampoco fueron los
guisos de doña Mariana los que se sirvieron. Se cambiaron por lujosos banquetes
servidos por meseros contratados para la ocasión. Bocadillos de “La boutique
del mollete”, la más reconocida de la ciudad.
Y lo más curioso
del caso, es que también los sentimientos habían cambiado. La gratitud del ayer
demostrada por Odiseo a doña Amelia ya no existía. De hecho tampoco ella fue
invitada.
El amor expresado
en aquel abrazo que él prodigara a su hermana, a su madre y a Blanca en la
primera inauguración se había evaporado. Quizá con el calor de los nuevos
amigos.
Tampoco la
fraternidad, la alegría sana y la solidaridad de aquellos vecinos estaban
presentes. Muchos de los asistentes estaban ahí, porque Odiseo era un hombre
rico y pues, había que estar con los del dinero.
Y nuevamente
Odiseo, Blanca, doña Mariana y Lucía estaban ahí. Acudiendo a una cita más con
el destino.
Todos vestían
impecablemente. Odiseo encabezaba la lista. Con una guayabera blanca de manga
corta, de pantalón blanco y calzado del mismo color. Además, portaba sus lentes
con armazón dorada de gota de aviador y de cristal transparente.
Blanca tenía un
vestido casual en colores verde y negro. Doña Mariana con un vestido floreado y
con el cabello recogido en una “cebollita”. Lucía vestía un pantalón en color
crema y con una blusa de manga larga con cuello de tortuga en color shedrón.
Cada uno vestido
con la elegancia que ameritaba la ocasión. Todos listos para la gran inauguración.
Pero todo había
tomado una forma diferente. El dinero había entrado a la casa y con ello, la
sonrisa se había convertido en algo eterno, pero solo en el rostro de Odiseo.
Fueron veinte años
los que separan a una tienda de la otra. Años en los que Odiseo hizo negocio
tras negocio. Todos ellos con la perfección necesaria para lograr consolidarlo
como un empresario.
Blanca, por su
parte, se la pasó llevando a cabo la administración del dinero. O mejor dicho,
tratando de cuidar el dinero.
Odiseo se estaba
acostumbrando a malgastar el capital amparado en la frase “mañana lo recupero”
y lo hacía sin recordar que el dinero jamás regresa. Es agua que sigue su ruta.
Si no se “represa” para alimentar a las flores, el agua se va.
Las aventuras
sentimentales de Odiseo también fueron creciendo. Pero esta vez, ya no cuidaba
las formas. Se dejaba ver por los lugares más lujosos en compañía de diversas
mujeres.
La vida es muy
caprichosa con las imágenes que nos regala. Platican que por un lado Odiseo se
paseaba en coches de lujo con sus amantes y, por otro lado, en ese mismo
instante, Blanca de la mano con sus hijos parada en la calle esperando un taxi
para trasladarse bajo el sol candente.
Así de cruda es la vida. Pero todo
cambia cuando menos lo esperamos. O, en el mejor de los casos, todo cambia cuando uno desea
que cambie. Así es la vida. Y la de Blanca no es la excepción. Por ello, ya empezaban a caminar en su mente futuras decisiones.
Cuento 5.- La mirada de Blanca
Cuento 6.- La esperanza
Cuento 7.- La familia
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