En la familia que conformaban Odiseo y Blanca todo iba tomando un nuevo sentido. Cada quien estaba aportando lo que le correspondía. Y el tiempo siguió su paso sin detenerse. Es el único que nunca descansa.
Y con el tiempo, el éxito fue llegando más y más. Las propiedades de la familia que conformaban Blanca y Odiseo habían crecido. Casas, terrenos, vehículos de lujo, motos deportivas, viajes, buena ropa y buenos lugares fueron llegando a la vida de Odiseo.
El resto de la familia también disfrutó de ello.
Pero solo las migajas que él quiso darles. Él como padre de familia era el que
decidía que hacer y cómo hacer las cosas. Blanca era la que llevaba las
cuentas, pero quien gastaba era Odiseo.
El mundo de los negocios le tendió la mano y lo
acercó al éxito rotundo. Se hizo de muchísimos amigos. Nunca faltaba la
invitación a comer. Siempre había alguien interesado en salir de farra con
Odiseo. Siempre le gustaba pagar las cuentas y pues ante eso, nadie se niega.
Pero algo en la vida de Odiseo fue cambiando. El
nunca se dio cuenta de ello. Pero absolutamente todos se percataron de ello. La
compañía de Odiseo ya no era grata.
La petulancia y la arrogancia fueron invadiendo su
carácter. Su manera de ser había cambiado. El dinero lo había transformado en
un hombre soberbio. De esos que creen que por tener dinero puede menospreciar
al mundo.
A la par de ello, los hijos fueron creciendo.
Alfonso entró a una carrera universitaria. Ahí fue el primer choque, el primer “encontronazo”
con su padre.
Odiseo le “abanicaba” los billetes en la cara en
cada oportunidad que tenía y eso a Alfonso no le gustaba. Así que decidió salirse
de la escuela y dedicarse a trabajar por su cuenta. No quería depender
económicamente de su padre.
Cuentan que Odiseo, al saber esto, le dijo:
-Mira
Alfonso, decide lo que quieras con tu vida. Lo que sí quiero que recuerdes es
que para todos, tú siempre serás “el hijo de Odiseo”. Tu naciste para ser
nadie, hijo.
-pues
así será, pero ya me cansé de ti y de tu dinero. Al tiempo, papá, al tiempo.
Algún día tú serás llamado “el papá de Alfonso”
Ese reto Alfonso lo dijo sin pensarlo. Le nació de
una manera natural pero cuando lo reflexionó, se sintió a gusto de saber que podía
lograrlo. Y es que eso representaba forjarse un nombre, un prestigio por sí
solo, desligarse de la familia y empezar su andar para labrar su propio camino.
Sin heredar destino.
Alfonso comenzó a trabajar en la venta de diversas
cosas. Al igual que su padre, conocía el comercio desde muy pequeño y lo tenía
que explotar al máximo. Además, su carácter se había forjado. Tenía el don de
adaptarse a cualquier círculo social. No tenía miedo de tocar puertas y se
decidió por seguir su instinto.
Poco a poco fue ganando terreno. Alfonso fue
recibiendo el fruto de su trabajo. Ya el dinero empezaba a llegar a sus manos y
eso no solo a él le alegraba, sino que a Blanca también.
Cuentan que un día, estando Blanca en la empresa,
se acercó un maestro de Alfonso para preguntar por él.
-¿y
que me cuenta de su hijo, señora?
-ahí
está, trabajando. Le está yendo bien a ese muchacho.
-Es
una lástima que se haya salido de la escuela. Dígale que yo veré la manera de
ayudarlo para que regrese a la universidad. Coméntele que yo lo apoyaré, pero
que regrese.
Esa noche fue interminable para Blanca. Le haría ver
lo importante que era regresar a la escuela. Alfonso no quería. Era aceptar su
derrota ante su padre. Era comerse su orgullo e imaginar la sonrisa esbozada en
los labios de Odiseo. Eso era lo que lo detenía. Y no estaba dispuesto a
perder.
-No
mamá. No insistan, no aceptaré regresar. Mi papá se burlará de mí.
-Pero
hijo, con una carrera te será más fácil la vida.
-pero
ahorita me va muy bien, gano buen dinero mami.
-si
hijo, pero el futuro es tan incierto que necesitaras de estudios para salir
adelante. Todo cambia hijo, todo. Y quizá la suerte que hoy tienes un día se
acabe y necesites de algo más. Mira hijo, si tanto es tu orgullo, regresa a la
universidad pero págate tus estudios. Ya no le pidas dinero a tu padre.
Y así lo hizo. Alfonso regresó a la escuela. Y él
se pagaba sus estudios con el dinero que ganaba de sus negocios.
Odiseo al saberlo, no dijo nada. Solo le ofreció
trabajo en la empresa. Alfonso no lo aceptó.
Su hermano Horacio, por su parte, tenía sueños de
ser artista. Le emocionaba todo lo relacionado con las artes plásticas. Además,
tenía la virtud de artista. Nadie podía negar que Horacio tuviera talento.
De inmediato se adentró en ese fascinante mundo de
la cultura y de las artes. Poco a poco se fue perfeccionando con cursos y
talleres. Blanca fue su principal soporte. Ella le pagaba los estudios y lo hacía
con gusto. Aún a pesar de que lo hacía con grandes sacrificios.
Y es que el dinero ya empezaba a disminuir en la
casa. Las consecuencias del actuar desmedido de Odiseo ya estaban haciendo
estragos en la economía de la familia.
Poco a poco el dinero escaseaba y Odiseo no se daba
cuenta de ello. Seguía con el mismo ritmo de vida respaldado en sus buenos
oficios en los negocios.
Sin embargo, Blanca era la que llevaba las cuentas
y nadie podía engañarla. Sabía que algo estaba mal y se lo hacía ver a Odiseo a
cada momento. Los pleitos en ese matrimonio seguían pero ahora, aunado a lo
sentimental y a la soberbia de Odiseo se había sumado un factor más. El dinero.
Horacio fue teniendo éxito. No había concurso de
escuela en donde participara y no ganara. Todo mundo admiraba la belleza de los
trazos de Horacio y él sabía que lo podía hacer mejor día con día.
De pronto, observó una convocatoria que le llamo la
atención al máximo. Un concurso estatal de artes plásticas estaba por
realizarse en Valle Nuevo y quería participar. Era la oportunidad perfecta para
destacar aún más y con reconocimiento de mayor importancia.
Así que de inmediato, se lo comunicó a Blanca y a
Alfonso, su madre y su hermano.
Los tres no cabían de gusto. Sabían que Horacio era
diestro en ello y que las posibilidades de ganar el concurso eran muchas.
Para Odiseo y para Blanca sus hijos siempre serán
pequeños. Los padres siempre vemos a los hijos como los niños que tuvimos en
brazos cuando pequeños. Y por alguna mágica razón, siempre se quedan esas imágenes
en la mente de los padres.
Sin embargo, los hijos con cara de niños siempre
crecen. Y con ellos, crecen sus sueños, sus aspiraciones, sus metas y logros a
obtener.
Este proceso es por demás doloroso. Los padres se
resisten a aceptar que los niños del ayer, se están convirtiendo en los hombres
del ahora. Y debería ser una ley de vida el impulsar a los hijos a alcanzar sus
metas. No truncarlos en sus sueños. Porque yo no imagino a los padres de
Salvador Dalí prohibiéndole pintar siendo niño.
Y, para los hermanos Alfonso y Horacio, la vida les
estaba abriendo las puertas del éxito y Odiseo nunca se percató de ello, hasta
que una extraña jugarreta del destino le haría ver su propia realidad.
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