Todo mundo espera la puntualidad. Así nos fue enseñado
desde niños en la escuela y en nuestras casas. Todos convocados y todos
confirmados. Nadie dejó de asistir a ese encuentro en donde la memoria del ayer
se enfrentaría con la realidad del hoy. Estábamos emocionados.
Cada uno de los que asistimos a ese desayuno tenía en la
mente sus propios recuerdos, sus propias anécdotas. Unas grupales y otras
personales. Pero al final, todos teníamos un motivo para estar ahí, presentes.
La Profesora Gertrudis del Carmen Arzat Herrera llegó
como siempre llegaba al aula en el ayer en la escuela Primaria. Siempre con algo en las manos para sus
alumnos. Y en esta ocasión se hizo acompañar de unas bolsas blancas de
plástico. Dispuesta a regalar no algo material. Ella siempre regalaba
emociones. Y esa mañana del sábado no fue la excepción.
Se integró un comité informal de bienvenida por parte de
los que hace más de 30 años fuimos sus alumnos en la Escuela Primaria Juan
Benavides en Tuxtla Gutiérrez.
De inmediato, las lágrimas hicieron acto de presencia,
sólo al verla, sólo al abrazarla. Estaba ahí la que nos tuvo bajo su
responsabilidad en su grupo escolar.
Y es que los que formamos parte de la Generación de
alumnos 1979-1985 decidimos realizar un merecido reconocimiento a la que en el
ayer fuera más que nuestra maestra de la primaria. Y con la disposición de
siempre, la profesora Gertrudis acudió.
Siempre erguida, siempre bien presentada. Con esa voz que
refleja disciplina y firmeza. Con una sonrisa apenas dibujada en los labios,
pero que siempre nos inyectaba ternura y confianza.
En el apartado del Restaurante en donde estaban las mesas
se encontró con el resto de los que formamos aquel grupo “A” que estaba a su
cargo cuando egresamos.
Ahí estábamos sus ex alumnos, esos que en el ayer estaban
igual que esa mañana, parados hoy alrededor de cuatro mesas redondas, a
diferencia del ayer que esperábamos en los pupitres de madera esperando a que
entrara al aula la maestra Gertrudis. De pie, atentos.
De inmediato todos aplaudieron. Presurosos nos acercamos
a abrazar a la que muchas veces nos abrazó siendo niños. Unas veces para
hacernos entender del porqué del regaño en clase o bien, para darnos aliento
por conocer de nuestros problemas en casa.
Y al igual que hace más de 30 años, nos abrazó. Ya sin la
necesidad de agacharse para abrazar al niño del ayer. Hoy frente a ella estaban
los hombres y mujeres padres de familia, los profesionistas.
Y es que nadie de los que asistimos al desayuno dudó un
solo momento en acudir al encuentro.
Todos queríamos ser parte de esa celebración. Y aunque
las casi cuatro horas que duró ese desayuno fueron más lágrimas que risas,
todos necesitábamos de eso, de sacar los sentimientos más profundos hacia la
mujer que fuera nuestra maestra, la exigente, la disciplinada, la puntual, la
organizada, la que siempre caminaba derecha, la que nunca nos dejó solos en el
aula, la que no faltaba a clases, la que siempre sabia quienes éramos, la que
no hacia distingos, la que no tenia consentidos, la que siempre nos presionaba,
la que encontraba talentos en cada uno de nosotros.
En resumen, la que siempre nos trató como seres
individuales y no como un grupo, a pesar de que en nuestro salón éramos más de
cincuenta alumnos a su cargo.
De pronto, la maestra se paró al lado de una de las mesas en donde estábamos sentados. Y sin darnos cuenta tomó una de las manos de mi compañera Alicia Vázquez Lazos y empezó a cantar aquella canción que desde mi primaria me ha acompañado y que en donde quiera que la escucho me pone nostálgico…
De inmediato todos nos tomamos de las manos y nos unimos en coro a la voz de la maestra. Todos nos veíamos y sonreíamos. Por breves momentos nos trasladamos a nuestra ceremonia de graduación en donde siendo niños cantábamos en aquella ceremonia oficial parados al frente y siendo observados por nuestros padres, esos que hoy ya pintan canas y otros padre de familia, hoy ya nos observan desde el cielo.
De pronto, la maestra se paró al lado de una de las mesas en donde estábamos sentados. Y sin darnos cuenta tomó una de las manos de mi compañera Alicia Vázquez Lazos y empezó a cantar aquella canción que desde mi primaria me ha acompañado y que en donde quiera que la escucho me pone nostálgico…
…”Tu eres mi hermano del alma realmente un amigo.
Que en todo camino y jornada este a siempre conmigo.
Aunque eres un hombre aun tienes alma de nino.
Aquel que me de a su amistad, su respeto y carino.
Recuerdo que juntos pasamos muy duros momentos.
Y tu no cambiaste por fuertes que fueran los vientos.
Es tu corazon una casa de puertas abiertas.
Tu eres realmente el más cierto en horas inciertas”…
Que en todo camino y jornada este a siempre conmigo.
Aunque eres un hombre aun tienes alma de nino.
Aquel que me de a su amistad, su respeto y carino.
Recuerdo que juntos pasamos muy duros momentos.
Y tu no cambiaste por fuertes que fueran los vientos.
Es tu corazon una casa de puertas abiertas.
Tu eres realmente el más cierto en horas inciertas”…
De inmediato todos nos tomamos de las manos y nos unimos en coro a la voz de la maestra. Todos nos veíamos y sonreíamos. Por breves momentos nos trasladamos a nuestra ceremonia de graduación en donde siendo niños cantábamos en aquella ceremonia oficial parados al frente y siendo observados por nuestros padres, esos que hoy ya pintan canas y otros padre de familia, hoy ya nos observan desde el cielo.
Empezó el desayuno. De inmediato comenzaron las fotos del recuerdo, las selfies
que captan rostros para la posteridad. Cada uno de nosotros con esa sonrisa que
denota alegría.
Y es que la etapa de la escuela primaria es por demás especial
para mí.
Creo que en ese ciclo de vida, en esos seis años, la amistad
se entrega sin nada a cambio. Te haces amigo por el simple hecho de jugar el
mismo deporte, por brincar listón con la misma pericia, por sentarte a comer tu
“lunch” en la hora del recreo con tus amigos. Todo ello sin importar si eres
hijo de un alto funcionario o de un rico empresario. Sin saber cuánto vale el
coche de papá o de mamá. Ahí la amistad es por demás pura, sincera. Y en esa
escuela, así nos pasó a todos los que conformamos esa generación.
Terminamos de desayunar y dentro del orden del día
establecido para la profesora homenajeada, estaba la entrega del
reconocimiento. Y mis amigos me pidieron que hiciera uso de la voz.
Nervioso, muy nervioso y mucho más nostálgico. Así me
paré al frente a tomar el micrófono y expresar unas palabras. Fue un difícil
momento, porque mi mensaje debería de contener las palabras exactas que
reunieran los sentimientos de todos los que ahí estábamos.
Frase a frase y con el reconocimiento en mi mano
izquierda fui desahogando mis ideas. Pude superar las emociones hasta ese
momento. Pero cuando me pidieron que leyera el mensaje grabado en la pieza que
le entregaríamos a nuestra profesora, ahí si dudé.
Sabía que en algún párrafo la voz me traicionaría. Y en
efecto. Así fue. No hubo molestia de mi parte que en el video que muchos
grabaron con su celular quedara la evidencia de mi voz quebrada por la emoción.
No me molesta dejar ver que soy así.
Cedí el micrófono a un gran amigo. Él radica en la ciudad
de Monterrey, Nuevo León; pero vino especialmente a este homenaje. Y se hizo
acompañar de una sorpresa. Uno de sus talentos es componer. Y que mejor
oportunidad para dedicar la letra de una canción en honor de la profesora
Gertrudis.
“Mis Huellas…” es el nombre de la canción que en ese
momento el mismo interpretó en compañía del guitarrista que contratamos para la
ocasión. Con esa mirada que caracteriza a una madre, así observé a mi maestra
ver a Jair, mi ex compañero de aula y hoy mi amigo, mientras cantaba.
Un abrazo selló el agradecimiento de la maestra hacia
Jair. Por nuestra parte, el aplauso.
Todo estaba por finalizar. Así que nos dispusimos a ir al
jardín del lugar para tomarnos la foto del recuerdo. Un fotógrafo nos aguardaba
presto para captar ese momento e inmortalizarlo por siempre.
Para la fotografía, nos colocamos sin respetar el “por
orden de lista” y tampoco respetamos “del más alto al más bajito”.
Lo que si dejamos ver fue que las “niñas” se colocaran
por delante de “los niños”. Al menos la caballerosidad del ayer sigue presente
en nosotros.
Una vez tomada la foto del recuerdo, regresamos. Ya la
mañana había transcurrido y muchos estaban por marcar retirada a sus
respectivas realidades laborales, sociales o familiares.
Sin embargo, nadie había reparado en lo que la maestra
Gertrudis había llevado en unas bolsas blancas cuando arribó al lugar y que aún
estaban en el apartado del restaurante.
Pero ella se nos adelantó y entró para darnos una
indicación. “Se colocan en dos filas” fue lo que se escuchó de sus labios y así
lo hicimos.
De las bolsas fueron saliendo playeras para cada uno de
nosotros. No sé cómo le hizo para calcular las tallas, pero a todos nos
quedaron a la perfección.
Pero nadie sabía lo que en esas playeras se encerraba.
Nadie tenía el más mínimo conocimiento de lo que nos aguardaba al extender esas
playeras.
La mente siempre tiene registros. Recuerdos, escenas, imágenes, momentos, vivencias que se
alojan en alguna parte del cerebro que solo necesitan de un factor para que de
inmediato salgan corriendo y se nos coloquen frente a los ojos. Como para
volver a vivir ese ayer.
Esto lo comento porque ahí, en la playera, venía un
mensaje que hablaba de la importancia de la amistad y de la sencillez que en
los seres humanos debe de existir.
Pero el mensaje, era un pensamiento de nuestro amigo
Fernando, el que también cursó la primaria con nosotros. El que llevaba botas
de vaquero y su cuerda para florearla en el recreo. El güero, el pecoso, el que
a todos les caía bien, el que siempre sonreía. Ese que en cada uno de nosotros
sembró recuerdos de su amistad pero a quien Dios lo llamó hace muchos años para
llevarlo a su lado. Y la añoranza y la tristeza entraron a ese salón para
sentarse junto a nosotros.
Fernando Hortal Arzat es hijo de nuestra profesora Gertrudis
y fue nuestro compañero y amigo en “la Juan Benavides”. Su foto plasmada en la
playera fue, sin duda, motivo de rostros con los ojos enrojecidos. Dedicamos
una porra al amigo, al viajero. Y aplaudimos.
Era el momento de partir. La hora del desayuno ya se
había unido a la hora de la comida y el tiempo es el único que no se detiene.
Así que nos dispusimos a retirarnos.
Hoy me encuentro sentado frente a este teclado tratando
de reunir cada momento vivido en ese desayuno.
Sin duda la alegría por estar con mis amigos con los que
cursé mi escuela primaria se hace presente.
También está la alegría de haber convivido con la maestra
que formó parte importante en nuestra formación escolar. De haberle dicho
frente a frente “Gracias”, esa palabra que a muchos cuesta decir, pero que a
otros el decirla nos reconforta y alimenta el alma.
Pero también, hoy me acompaña la tristeza. Por saber que
muchos de los que formamos parte de esa generación escolar ya se nos
adelantaron en la vida.
La vida es de momentos, de vivencias, y hay que
disfrutarlas al máximo porque muy difícilmente la vida nos vuelve a poner en un
mismo lugar dos veces.
Por ello, queda este testimonio para que, pasado el
tiempo, podamos volver en el tiempo y ver que la exigencia, la disciplina, la organización,
el orden y la presión en el aula, muchos alumnos siendo niños, de grande lo
agradecerán.
A nuestra profesora Gertrudis del Carmen Arzat Herrera,
todos le decimos ….¡gracias!
Con afecto, sus ex alumnos...
Argueta Avendaño Mary Cruz
Castillejos Oliva Carlos Alberto
Cruz Amezcua Eduardo
De los Santos Valdiviezo Rubí
Domínguez Vázquez Amada
Gutiérrez Ruíz María Catalina
Ibarra González Bardo
Jiménez Albores Laura Cecilia
López Trejo Dora María
Luna León Luis Alberto
Nucamendi Meza Virgilio
Rodríguez Ovando Benigno
Santiago Najar Elizabeth
Sotelo Ortíz Entonio Eduardo
Vazquez Lazos Alicia
Zúñiga Morales Julio César
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