Las paredes de la impunidad
Lo recuerdo perfectamente. Fue el día en el que me cambió la vida. Aunque era una mañana soleada, había un aire fresco que me golpeaba en el rostro. Estaba yo esperando en la calle. Nos dirigíamos a la escuela. Yo pasaría a dejar a mi hija y de ahí me iría al trabajo. Era un día normal. Adentro de la casa, se encontraban mi hija de 8 años y mi esposa.
Era una escena de esas en donde mi hija pretextaba sus ya usados dolores de cabeza para no ir a la escuela. Afuera, yo solo sonreía y pensaba en lo inteligente que ella era para buscar pretextos y no asistir a clases. Se escuchaban los regaños de mi esposa y la necedad de mi nena.
De pronto, se hizo un silencio. Un silencio que duró un poco más de 5 minutos. Y de la nada, mi esposa se asomó por la puerta con un gesto que jamás le había conocido. Me asusté. Caminé a su encuentro. Mi hija estaba encerrada en su cuarto. Desde la sala la escuchaba llorar. Mi esposa, con lágrimas en los ojos me pidió que entrara a la habitación. Entré. Vi a mi hija recostada en la cama, con la blusa del uniforme puesta pero con su falda y sus pantaletas en los tobillos.
Sin comprender lo que pasaba, la tomé de los hombros y miré el rostro de mi hija. El horror y el miedo estaban en su carita. Llorando, me dijo que ella no quería hacerlo, que gritó pero que nadie la escuchó, que la obligaron.
-Papito, perdóname por favor!
En automático, dirigí mi mirada hacia su vagina. Noté que había sangrado, la mancha marrón impregnada alrededor de su vulva así me lo decía. Millones de hormigas empezaron a caminar por todo mi cuerpo.
-¿Qué demonios pasó? Le pregunté a mi esposa.
La respuesta fue una sola, pero yo sentí como si mil cosas hubieran explotado dentro de mí. “Su maestro la violó ayer en el salón de clases”.
No lo podía creer. ¿Mi niña de 8 años violada?
Sin pensar mas, tomé mi machete, me fui a la escuela. Busqué al maestro de mi hija. Yo lo conocía perfectamente bien. Cuando lo encontré, sin mediar palabra alguna, le di los machetazos que pude. No lo maté, pero hoy estoy preso por intento de homicidio. Eso no me importa. Yo algún día saldré de aquí, pero mi hija, jamás podrá salir del trauma que la violación le generó. ¿El maestro? Solo lo cambiaron de escuela.
Para muchos, esto pareciera que es un remedo de novela barata de esas que inundan las librerías de nuestro país. Sin embargo, esto es la realidad que día con día viven los niños en las escuelas de México.
Las cifras de la Secretaría de Educación Pública, confirman el preocupante aumento de casos de abuso sexual contra niños y jóvenes por parte de maestros, trabajadores administrativos o intendentes en las escuelas. Y lo más curioso del caso, es que no solo en las escuelas públicas se presentas estos desmanes, sino que ya se extendió, como el peor de los cánceres, a las escuelas privadas.
El periódico Reforma publicó cifras alarmantes, en donde cita que en los últimos seis años, la Secretaría de Educación Pública (SEP) ha investigado alrededor de 204 casos relacionados con abuso sexual a niños de preescolar, primarias y secundarias públicas y privadas en el DF. Del total de esas investigaciones, 173 fueron contra maestros, 2 contra directores, y el resto implica a otro tipo de personal de las escuelas.
Ya sean pedófilos o bien pederastas, ambos andan deambulando con un gafete y una matrícula que les da autoridad ante un alumno. Son maestros.
Lo más lamentable de todo esto es que el sistema de justicia en México se resiste a ver esta preocupante realidad.
Sin embargo, los ojos del mundo ya levantaron la voz. Un artículo del New York Times firmado por James C. McKinley Jr., puso el dedo en la llaga al denunciar que es México un lugar ideal para la evasión de la justicia contra los pederastas, ya sean sacerdotes o cualquier ciudadano, todos ellos pueden evitar un proceso legal en Estados Unidos escondiéndose en México donde jueces y fiscales son renuentes a desafiar el perdurable poder político de la Iglesia católica y los grandes gremios sindicales.
Pero volvamos a México. Aquí hay muchas cosas que no cuadran. Por un lado, están las cifras que son presentadas de manera oficial y que provienen de la Secretaria de Educación Pública. Cifras que representan delitos.
Y por otro lado, esta la incongruencia, porque ¿de que sirve ofrecer al pueblo de México estas cifras? ¿No sería más oportuno informar qué es lo que esta haciendo la propia Secretaría con sus maestros y administrativos que abusan sexualmente de niños en México?
No sé cual sea la postura oficial de la propia Secretaría, pero de acuerdo a la Red por los Derechos de la Infancia, la respuesta es simple: No están haciendo absolutamente nada.
Dicho del propio Gerardo Sauri, director ejecutivo de la Red por los Derechos de la Infancia, nuestro país no cuenta con un mecanismo de denuncia penal que acompañe a los padres de familia y a los niños.
Esto, con el ánimo de evitar que después del abuso sexual o la violación sólo se realicen procedimientos administrativos o negociaciones políticas con el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), que concluyen en la reubicación de los agresores.
Es decir, hoy día lo que se hace en México es la reubicación del maestro agresor a otra escuela. Así como lo lee. Y todo, por la fuerza gremial que ejerce el Sindicato de Maestros.
Uno de los aspectos que motiva esto, es porque la gran mayoría de los casos no son denunciados penalmente ante las instancias correspondientes, para evitar el desprestigio social en el que puede caer la o el menor, por lo que solo es ventilado al interior de esas paredes de la impunidad que representa la escuela.
Pero mientras la Secretaría de Educación Pública y el propio Sindicato de Trabajadores al Servicio de la Educación abren los ojos, nosotros como sociedad debemos de tomar cartas en el asunto.
Como padres de familia, como tía o tío de un menor, como padrino o madrina de niños que están en constante convivencia con nosotros, debemos de estar muy atentos a lo que ellos nos expresan, escuchar lo que no nos dicen, eso que en sus juegos ellos dejan ver pero que a veces, por el tedio o la presión del trabajo, no observamos.
En lo que concierne a la Secretaría de Educación Pública y al Sindicato de Trabajadores al Servicio de la Educación, hay medidas que se podrían adoptar.
Ojalá que en el Órgano de Evaluación Independiente con Carácter Federalista (OEIF) -mismo que acaba de ser presentado por el Presidente de México Felipe Calderón- se puedan aplicar medidas que permitan evaluar, de manera sicológica, a los maestros que habrán de ocupar las nuevas plazas de docentes en todo el país; incluyendo para ello dentro de sus examinadores a profesores universitarios, especialistas de evaluación y representantes de la sociedad civil.
Y no quiero satanizar a los maestros en México. Sé que son los menos los que cometen estos actos que solo los animales hacen.
Tengo un amplio reconocimiento y respeto para aquellos docentes que ejercen su labor con la más alta dignidad, entrega y decoro.
Y dentro de los maestros contemporáneos y del pasado, no puedo evitar recordar a Justo Sierra Méndez, aquel campechano que siendo diputado pronunciara una frase célebre que, posteriormente, Luis Donaldo Colosio Murrieta hiciera suya en aquel discurso que representó el rompimiento con el gobierno de Carlos Salinas “México es un pueblo con hambre y sed. El hambre y la sed que tiene, no es de pan; México tiene hambre y sed de justicia”.
Y en efecto, México esta necesitado de una justicia que se traduzca en penalidades más severas para aquellos que atenten contra un menor.
Pero mas aún, creo que debemos de acabar con la corrupción y la impunidad que gobiernan las leyes en México, para evitar que un menor que fue abusado sexualmente, tenga el derecho a no volver a ser victima pero ahora, del sistema penal.
agosto 05, 2009
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