Si, para mis hijos, todo.
Muchas veces he
escuchado esta frase en los labios de padres de familia. Si, ya sé, no
escribí “ y madres de familia”. Pero para mí, las palabras de este tipo descansan
en un perfil epiceno, así que nadie se ofenda, por favor.
Pues bien, estaba
señalando que los padres de hoy se han pronunciado por dar todo a los
hijos.
Y cuando la fortuna
sonríe es mucho más fácil hacerlo. Las cosas materiales empiezan a abundar en
casa y con ello, los permisos para vestir de cierta forma, permisos para más
fiestas, para hablar con estilos punk, cool y hasta “fresón”, para escucharse
“fashion”.
Y mientras los padres
de familia están inmersos en la oficina, pareciera ser que la adolescencia en
México está de fiesta.
Todos los jóvenes en
México están reunidos en un “rave”, en un rancho o en una casa de campo. Y a lo
lejos, se escucha la música. Todos bailan. Unos abrazados, y al calor de las
copas, los adolescentes se juran hermandad. Otros, metidos en un cuarto obscuro
se drogan sin parar.
Unos más se roban los
bolsos de las damas y otros cuantos están solos, sin saber a dónde irán. Todos
cantan alegóricos una misma estrofa. Unos con ropa de marca y otros más,
vendiendo lo robado para poder cantar y vestir igual.
En el patio, unos
venden armas. Pero en una habitación, están los “chavos bien” planeando hacer
el mal. Eso hacen los niños, porque las niñas, están convertidas en “sugar baby” viajando por doquier.
Esa es la adolescencia
en México.
Esa es la adolescencia
que nadie ve. Esa que nadie observa. Esa que los padres de familia se niegan a
reconocer.
Pero tristemente, esa
es la adolescencia que en cifras, México presume ante el mundo en sus
estadísticas.
Porque las
Procuradurías de Justicia de los estados del país registran que casi la mitad
de los delitos en México son cometidos por adolescentes.
Porque el Centro de
Integración Juvenil, dio a conocer que han recibido a niños de 12 años para que
se les trate por alguna adicción.
Y tan preocupante es
la situación, que hoy se busca reducir la edad penal en México.
Una juventud perdida
en la búsqueda de un protagonismo. Sumida en el alcohol y en las drogas.
Hundida en la búsqueda del dinero fácil.
Una adolescencia que
presume un dinero que no se ha ganado por ser sus padres quienes lo han
trabajado.
Adolescentes que
buscan pertenecer a una clase social alta para ser respetados, como lo
cita José Emilio Pacheco en su libro Las Batallas en el Desierto.
Adolescentes que no
pasan un examen de admisión por no saber. Adolescentes que no conocen el
significado de la palabra trabajo, carentes de valores a tal grado, que no se
reconocen valor a sí mismos.
Adolescentes que toman
al suicidio como la puerta de salida a sus problemas, reflejo de la falta de
orientación y de una guía moral.
Y es que no comprendo
en que momento pasó. En qué momento los padres de familia dejamos de imponer
reglas, para establecer acuerdos con los hijos.
En qué momento los
padres de familia se enfocaron más en lo banal que en lo familiar. O en el peor
de los casos, en que momento creyeron que por dejarlos vivir libremente y sin
“traumas”, los estarían encaminando a morir lentamente.
En qué momento los
padres se preocuparon más por las series del narcotráfico que sus hijos ven, en
vez de preocuparse por ver quiénes son los padres de los amigos de sus propios
hijos.
Porque eso sí,
nuestros hijos pueden ser amigos de los hijos de transas, defraudadores,
narcotraficantes, golpeadores de mujeres y hasta de adictos, siempre y cuando
sean de clase alta o adinerada; pero que no vean las series del narco porque
son mala influencia y al rato van a andar admirando a sicarios de ficción como el “chacorta” o al
“cochiloco”.
Y aclaro, no estoy
promoviendo la cultura del narcotráfico. Mi comentario va en el sentido de que
todo mundo incendia lo que pasa en una televisión pero no observa las
llamaradas que sus hijos tienen a su lado en la vida real.
Creo que como sociedad
tenemos mucho por hacer.
Creo que los jóvenes
deben de vivir cada etapa de su vida, esa, la que les corresponde, tal y como
lo decía Emma Watson al señalar que aquellos niños que buscan madurar, están
perdiendo infancia, esa que nunca vuelve.
Creo que en los
adolescentes está la esperanza de que todo lo negro se vuelva blanco y de que
los días nublados pasen a ser plenos y esplendorosos.
Pero el mundo no se
come a puños. Deben de caminar despacio, de manera lenta pero firme, tal
y como son los pasos de un gigante.
Yo creo en la
juventud. Hay muchos que están haciendo las cosas en grande. Y Enrique Chiu y
Juan Carlos Ortiz, campeones internacionales en matemáticas y el chiapaneco
Baldomero Gutiérrez quien fuera medalla de oro en tae kwon do son un ejemplo de
ello.
Por eso mi mensaje es
claro al decirles que los barcos están seguros si permanecen en el puerto, pero
no fueron hechos para eso.
Así, el adolescente
está seguro sin salir de casa, pero no fue creado para eso. Deben de ir en la
búsqueda de sus metas y sueños, y para eso, hay que salir de casa e irse a la
mar.
Y ahí, señoras y
señores, en el mar abierto que es la vida, la única manera de poder sobrevivir,
es tener en mente y en su corazón los valores y principios, esos que reciben en
casa y que nos permitirán hacer de esta, una mejor sociedad.
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