Hoy es un día lluvioso.
Digno para un buen café y extrañando
ese cigarro que ya no fumaré.
Me dirigí a la oficina como todos los días, deseándome el mejor de los éxitos.
Conversando y confiándole mi vida a mi copiloto de siempre, el que me acompaña
en la mente y en mi corazón, ese Dios que me nutre de fuerza y de fe.
Al llegar a la oficina, hice lo que ya
hago por rutina. Entré a las páginas de noticias. Si, lo acepto, es más fuerte
que yo, y lo hago aun sabiendo que lo que leeré no es nada agradable.
Pero hoy hubo algo que llamó mi curiosidad.
Era un escrito sobre "el coloso". Si, ese muñeco armado para las
fiestas del bicentenario en la ciudad de México en el año 2010 siendo Presidente
de México Felipe Calderón Hinojosa.
El coloso. A quién también se le llamó
el hombre de hielo. Al que compararon por los rasgos de su cara con Emiliano
Zapata, al que le dijeron que tenía rasgos de Lenin. Que se parecía a Porfirio
Díaz.
Y en la celebración del grito de Independencia en ese 2010, todas las miradas
estaban en él. Causó admiración, embelesó, cautivó. Armaron un desfile
para que fuera visto por todos.
Y sí, ahí estaba, erguido ante los
aplausos de la concurrencia. Y conforme desfilaba, la gente más se asombraba. Y
es que ver esa figura humana tan grande, tan fuerte, tan impactante, era algo
que quizá nadie se esperaba. Tan es así, que el portal digital de la BBC Mundo
refirió … “El Zócalo también fue el destino de un monumental desfile -según
los organizadores- el desfile cultural y artístico más grande de la historia de
México”…
Muchos lo criticaron hasta saciarse. Gritos diciendo que se había invertido
mucho dinero en él. Que su presencia generó millones de pesos en gastos. Que
fue innecesario.
Pero en la esquina contraria, estaban
otros que dijeron lo opuesto, que el coloso era lo que el pueblo necesitaba, un
héroe anónimo que representara el caudillismo que corre por la sangre del
mexicano que defiende su patria ante el extranjero que la amenaza.
Todo eso circuló a la par de su
presencia en ese desfile del año 2010.
Sin embargo, hoy, cuando mis ojos se deslizaban por la nota periodística, mi
mente reflexionaba y meditaba.
Y es que la nota menciona que ese gran Coloso, el tan aclamado y vapuleado, lo
habían encontrado -meses después de la celebración alegórica- en los
patios de una dependencia de gobierno en la ciudad de México. Tirado, quebrado,
amortajado. En el ayer aplaudido, hoy simplemente olvidado.
Sin embargo, eso no es lo que hoy me
motiva a escribir. Lo que hoy me mueve a estar sentado frente a un teclado, es
la comparativa del coloso con muchos hombres y mujeres dedicados a la política.
El comparar a ambos es lo que hoy me impulsa a teclear.
Porque al igual que le está sucediendo al Coloso, así les sucederá a aquellos
políticos que se creen como tal: como colosos, que pierden el piso al que
pertenecen simplemente porque son inmensos.
Que hacen de los cargos políticos la pasarela exacta para lucirse ante una
ciudadanía que hoy le aplaude a todo aquello que se mueve, basada en la nobleza
de su corazón y de su gente.
Hombres y mujeres que gustan de los
flashes y de las fotografías, esas que congelan imágenes, escenas y momentos
que solo pertenecen a una simple actividad de su encargo.
Políticos y políticas que al igual que el coloso, mañana, cuando se bajen del
cargo público en donde estuvieron, quedarán en el mismo lugar en el que
depositaron al coloso.
Y estarán así, desarmados y alejados.
Pero ellos –los políticos- tapados con lonas negras para que nadie sepa en
donde están. Quizá huyendo de sí mismos para no recibir los reclamos del pueblo
por no haber ayudado a su gente.
Siempre he creído que la verdadera
importancia de servir, debe tener como filosofía elemental el cumplir con la
encomienda ante una sociedad carente del apoyo y de la presencia de un político
o política en el que tiene puesta su fe y su esperanza.
Hoy la sociedad requiere de hombres y
mujeres que ejerzan la política sin simulaciones, hablando con la verdad,
diciendo lo que sí se puede hacer y también diciendo cuando no se puede.
Porque alcanzar un espacio público
representa la oportunidad perfecta para llevar beneficios, la ocasión idónea
para extender la mano hacia un pueblo que hoy más que nunca, necesita de
hombres y mujeres sensibles que los guíen en el camino del progreso y del
desarrollo.
De tener a su lado a profesionales de
la política que no se encierran para no atender a quienes lo eligieron.
Políticos y políticas que sean sinónimo de liderazgo, de la no confrontación,
de sumar a todas las fuerzas sociales y políticas para encontrar las
coincidencias y subsanar las diferencias. Hombres y mujeres que puedan tener
puertas abiertas para recibir, escuchar y dar curso al bien común.
Hoy se requiere de hombres y mujeres dedicados a la política preparados
emocional y profesionalmente. Que tengan conocimiento del quehacer público o
legislativo. Para hacer del servicio público una religión. Porque el servir en
la política es como el campesino, que al labrar se labra a sí mismo.
De esas y esos servidores públicos, de
esos políticos son los que México necesita.
La sociedad mexicana no necesita de “Colosos”. Y no hablo de esa figura
representativa que fue usada en las fiestas del Bicentenario en México en el
año 2010.
Me refiero a esos que se sienten grandes
en los cargos públicos, las y los que olvidaron sus raíces, a su gente, a su
propio pueblo.
Porque todo lo que sube tiende a bajar. Y nada me dará más tristeza que un día
de estos, al caminar por una calle, me encuentre al servidor público o a la servidora
pública aquél, el otrora encumbrado, ahora sin amigos, con esa soledad que está
llena de muchos ruidos que no dicen nada.
En soledad y amortajado por sus
recuerdos, sentado en el velorio de su propio futuro y viendo pasar a un pueblo
al que tuvo la oportunidad de servir, pero que nunca quiso hacerlo.
Pero mientras eso sucede seguiré aquí. Observando. Al tiempo, sólo al tiempo.
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