Luis Luna León miércoles, febrero 04, 2015 0 comments cuentos la elefanta dormida luis alberto luna leon luis luna leon novela Cuento 7. La familia Home » cuentos » la elefanta dormida » luis alberto luna leon » luis luna leon » novela » Cuento 7. La familia Blanca y Odiseo tuvieron dos hijos. Alfonso y Horacio. Solo dos años separaban a cada uno en edad, pero los unía el amor con el que fueron procreados. Porque nadie podía negar que Blanca y Odiseo se casaron completamente. Y es que en aquel jóven matrimonio había emoción, compañía, complicidad, travesura, pasión. Esos matices que dibujan al amor. Los embarazos de Blanca fueron muy similares. Esperados y sin contratiempos ni dolores. Para Blanca, el nacimiento de sus dos hijos representó la cúspide de la felicidad. Pero en el fondo, ella sabía que sus dos hijos vinieron a llenar los huecos que faltaban por llenarse. Para Blanca no existía otra cosa mas preciada para ella que tener a sus hijos cerca. Verlos, cuidarlos, amarlos. Los niños nacieron con los cuidados de Blanca, pero poco a poco los fue cediendo a doña Mariana y a Lucía -mamá y hermana de Odiseo-. Y no lo hizo por falta de amor. Alguien tenía que cuidarlos mientras el matrimonio trabajaba. Y como doña Mariana estaba en el departamento todo el día, ella misma se ofreció a cuidarlos. Odiseo por su parte también estaba loco de felicidad. Cuentan que fue tal su emoción al saber que su primer hijo sería hombre, que corrió a comprar una bicicleta muy grande. Fue el hazmerreir de los amigos. -Como fuiste a comprar una bicicleta tan grande para tu hijo si es apenas un bebé…jajaja… -No me importa, algún día la manejará. Y todo porque Odiseo era muy exagerado para comprar. Si necesitaban dos cosas el compraba cuatro. Si llevaba juguetes, siempre llevaba más de lo que era necesario. Siempre comprando de más. Era algo que él lo consideraba una virtud. El dar siempre de más. Dicen que lo que buscaba era siempre halagar. Al crecer con los años, Alfonso y Horacio -aunque provenientes de los mismos padres- fueron demostrando un carácter diferente. El primero más tranquilo y sereno, mientras que Horacio más inquieto y suspicaz. Los dos hijos entraron a estudiar a la escuela primaria “Juan Benavente”. Era la que estaba más cerca de la tienda de bicicletas. En una esquina estaba el edificio de la escuela. De color verde. En esas aulas cursaron toda su primaria. La construcción ya era vieja. Contaba con la planta baja y un primer piso. En su interior, estaban dos cosas que llamaban la atención de cualquier que la visitaba. La cancha de basquetbol y a un lado, un enorme árbol, con un tronco tan grande que era lugar propicio para trepar en él y jugar a mas no poder. Ese árbol estaba rodeado de una especie de cimiento elevado, el cual servía para que los alumnos pudieran vender lo que la escuela ofrecía para comer y beber a la hora del recreo. Y siempre así lo hacían. Pero Alfonso y Horacio eran de los niños privilegiados, porque Blanca siempre les llevaba tortas en punto de las once y media. Al sonar la campana que anunciaba el recreo, ellos corrían a la puerta de la entrada y desde ahí, veían venir a su madre presurosa, quien aprovechando un rato de tranquilidad, se escapaba del negocio para llevarles los alimentos. Y así transcurrieron 12 años. Con ese andar cotidiano de la escuela a la tienda y al departamento. Sin más mundo de lo que la cuadra les ofrecía como vida. Para los hermanos su infancia fue tranquila. Pero hubo algo que la caracterizó. Y era que Odiseo les exigía trabajar. Alfonso, el hijo mayor, siempre tenia que ayudar en la tienda de bicicletas, mientras que a Horacio, le asignaban actividades menores. -No me pidas papá que yo atienda a los clientes. Me da pena -decia Alfonso. -No me importa que tengas pena. En cuanto veas que alguien se detiene a ver algún producto, tu acércate e invítalo a que pase. Tienes que ser amigable, Alfonso. -Pero papá… -No hay pero que valga. Tú haz lo que te digo. No sea llorón. Si nos compran comemos. Así que hay que vender. Por ser niños, siempre buscaban los pretextos exactos para escabullirse de la presión paternal. Por ello, y con tal de no ir a apoyar, Alfonso hasta se hacía “el dormido”. En una hamaca, trataba de engañar a Odiseo, quien sabiéndoselas “de todas todas”, siempre lo levantaba con jalones de oreja o de las patillas. Con esa realidad frente a sus narices, los hijos de Odiseo y Blanca fueron creciendo. Blanca con toda las ilusiones puestas en su familia. La vida, a lo lejos, observándola, con una sonrisa burlona. Cuento 8. Las voces mudas Cuento 1.- La ausencia del ayer Cuento 2.- La aventura Cuento 3.- Construyendo el sueño Cuento 4.- La sangre de Odiseo Cuento 5.- La mirada de Blanca Cuento 6.- La esperanza Share This To : Facebook Twitter Google+ StumbleUpon Digg Delicious LinkedIn Reddit Technorati
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