Luis Luna León miércoles, marzo 11, 2015 0 comments la elefanta dormida luis alberto luna león luis luna leon novela Cuento 9. La realidad de los adentros Home » la elefanta dormida » luis alberto luna león » luis luna leon » novela » Cuento 9. La realidad de los adentros -No es posible que todo se haya acabado –se decía Odiseo hacia sus adentros mientras observaba la fotografía de la inauguración de la segunda tienda. Hoy estaba ahí, sentado en su nuevo mundo. Sin poder concebir que esa era su nueva realidad. Sólo y ahogando sus recuerdos en su propia mente. Las lágrimas empezaron a brillar en sus ojos de tal forma que los hacía temblar. Se resistía a creer que todo se había acabado. Sólo los recuerdos se estrellaban uno a uno en su rostro. Ver en las fotografías a sus hijos era algo que le exprimía el corazón. Recordaba el cómo les pegaba. Como usaba cualquier pretexto para tomar el cinturón de cuero y pegarles. Siempre exigiendo, siempre pidiendo que dieran más de sí. -¿Otra vez ocho de calificación? ¡No puede ser! -Prometo que saldré mejor en el siguiente periodo, papá… -Pues espero que así sea, porque de volver a salir con esta calificación volveré a pegarte. Y ahí, parado, con las manos pegadas a los lados de las piernas, Alfonso recibía su castigo. Con los ojos inundados por el llanto, los golpes del cinturón se dejaban sentir en ese niño que por dentro tenia a un ser que estaba convirtiéndose en un adolescente. Las lágrimas escurrían en sus mejillas. Pero el dolor no era motivado por el flagelo de sus piernas. El dolor que Alfonso sentía era porque a lo lejos, al final del pasillo, veía como su madre también lloraba observando la escena sin poder hacer nada para evitar ese castigo. Blanca estaba mitigando un lamento de desesperación. Inmersa en un llorar incontrolable, apretando los labios para no dejar salir los gritos para detener la mano que golpeaba a su hijo. Pero el callar ya era una costumbre para ella. Alfonso no podía decirle a su padre que lo que le impedía mejorar sus calificaciones era algo muy ajeno a la escuela. La preocupación y la desesperación por ver que su madre también era golpeada por Odiseo en infinidad de ocasiones era lo que lo dejaba noches enteras sin dormir. El saber que Odiseo no llegaba a comer, era el botón de encendido para que la adrenalina corriera como una loca por su cuerpo, porque su regreso representaba pleitos en casa. Tenían que meterse al cuarto para quedarse a oscuras, simulando dormir para que no llegase a molestarlos. Y Alfonso se sentía con la responsabilidad de cuidar no sólo a su madre, sino también a su hermano menor. Pero todo era en vano. Los platos y los vasos volaban con el más mínimo pretexto al llegar “la cabeza de familia”. Odiseo tomaba de los cabellos a Blanca y la abofeteaba. En ese momento Alfonso salía del cuarto para defender a su madre. Muchas veces lo golpeó por meterse. Los gritos y los llantos se mezclaban con el alto volumen de la televisión que Odiseo siempre subía para que los vecinos no escucharan. Pero al otro día, todo era diferente. Siempre decía que no sabía el porqué lo hacía. Pero en el fondo, Odiseo quizá actuaba así para demostrar su superioridad. El hacer ver a todo mundo que por algo había avanzado a la cumbre. Y eso también incluía a sus hijos. Para Blanca y para Odiseo crecer sin la presencia de su padre fue muy doloroso. Muy adentro de sus sentimientos, ambos anhelaban tener la imagen paterna para consolarse en los momentos de frustración y de nostalgia. Pero para Alfonso y para Horacio, los hijos de ese matrimonio, el sentimiento fue mucho mayor. Y lo era porque físicamente si tenían un padre, pero jamás contaron con él. Que irónica resulta la vida. Lo que más criticas o lo que más reclamas es lo primero que vienes a repetir. No existieron eventos en la escuela en donde Odiseo los acompañase. Alfonso y Horacio nunca asistieron a fiestas infantiles, salvo las que se llevaban a cabo en la misma cuadra de la casa. Siempre pretextaba estar en reuniones o en comidas de negocios. La parranda en su más pura expresión. Para Alfonso y para Horacio sus mejores amigos eran los empleados de la empresa. Y hasta eso, a escondidas de Odiseo. Se ponía como energúmeno con saber que sus hijos jugaban a las canicas con los empleados. Alfonso y Horacio jamás conocieron palabras de aliento y motivación por parte de su padre para los problemas que como niños y como jóvenes tenían. Odiseo estaba más preocupado por vivir un mundo externo que procurar consolidar el mundo interno, el de su hogar. Y en sus recuerdos Odiseo no pudo imponerse. Luchar con su mente era una batalla perdida. Aunque se negase a recordar lo vivido, nada impedía que a su mente llegaran todas esas imágenes, todas esas voces, todos esos llantos y esas lágrimas, sabiéndose el autor de cada uno de esos momentos. Y hoy, ya le dolía. Pero a su mente y a su conciencia también llegaron otros recuerdos. Y fueron aquellos de cuando todo cambió... Cuento 1. La ausencia del ayer Share This To : Facebook Twitter Google+ StumbleUpon Digg Delicious LinkedIn Reddit Technorati
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