Muchas personas han asumido cargos públicos, y con ello,
han asumido poder.
Pero estoy seguro que usted conoce a más de un amigo que al
hacerlo, ha cambiado su conducta. “Se ha mareado al subirse a un ladrillo”, dice un refrán popular. Y el vértigo que provoca es inmediato. Marea. Atonta.
Esto del “vértigo del
ladrillo” lo decimos frecuentemente cuando conocidos nuestros asumen algún
cargo publico. De inmediato cambian. Se olvidan de antiguas costumbres y adoptan
nuevas.
Caminan como dioses. Hablan como dioses. Se
sienten como dioses. Y lo peor del caso: el cargo público asumido en muchas
ocasiones es minúsculo, sin importancia y sobre todo momentáneo. Hoy son y
mañana dejarán de serlo.
Pero ¿porqué pasa esto?
¿porqué empiezan a querer ver a todo mundo por arriba del hombro en señal de
desprecio o indiferencia? Es importante analizar el origen de ello.
Se trata de un impulso
perteneciente no sólo a la raza humana. Según Darwin, en los animales se
expresa en general mediante la fuerza muscular, especialmente en los machos, lo
que dio lugar a la aparición en la manada del 'macho dominante' y en los
humanos se constituyó en una expresión fundamental de su ideología.
Y lo que buscan es
sencillo: dominio, real o fantaseado, de un individuo (o un grupo) sobre los
que le rodean.
Éste sentimiento va acompañado de una sensación de
superioridad sobre los demás. Algunos psicoanalistas lo han llamado
"actitud emocional hacia el amor al poder".
Esto en cualquier
persona es necesario para que en las sociedades surjan personas que puedan
influir en los demás buscando, ante todo, el bien de la comunidad. Pero
fácilmente puede distorsionarse y caer en lo destructivo.
En otras palabras, se
trata de una necesidad narcisista patológica, es decir, se busca ante todo la
satisfacción personal y que los otros se vuelvan instrumentos de esa exigencia
mediante el sometimiento y la alabanza. Siendo el narcisismo (autoestima) una
tendencia natural a quererse a sí mismo, en estas personas se torna enfermizo,
porque se hipertrofia en forma progresiva con el deterioro en el cuidado de los
demás.
Sólo se pueden escuchar a sí mismas y oyen a los demás si
es para recibir aprobación. ¿Se le hace conocida esta conducta en algunas de
sus amistades?
Simultáneamente, y para
desgracia de los conocidos del “amigo mareado”, existe otro hecho psicológico
que consiste en la presencia de una forma mágico-omnipotente de pensamiento: lo
que se desea se debe realizar a toda costa, aunque sea necesario falsear la
realidad.
Este tipo de pensamiento
es totalmente opuesto al lógico, puesto que este último exige al individuo un
acatamiento a la realidad y una renuncia a pensar con el deseo.
Al conjugarse lo
narcisístico con lo omnipotente, el contacto con la realidad se va perdiendo y
por tanto el "sentimiento de poder" (o lo “mareado”) se torna progresivamente
patológico, enfermizo, pues.
La
vista se nubla, el ego se inflama, la mirada es altiva. Y no importa quién le acompañe, llámese pareja, familia,
institución o sociedad en general. Lo que importa es demostrar la superioridad.
Estas personalidades (narcisista-mágico-omnipotentes)
pueden llegar a lo delirante y asumir roles de "dioses", hasta el
punto de comportarse y hacer que sus amistades ("súbditos" para
ellos) se comporten en ese sentido, lo que les lleva a una situación
pseudorreligiosa.
Pero esta conducta no es
inventada a propósito. Responde a varios factores. Por ejemplo, sentimientos de
inferioridad, que Sigmund Freud atribuyó a severas ansiedades de impotencia que
se tratan de compensar con los opuestos, es decir, con sentimientos de
omnipotencia (personalidades prepotentes y arrogantes).
También pueden originarse en angustias persecutorias de
la infancia (se sintieron perseguidos y reaccionan persiguiendo), experiencias
infantiles de sometimiento (de sometidos pasan a sometedores) y depresiones
negadas mediante sentimientos de triunfalismo.
Y eso los hace someter a
los suyos e imponerles su voluntad a toda costa, apoyándose en los casos
extremos en el maltrato psíquico y violencia física.
Una brillante obra de la
literatura mundial: El príncipe, de Nicolás Maquiavelo, expone con franqueza
diversas formas de este manejo patológico, pero infortunadamente vino a
convertirse en el manual de consulta de numerosos políticos desde su aparición
en el siglo XVI.
Y, paradójicamente, esto
viene a ser el común denominador de la clase política en México. Hoy por hoy
vemos desfilar a infinidad de personalidades que se han “mareado” con esos
nuevos cargos públicos y desean ser alabados por el pueblo.
¿No se pondrán a pensar
que los cargos públicos son para servir al pueblo y no para que este los
venere? ¿Serán acaso estos trastornos de la personalidad lo que origina su
conducta?
O simplemente será
porque, como dicen en mi pueblo: “el que nunca ha comido pastel siempre se
emociona con la velita”.
0 comments:
Publicar un comentario