Un domingo ella se levantó con algo en la mente. Preparó el desayuno para los hombres de la casa. Los esperó. Eran unas vacaciones de verano. Alfonso y Horacio estaban en la casa. Horacio de visita, Alfonso no salió de casa.
Casualmente
Odiseo no se encontraba. Había ido a visitar a unos clientes desde muy temprano
y esperaban su llegada hasta el medio día.
Se
sentaron a la mesa y ellos notaron que Blanca tenía algo. Algo le pasaba. La
conocían demasiado como para pasarlo desapercibido.
-¿pasa algo, mami?
-Si hijo, tenemos que hablar los tres.
-¿de que se trata, mama?¿estas enferma?-preguntó Alfonso con una angustia oprimiéndole el pecho.
-No hijo, pero quiero decirles que he pensado muy bien las cosas. Que ya no puedo soportar un día más con su padre. Que ya me cansé de todas sus mentiras, de todos sus engaños, de cada una de sus infidelidades. Que ya basta de doblegarme y humillarme por amor.
-Mucho tiempo estuve callada por el gran amor
que le tengo. Era mi todo, hijos. Mi todo.
Nadie
dijo nada. Alfonso y Horacio, escuchaban a Blanca, sabedores que en el fondo,
ella tenía razón.
-Por
eso - continuo Blanca – quiero decirles que voy a divorciarme de su papá. Y
quiero que ustedes me perdonen por esta decisión. Ya están grandes y pueden
tomar sus opiniones. Me dolió que por él pasamos hambre y penurias con ustedes.
-Por
el amor a el acepté todo. Pero hoy por el amor a ustedes y a mi, decidí que
todo eso se acabó.
Alfonso
no daba crédito. Horacio fue el primero en celebrarlo. Le daba gusto que por
fin su madre renunciara a Odiseo. En el fondo, tenía coraje hacia su padre. De
hecho, muchas veces le reclamó a Blanca porque aceptaba ser humillada. Por
tanto, esa noticia lo colmó de mucha felicidad.
-Adelante
mamá, me da gusto ver que por fin decides hacerte a un lado de lo que te esta
matando en vida.
Alfonso
estaba atónito. No podía volver de su realidad.
Blanca
sorbió sus lágrimas, acarició la cabeza de su hijo y se alejó sin responder.
Se
hizo un silencio en ese espacio. Las respiraciones agitadas eran los únicos
sonidos que peleaban por romper la nada.
A
partir de ese momento, no había duda. Quedaba claro que la vida de Blanca
tomaría un rumbo diferente. No quiso advertir a nadie, sabía que si lo hiciera
su casa se llenaría de personas felicitándola o bien, recriminándole su
decisión.
Al
final a ella eso no le importaba. Sabía que lo que estaba decidiendo era lo
correcto. Su corazón así se lo señalaba.
No
hacía demasiado tiempo que vivía con esa luz de esperanza, de saber que un
momento sería el que vendría a dar un vuelco con su vida. Quería dejar atrás lo
que era.
No,
mejor dicho, en lo que se había convertido por amor hacia Odiseo.
Sin embargo, hoy estaba decidida a actuar también por amor. Pero ahora, ese amor era para sí misma, por ella y para nadie más.
Sus hijos ya estaban grandes, formados y pronto harían su propia vida. De hecho, ya lo estaban haciendo.
En
Valle Nuevo ellos se habían convertido en jóvenes conocidos. La gente que los
identificaba los conceptualizaba como entusiastas, de buena educación y muy
trabajadores.
Pero había una sombra que la acompañaba. Y era
esa que al voltear a verla, nos deja ver huecos en el alma. La vida con Odiseo,
había sido, indudablemente, una marea de buenas intenciones, siempre en buenos
deseos, todo en la búsqueda de la eterna felicidad, esa que jamás llegó.
Y allí
estaba, en el fondo del abismo, silencioso, con los ojos cerrados y la cabeza
echada hacia atrás, con las piernas cubiertas por los mantos de la resignación
y la melancolía. Y ya no quería seguir así.
Blanca
había llorado tanto en su soledad que no le quedaban lágrimas para llorar la
evidencia de la muerte de su marido.
Porque
prácticamente para ella el divorcio sería eso. Matar espiritualmente ese amor
que tanto tiempo profesó y ahora, darle vida a ese amor que tanto necesitaba
ella. Convertirse en su propia proveedora de amor.
Fue un
día difícil, de muchas encrucijadas mentales. Pero todas apuntaban a la misma
dirección. Separarse de Odiseo.
Y
estaba dispuesta a enfrentarse al gigante, a lo más fuerte. Ya los hijos
estaban enterados de su decisión pero, faltaba él, Odiseo, su esposo.
La
tarde anunciaba su llegada. El sol se estaba escondiendo como aquél que no
quiere ser testigo de un momento no grato.
A su
llegada, Odiseo entró silbando como acostumbraba a su regreso de cualquier
lado.
Por
chispa de vida nunca paró. Siempre ameno, siempre jacarandoso, aunque después
se convirtiera en el más temido monstruo.
Blanca se sentó a la mesa con el mientras le
preparaba su merienda. Odiseo de inmediato notó que algo sucedía y le pregunto
el motivo de su actitud.
-Tengo que pedirte algo, Odiseo.
-¿Qué pasa? Ya mujer, habla que no quiero
sorpresitas.
- El amor que existía ha muerto. Debes de irte.
¡Te quiero pedir que te vayas de la casa! Sentenció Blanca.
Odiseo se quedó estupefacto. Se le congelaron
las manos y claramente sintió como un hormigueo empezaba a inundar su sangre
por todo el cuerpo.
-¿Qué estas diciendo, Blanca?
-si, quiero que te vayas de la casa, nos vamos
a divorciar.
Odiseo
jamás preguntó los motivos de su decisión. Sabía que en cualquier momento la
bomba estallaría. El mismo le había puesto un detonador de tiempo y este había llegado.
-Solo
muerto me sacaras de esta casa, Blanca. Jamás te voy a dar el divorcio ¿me
entendiste? ¡jamás!
Ella
solo agachó la cabeza y se levantó de la mesa. Atrás de ella dejó a un Odiseo
gritando palabras sin sentido.
Alfonso
y Horacio habían presenciado todo desde la entrepuerta del cuarto del primero.
Vieron como Odiseo se salió de la casa.
De
inmediato salieron en la búsqueda de Blanca quien, esta vez, no derramó ninguna
lágrima. Estaba tranquila, serena, con un gesto de paz y de satisfacción por
haber tomado quizá la mejor decisión de su vida.
Solo
atinaron a abrazarla. Ella sonrió al hacerlo.
En su
interior se pudo dar cuenta que la fuerza de su esposo se había agotado. Le
había llegado la hora, el destino había querido que se fuese así.
Odiseo,
en la calle, no pronunció ninguna palabra, solo sus dedos temblorosos se
agarraban del volante del coche que manejaba sin destino.
Por un
momento, se ahogó en sollozos y después se repuso con aquella fuerza que había
aprendido desde niño. Pudo conducir hasta una calle sola. Ahí se estacionó.
Esperó
a que amaneciera, y aún desde allí parecía escuchar todavía las palabras de
Blanca.
Después. todo se precipitó. Buscó desesperadamente el respaldo de los amigos, sus amigos. Nadie lo escuchó.
Después
vino el proceso jurídico. Odiseo fue emplazado por los abogados del pueblo para
que acudiera a la cita por la demanda del divorcio solicitado por Blanca.
Era
una sola firma la que se necesitaba. Blanca sabía que había muchas deudas y que
todo lo que poseían tenía que ser vendido al precio que fuera para poder cubrir
tales compromisos.
Alfonso
y Horacio tuvieron que concientizar a Odiseo de que tenía que cooperar para tal
efecto. Los títulos de propiedad tuvieron que ser endosados por Odiseo para
venderlos. Y así lo hicieron.
Odiseo
sabía que esas deudas no podían cubrirse de otra manera. Blanca quiso sanear
todo indicio de incumplimiento económico. No le preocupaba Odiseo. Lo hacía por
sus hijos. No quería que ellos fueran llamados a juicio por culpa de sus padres.
Fueron
días agotadores. Pero al final, todo se pagó. Lo único que se pudo salvar fue
su casa. Y no se vendió porque no se podía vender. Estaba embargada y por
tanto, imposibilitada para comercializarla.
Los
hijos, obedeciendo las órdenes de su madre, no aparecieron aquel día del
divorcio. Eran mayores de edad y la patria potestad no era un impedimento para
el juez en el momento de dictar la sentencia. Blanca no pidió pensión alguna.
No reclamó ningún bien porque ya no había ninguno.
La
muchedumbre familiar de inmediato se comunicó con Blanca. Ya ella les había
contado sobre su divorcio y pues, querían saber del suceso.
Ella
solo les decía que todo había salido sin problemas. Que Odiseo acudió puntual a
la cita. Lo que no dijo es que ella se sentía liberada. Que al salir del
juzgado sintió como una roca había desaparecido de su espalda.
Que
veía la vida de manera diferente. Que podía ver el sol con una luz que nunca
antes la había observado. Que las calles las veía con cada detalle que poseían.
Detalles que antes no se percataba porque cuando caminaba sobre ellas, su mente
iba perdida y su pensamiento solo estaba en cosas que Odiseo necesitaba.
Hoy la
vida era diferente para Blanca. Así se lo había propuesto y para ello estaba
marcando los nuevos rumbos, los nuevos caminos.
Pero, aún algo le preocupaba.
Cuento 12.- El triunfo de Horacio
Cuento 1 .- La ausencia del ayer
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