Luis Luna León domingo, mayo 01, 2011 0 comments Quizá no lo dejamos olvidado Home » Unlabelled » Quizá no lo dejamos olvidado Sucedía todos los años. No uno sí y otro no. Era de todos los años. Sin falta alguna se preparaban para la guerra. La Feria de San Marcos era el pretexto perfecto para demostrar la rivalidad y sacar la casta por la camiseta. Desde días antes todo mundo se preparaba. Se compraban los globos y los conos de huevos.Unos alistándose para dar y otros para recibir. Muchos creían que los que compraban globos eran los chavitos más tranquilos. Pero la tinta mezclada en el agua con el que llenaban el globo era el “as” debajo de la manga. Y así, cargadas las mochilas encaminaban los pasos para ir al encuentro del adversario. La mayoría iba a pie. Los menos iban en bicicletas con la mochila en la espalda. Los más “fresas” iban en su coche. El que iba al volante era el clásico “fósil” que no pasaba de año y que la edad le había pintado el bigote y la barba y que se sentía el que las podía todo. Pero siendo realista: no podía ni pasar un examen de español. Todo mundo se daba cita para la lucha campal en ese coliseo llamado “calle”. Las señoras de los mangos, chicharrines, esquites y bolis ya habían levantado las vendimias en el portón de la entrada de la escuela porque sabían que “los de la López Mateos” llegarían. Y aunque dentro todos estaban enterados de esa llegada, no se suspendían las clases. Hoy sospecho que hasta a los maestros de la Secundaria del Estado les gustaba esa tradición. Era el Carnaval y nadie se atrevía a romper con esa actividad. En el fondo de cada uno de ellos probablemente existía el deseo por formar parte de lo que hoy ya es una leyenda. En los salones colindantes a la calle, los alumnos se apostaban a cerrar las ventanas y a preparar lo propio para hacer frente a la contienda. Eran los del ICACH contra los de la López Mateos. Así de simple y de importante a la vez. ¿El resultado de ese encuentro? Paredes manchadas con yemas de huevos, tinta y agua. Niñas con la voz ronca de tanto gritar y brazos cansados de los hombres por tanto aventar “las municiones” hacia el interior y exterior de la escuela. Y no solo sucedía entre estas escuelas. El Colegio de Niñas también era partícipe de esta fiesta tuxtleca. Risas de travesura y llantos de alegría disfrazados de histeria era lo que se escuchaba durante el encuentro de dos mundos. Así se veía y así se vivía. Pero al pasar los días, todo volvía a la normalidad. Ese era el carnaval. Y ese era el marco de la tradición durante mi paso por la escuela secundaria. Pero hoy, al plasmar en letras estos momento, puedo darme cuenta que no me di cuenta. Si, jamás me percaté que es precisamente en la secundaria en la que dejas la bella etapa de la niñez para dar paso a la adolescencia. Y creo que con ninguno de mis compañeros de la secundaria tomamos conciencia de ello. Solo nos veíamos y nos burlábamos uno del otro por los cambios físicos que estábamos presentando, por esos intrusos blancos que nos salian en el rostro, sin darnos cuenta que poco a poco la inocencia se nos estaba esfumando de las manos y de nuestros cuerpos. Atrás estábamos dejando los comics, los paseos en bicicleta en ese parque improvisado en el que habíamos convertido la calle de la cuadra. Ya nos estábamos olvidando de cuanto nos emocionaba ir con papá y mamá al circo o quizá hasta de la mente habíamos sacado a esos soldaditos que, aunque viejos y despintados, nos unía con los primitos en la comida en la casa de la abuela. Nadie de mi generación se dio cuenta en qué momento cambiamos a las canicas para dar paso al futbolito de mesa aquél que se jugaba a una cuadra de la secundaria del estado, frente a ese viejo cine de color azul. A ninguno de mis amigos de la “secu” nos importó que ese lugar oliera a orines. Siempre al salir de clases corríamos a esas mesas para apartar lugar y convertir en Diego Armando Maradona a cualquiera de esos muñecos unidos por una varilla de fierro oxidada. Hasta mis compañeras de salón dejaron atrás tantas cosas. Ese maquillaje de fantasía con el que pintaban a sus muñecas hoy estaba siendo sustituido por ese lápiz labial robado a mamá para usarlos ahora en sus propios labios. Todo sucedió tan rápido que nadie se percató del momento en el que se dejó de ser niño. Nadie percibió cuando dimos ese salto tan brusco. Y nos agarró tan de sorpresa que ninguno pudo agarrar algo para meterlo en la mochila de la vida. Dejamos atrás la inocencia de niño,dejamos olvidada la franca sorpresa, la alegría espontánea, el abrazo honesto, la emoción ante lo simple, el cariño a ese viejo peluche con el que dormíamos, la fuerza con la que peleábamos para que no nos quitaran nuestro juguete favorito, la persistencia y la tenacidad con la que llorábamos hasta obtener ese dulce de la tiendita de la esquina. De eso nos olvidamos. Pero sobre todo, se nos olvido esa sinceridad que, cuando niños, le poníamos a un “te quiero”. Muchos quizá dejaron todo eso tirado en alguna pelea de rebeldía, esas que se acostumbran tener cuando “papá no nos comprende”. O tal vez dejamos todo eso clavado con un cuchillo en el corazón de nuestra madre cuando le reclamábamos groseramente por no darnos permiso para salir. O probablemente lo dejamos olvidado cuando con un cinturón, la vida nos hizo llorar hasta encallarnos las manos y el alma. La verdad no sé en donde habremos dejado olvidado todo eso. Lo que sí sé, es que hoy, al recordar todo lo que en un niño existe, me hace reflexionar a tal grado que quisiera tener al menos la mitad de eso que no pude guardar en mi pase a la adolescencia. Si hoy tuviera eso conmigo, lo pudiera mezclar con la poca experiencia que tengo para hacer de mí un mejor ser humano. Aunque, tengo la esperanza de que muchos de mi generación si lograron guardar algo y no haber dejado todo tirado en el ayer. Estoy seguro que, quizá muy en el fondo, si conservamos algo de nuestra niñez. Y ha de ser así, porque solo de esa manera me puedo explicar porque mis amigos se contienen las lágrimas cuando escuchan las estrofas de aquella vieja canción infantil de Juanito Farías que dice… “con ese viejo caballo de palo que me sirviera de espada una vez seis navidades con el he pasado di papá…. porque?” Ojalá yo no esté equivocado. 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