Luis Luna León martes, junio 28, 2011 0 comments amistad falsa cinismo engaño infancia luis alberto luna león luis luna leon Mi amigo de la infancia Home » amistad falsa » cinismo » engaño » infancia » luis alberto luna león » luis luna leon » Mi amigo de la infancia Derechos Reservados para Luis Alberto Luna León Era la tarde de un viernes. En una gasolinera cercana a mi oficina, me estacioné para cargar combustible. Al bajarme para indicarle al despachador, noté a una persona que se me hizo familiar en las bombas de enfrente. Hacía muchos años que no lo había visto. El tiempo no pasa en vano. Mientras unos dejan de ver la hebilla de su cinturón mientras lo portan, a otros les despeja la frente por la caída del cabello. Todos cambiamos con el paso de los años. Y el –ni yo- somos la excepción. Me acerqué a Esteban con la confianza que me daba el haber sido su amigo en la infancia. Nos saludamos como si apenas hubiera pasado una semana desde la última vez que nos vimos. Lo encontré amable, medio barbado, con el cabello largo, muy pasado de peso en comparación a la complexión que tenía en la primaria. Después del protocolo de salutación, intercambiamos teléfonos. Había sido uno de mis mejores amigos y no dudé en darle mis datos. ¿En dónde estás? Me cuestionó a bocajarro. Esa es la pregunta que todo mundo suelta cual dardo, esperando escuchar esa respuesta que alimente nuestro ego, para corroborar que laboralmente nosotros estamos mejor que el que nos responde. Intercambiamos información laboral y familiar. Todo sin mayores problemas, todo dentro de la normalidad. Me despedí de él para dirigirme a casa. La semana laboral había concluido. Al llegar el lunes a mi oficina, encontré un mensaje. Casi al mismo tiempo de leerlo, el timbrar de mi celular se escuchó. Era Esteban. Tenía intención de platicar conmigo. Acordamos que yo lo esperaría ahí. Fueron solo breves minutos los que pasaron hasta que Esteban hizo acto de presencia. Lo invité a sentarse y me dispuse a escucharlo. Platicamos. Sin mayor problema me soltó el dato. Necesitaba dinero. Cuarenta mil pesos para ser más exacto. Le hice saber que preguntaría a mis amigos que manejan dinero para préstamos. Yo no podía solventar esa cantidad. Y después de ahí, empezó la tempestad. Llamadas a cada rato de Esteban. Le urgía saber si ya había encontrado algún prestamista. No importaba la hora. Su insistir era tal que hizo desconcertarme. Lo confieso, llegó a molestarme. Finalmente lo cité. Le guardaba un aprecio y me dispuse a ayudarlo. Un amigo le apoyaría. A Esteban le comenté que alguien estaba dispuesto a darle el dinero, pero que necesitaban una garantía. Al escuchar su respuesta corroboré lo que ya sospechaba de él. Con toda la desfachatez del mundo, me dijo que yo le firmara de aval. O que le prestara la factura de mi coche. “Tu firma es la mejor garantía que le puedo dar a tu amigo prestamista”. Me quedé callado. Mudo. Yo mirándolo incrédulo y el viéndome con ese garbo que tienen los profesionales del embuste. Esa escena quedó congelada en mi mente. Ahí estaba yo, sentado frente a uno de mis mejores amigos de la infancia. Después de 28 años de no saber de él, abriéndole mi confianza a alguien de quien no sabía ni siquiera en donde vivía o si el celular que portaba era de él y no robado. Ya disgustado, le pedí que se retirara de mi oficina. Así lo hizo. Molesto y cargado de razón. Esta historia quizá es una más de las que pasan en Tuxtla la bella. El caso de Esteban es uno de los que más abundan en las historias urbanas. En cada colonia existe un Esteban, mismo que está al acecho de alguien a quien esquilmar, a quién robar sin pistola en mano. La falta de escrúpulos y el cinismo muchas veces son aromatizados con el perfume de la amistad y la confianza. Nadie siente su hedor. Estoy seguro que en este momento hay un Esteban sentado en el mullido sillón de alguna casa, tomando un café con alguien al que viene “trabajando” desde tiempo atrás. O tal vez esté interceptando a un viejo conocido en alguna cafetería. O quizá está sentado en algún restaurante, compartiendo la copa con ese amigo que pronto dejará de serlo. Porque cuando obtenga lo que quiere, cuando el botín este en la bolsa, cuando tenga en sus fauces lo que busca, Esteban se irá reptando hasta su madriguera para nunca volver a verlo. Cual chef de alta escuela, cocina su fórmula a tal grado que cuando sirve la amistad lo hace en charolas de plata. Y nos la degustamos sin miramientos y sin preocupaciones. Se vuelven profesionales de la transa. Hoy ya no sé quien tuvo la culpa. Si Esteban por tratar de abusar de mi confianza y amistad, o yo por haber pensado que Esteban seguiría siendo aquél amigo de la primaria con el que salía a jugar en el recreo. Caray, a quien quiero engañar, lo que hoy me preocupa es…¿solo yo tendré a otro amigo como Esteban? Share This To : Facebook Twitter Google+ StumbleUpon Digg Delicious LinkedIn Reddit Technorati
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