Escribir es un ejercicio
que no cansa. Se disfruta demasiado. Al menos yo lo disfruto al máximo. Pero
conversar es algo que no solo lo disfrutas, sino que enriquece, te nutre, te
forma.
Y al igual que pasa
cuando acaricias al perro que no ladra, también hay riesgos con los que se
puede uno enfrentar al conversar.
Porque oír lo que uno mismo piensa siempre es
grato. Pero oír lo que otro piensa a veces no gusta. Y esto es porque hay
muchas verdades en la mente del otro.
El conocer de qué manera
ve la vida el prójimo siempre causa controversias para aquellos que son de mentalidad
cerrada, para aquellos que están aferrados a no ver otras realidades. Es como querer
convencer al que tiene la nariz con polvo blanco que no existen los elefantes color
rosa.
Sin embargo, yo
considero que intercambiar puntos de vista con otra persona representa la
oportunidad de conocer historias diferentes. Es escuchar, analizar, reflexionar
y concluir en una opinión. Así de simple y a la vez así de complicado.
Porque cada elemento
mencionado, cada historia planteada lleva un claro mensaje de análisis, de auto
reconocimiento y cambio.
Muy difícil de realizar,
pero necesario. Generar un reconocimiento en nosotros mismos, entendiéndose a
éste como el analizar nuestro propio yo es algo que deberíamos de hacer muy a
menudo.
Y esto es porque nada
puede cambiar si antes no se autoanaliza. El análisis viene a ser la estafeta
recibida en la mano para identificar lo que estamos haciendo de nosotros
mismos.
Es observar si nos hemos
convertido en ese joven que viaja al lado del anciano y lo repugna en el camión.
Es observar si nuestra soberbia nos ha alejado de todos aquellos que nos
rodean. Es analizar si estamos valorando lo que la vida nos ha dado, de
reflexionar si podemos compartir lo que se tiene y para lo que se trabaja.
Es en resumen, es tener
la oportunidad de usar a la conversación para aprender del otro y poder
cambiar. De ser mejores hombres o mejores mujeres.
Y esto no es algo nuevo.
Los alcohólicos anónimos son un claro ejemplo. Escuchando a los demás uno se
adentra en terapia y se logra cambiar.
El ejercicio de
conversar es tener la oportunidad de sentarse en el mismo parque y reflexionar
si observamos de la misma manera en la que nuestro interlocutor las ve.
Pero para alcanzarlo se
necesita más allá de la voluntad.
La humildad, la
necesidad de valorar lo que se tiene, la satisfacción que otorga el compartir,
el no juzgar, el construir, el amar. Grandes valores que muchos seres humanos
perdemos de vista sin dar nos cuenta cuando nos ponemos a sorber del plato del
éxito cual gato con su leche.
Y así como sucede en los
seres humanos, pasa igual en las empresas.
Hoy ellas están
sumergidas en un mundo cada vez más reñido. Más agresivo para vencer al
enemigo, en hacer todo para hacer caer a la competencia.
Y para ello, hacen uso
del elemento humano. Sus mejores hombres están ahí, con el cliente, para convencerlos
de que sus productos o servicios son mejores que los del que ofrece el de al
lado.
Y en esa férrea
competencia, se pierden valores tan importantes como la humildad.
Por ello, no puede haber
calidad empresarial si no hay calidad humana. Ahí se encuentra la guía que
tanto necesita nuestra sociedad. En la calidad humana descansa el hecho de
hacer empresas sensibles y consientes del mundo que las rodea.
Solo con empresarios y
empleados con una alta calidad humana se logrará atravesar la línea del desarrollo
empresarial. Ese debe de ser el ideal y para ello nosotros nos debemos de
enfocar.
Porque de qué sirve
ofrecer buenos productos si por el egocentrismo empresarial perdemos clientes.
Porque de qué sirve que el producto sea noble pero tenemos meseros déspotas. De
qué sirve tener las mejores camisas colgadas si la empleada de mostrador se
encuentra inundada de altanería.
Por ello es importante
decirle a la gente, esa que está tan ocupada en atender lo urgente como el
dinero o las ventas, que está perdiendo su capacidad de cambiar y de
transformar.
Hoy todo mundo busca
poder. Nadie se abre de corazón. Nadie se muestra como es. Porque aquel que se
muestra como tal, se vuelve vulnerable.
Pero la calidad humana
debe de ser tan importante en nuestras vidas que es preferible vivir como se
es, que perder la sensibilidad en la piel como lo hace el diabético para vivir
como no se es.
Porque en esa búsqueda de quedar bien ante
los demás, en agradar a la mujer queremos conquistar, al empleado que queremos manipular
o al vecino que queremos evitar, siempre estamos haciendo estupideces. Y todo
por querer ser como no se es.
Porque solo aquel que gusta de conversar,
sabe de lo mucho que se aprende de los demás.
Porque el día en el que las empresas
conversen no solo con los billetes, sino con sus propios empleados, las cosas
cambiarán. Y de eso se trata la vida, de cambiar para transformar.
Derechos Reservados para Luis Alberto Luna León
0 comments:
Publicar un comentario